Desobediencia

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Renombrar como resistencia

Por: Olimpia Flores Ortiz

SemMéxico. 03 de abril 2020.- El Estado de Excepción no requiere de decreto, ya estaba aquí.

La violencia, la que es indecible, la que no se describe, de la que no se tiene data porque viene desde inmemorial genealogía, tiende a ocultarse; este ocultamiento a su vez es generador de violencia.

El derecho, en tanto puro cálculo es violencia que no colma jamás a la Justicia, es un imposible.

A partir de la premisa de que la violencia y el derecho se identifican, se infiere que la vida queda atrapada en este binomio indisoluble.

El ámbito de la excepción es el espacio en el que se alimentan la esfera de la vida de los individuos con la de la política. Es la excepción la que termina de capturar a los sujetos.

Pero si la política debiera entenderse como la capacidad colectiva de coexistencia respecto de un marco jurídico soberanamente consensuado (la persuasión íntima y la persuasión cultural en acción), en la excepción se trastoca justamente en la negación de los derechos que establece. La única posible política es la de la resistencia como semiótica de la vida.

Se cierran las tenazas de la política y las de la biopolítica configurando el núcleo subrepticio del poder. La vida biológica o nuda vida transcurre envuelta –para los renegados y para los que no- en los velos culturales de la tradición y las costumbres, que dictan desde el instante primigenio de un sujeto, los cauces por donde ha de desenvolverla siempre en el acto performativo del rol asignado a su clasificación sexual y categórica según sus posiciones sociales. Eso es universal.

Nadie queda fuera del poder soberano. Es el eje respecto del cual se acomodan todas las posiciones posibles de manifestarse, tantas como individuos.

La posibilidad totalitaria, acecha siempre a las democracias occidentales y su concepción del poder. La disección o deconstrucción del poder es la que nos puede revelar el trasfondo de su lógica para estar en condición de discernir políticamente. De otro modo, la política se pierde en los derroteros de las formas y las apariencias del poder y no en sus nutrientes. Sus formas extremas están siempre en estado latente: los totalitarismos, el derecho de exterminio, los campos de concentración que proliferan, la persecución de minorías raciales y sexuales, la caza de migrantes y su posterior confinamiento. Toda estrategia de resistencia o de cambio, será fallida, como lo es por ejemplo el combate a la violencia física, sexual y letal hacia las mujeres…y en este tiempo, coronando al Estado de Excepción, la cancelación de la vida civil: ya nadie se mueve.

 Hace tiempo y cada vez más,  hemos venido cultivando nuestra anomia y logrando que la norma punitiva invada las esferas de la nuda vida: la actitud sexual legítima; la actitud sexual depredadora; el combate al crimen. El derecho de pertenencia ciudadana (el registro civil, la ley del matrimonio, del divorcio, las actas de defunción) exige de un registro del curso de la vida. El derecho punitivo va capturando los ámbitos vitales. Toda la vida es sujeta de castigo.

Se trata de la paradoja en la que es la integración de cada individuo en el Estado, lo que “humaniza” la vida desnuda” original, carente de derechos, libertades y obligaciones, a los que les da forma por medio de los dispositivos de la biopolítica que incluyen por supuesto la cárcel legal, pero también la ausencia de derechos civiles como no tener derecho a un acta de defunción por ser un muerto anónimo, la desaparición forzada, la persecución migratoria, la violación sistemática, persistente e indiscriminada de la violación de los derechos humanos. El Estado ha recuperado para sí, legal o extralegalmente, el derecho selectivo sobre la muerte.

El soberano es el que puede decidir sobre el estado de excepción y que la excepción consista precisamente en la estructura que caracteriza a la noción de soberanía que ejerce el Estado aparato.

En la medida en que la Ley puede suspenderse unilateralmente por el detentador del poder soberano, porque le autoriza la ley misma, podemos afirmar que entonces el soberano se ubica dentro de los marcos de la Ley; pero si el soberano  puede suspenderla, se sitúa por fuera de ella. De ese modo el soberano se colocaría en un ámbito indistinto entre el adentro y el afuera de la Ley.

Es a través del Estado de excepción que el soberano produce y garantiza la situación en la que toma para sí a cualquier costo lo que considera su propio derecho a la vigencia.

Pero consideremos que la Ley de hecho está siempre afuera, antes, por encima de la política, violentamente predeterminando a los sujetos, reproduciendo los esquemas atávicos de la convivencia social, la discriminación que de ellos se derivan, su violencia simbólica, su violencia estructural y al cabo, los hechos de la violencia misma que ameritan el castigo corporal.

Toda ley de suyo ya implica un afuera que está incluido por exclusión en ésta; de este modo paradójico, hay un afuera de la Ley establecido por la Ley misma. La fuerza de la Ley radica en la relación que se dé con esta exterioridad.

¿Cómo reivindicamos los sujetos los márgenes de nuestra soberanía? ¿Dónde hemos dejado la carretera de la emancipación? ¿Se cancela? ¿Se suspende? ¿Hay plazo de recuperación?  No, la noticia es que no hay recuperación posible, llegamos a la desembocadura y delante todo es abismo.

Ahora bien, si los humanos somos lenguaje, vale la pena detectar cómo es que individualmente nos hemos estado traduciendo en el progreso, el consumo, el éxito, el productivismo; en la compulsiva autoproducción competitiva. Cómo es que nos acomoda y nos acomodamos a los valores del libre mercado del capitalismo y sus estructuras o dispositivos de la biopolítica y elaboro el enunciado de mí misma y mi ambición.

Sólo podemos pensar palabras, no hay otra sustancia del pensamiento. Entonces, la resistencia hoy radica en reinventar los enunciados y renombrar, renombrarse.

Sirva el claustro para indagar en la región oculta a la que por ahora estamos confinados: la interioridad.

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