Desobediencia

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Inventario de la nostalgia

Olimpia Flores Ortiz

SemMéxico, 25 de mayo, 2020.- Recibí un shock. Leo y me doy cuenta que la vida universitaria, como ha sido desde que la universidad existe hace un milenio, desaparece. Esa fase del descubrimiento, cuando llegas al mundo abierto y versátil; cuando anidas la amistad cómplice, el sentido de camaradería, la identidad etaria, y se comparten la idea y el plan. ¿Cómo puede ser una ciudad sin vida estudiantil? Le imprime aire a las ciudades, es parte de su ritmo, de su fisonomía, del ser mismo de las ciudades. Ya no más, serán abducidos por la pantalla maldita y desparecerán del deambular de la calle. ¿Cómo habrá debate, amistad, placeres de la vida, planeación del futuro?

Me desestabilizó el golpe de la visión del fin de una tradición milenaria, la vida estudiantil. Lucio el hijo de Sara mi hija, no será universitario en la modalidad que conocemos y no sé entonces cómo podrá hacer grupo, tener banda, fuerza identitaria.

Durante la contingencia sanitaria he procurado preservarme, no dejarme ir con la vertiginosidad y confusión de las redes y las noticias. No puedo con el ritual matutino del Presidente López, ni puedo con la misa del doctor político vespertino y su desfile de cifras y gráficas. Así con tal de no agobiarme ni histerizarme con la información, de abstraerme en mi misma y mis tareas de sostén en este vuelco repentino de la cotidianidad.

Me dio pena de mí sorprenderme reconviniendo a X por su descuido ambulante. ¿Quién soy yo y de cuando acá tan convencida de las restricciones? Me he visto a mí misma en un lugar insospechado y en el que no quiero estar, a pesar del miedo que nos jala a la precaución. Pero si antes he podido prodigarme en mi DESOBEDIENCIA, hoy se ha esfumado todo margen de autonomía, porque el principio ético dice que el límite es el daño al otro. Es ahí en donde necesariamente hay que detenerse. En la plena conciencia de los demás susceptibles de afectar con la disidencia. ¿Cuáles libertades y cuáles placeres sobrevivirán? Movilidad, conversación, carcajada, contacto físico…el ágape, el delicioso…

Porque no es la necedad de no usar el tapabocas, que sí lo uso, sino de renunciar a la proximidad, la expresividad, al gesto, al sobre entendido. Pessoa, el poeta cuyo nombre traducido del portugués quiere decir persona, nos hizo saber que a su vez significa máscara, él quien se atrevió a ser cuatro heterónimos cada uno con su propia personalidad literaria. Es lo que en derecho se llamaría el libre desarrollo de la personalidad, cómo te ofreces a los demás en la Conversación. No hay manera de que fluya la espontaneidad. Sonreír se volverá tan íntimo como es el rostro de las mujeres musulmanas. La boca tendrá rango de obscena. ¿En dónde me va a quedar el gusto de elegir el atuendo del día o para la ocasión? Eso que revela cómo me inscribo en el mundo, cómo lo recibo, ¿cómo me doy si viviré en la cárcel de mi pantalla?

La idea es asumir a la distancia como actitud solidaria, ese oxímoron como eufemismo o fantasma del vínculo. ¿Qué no la solidaridad implica proximidad, contacto, abrazo, decisión común? Nos habremos de acostumbrar a la presencia de la muerte como sucesión de experiencias cotidianas y próximas y el riesgo inminente de sucumbir una, uno mismo en un descuido, o ya de plano conc total desenfado.

¡Vaya frentazo con el principio de igualdad, nuestra aspiración utópica! El virus no discrimina moralmente (como el VIH-SIDA), ni por sexo; no discrimina por condición social, no discrimina por región del mundo, si bien el modo de situarse en la nueva etapa sea diferente por esos factores. Pero del riesgo nadie se libra. Diferentes consecuencias reflexivas: como a cada quien le vaya con la enfermedad; pero expansivas, porque un infante portador y bien librado de la enfermedad, puede provocar el contagio y la muerte de sus abuelos.

Y si el mayor mal que se apoderaba del lazo social dolido y resquebrajado, era la desconfianza que suscita la atmósfera de violencia criminal, hoy esa DES-CONFIANZA se arraiga como el no vínculo social consensuado y admitido de facto. Suena doloroso. La desconfianza es el sinsentido de la lealtad, no es posible allí. La comunidad es inviable desde ese lugar.

Esta crisis ha sido de largo camino y culminación de un maremágnum de fenómenos, pero hija de nuestra insuficiencia ciudadana para afrontar las adversidades del sistema y los excesos del Estado. El tesoro más preciado era la proximidad, el desear estar juntos, de constatarte en el encuentro fuere el que fuere. De volver a saber quién eres tú, en el trato con el otro (el de enfrente) y con el Otro (subconsciente). ¿Nos perderemos todos por los flujos de las redes resignados a este sucedáneo caricaturesco de la vida tangible y sensorial? ¿Cómo poner en juego el debate interior si no hay con quién? ¿Pueden persistir el cariño y la conversación de los vínculos en las convivencias forzadas?  

¡Qué extravío! ¿Dónde desplegamos ahora la personalidad, pero también el amor? ¿Cómo?

La Nueva Normalidad se anuncia por estos signos, no por los postulados de la propaganda gubernamental ni su retórica.

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