El Tsunami de AMLO… ya pasó
Natalia Vidales Rodríguez
SemMéxico, 20 de julio, 2020.- Aunque los momios de popularidad del presidente López Obrador se mantienen por arriba del 70 %, no sucede lo mismo con la opinión respecto de sus decisiones de gobierno y los efectos que están provocando en la población (que son las que, finalmente, deciden el apoyo futuro o el rechazo a los gobernantes).
Por ejemplo, y a contrapelo, solo una mínima parte de la ciudadanía están de acuerdo con la carga de AMLO en contra de los órganos autónomos ya sea para desaparecerlos o para capturarlos (al INE e incluso a la UNAM, solo para citar a dos de ellos).
Para el régimen actual esas instituciones son hechura del neoliberalismo y solo entorpecen a la 4T, pese a las luchas ciudadanas que las construyeron para protegerse de los abusos del poder.
Ese índice –superior al 70 % — suena elevado… y lo es. Y parece inamovible, pero ello ocurre porque se le compara con el dato del gobierno inmediato anterior, el de Peña Nieto, que rápidamente rodó por los suelos con todo y las reformas históricas que logró con la oposición, dados los casos documentados de corrupción, personal incluso, casi desde el principio de su administración.
Pero la aceptación de AMLO, en realidad, es –¿o fue?– similar a la de Fox, a la de Calderón e inclusive a la de Carlos Salinas de Gortari…en sus primeros años, tal y como ocurre ahora.
Un dato duro da cuenta de lo que sucede con la popularidad de los mandatarios en México: desde 1997 (en que el PRI perdió la mayoría en el Congreso de la Unión) , todos ellos han visto que en las elecciones intermedias de sus mandatos disminuye el apoyo de los electores a los candidatos del gobierno.
La memoria de los mexicanos respecto al apoyo a los presidentes en sus “momentos” es muy corta…pero muy larga luego de sentarlos y sentenciados por la historia en el banquillo de los acusados. Y hoy, en medio de esos extremos, se observa que el tsunami electoral de hace dos años no solo ya quedó atrás –lo cual es comprensible dado lo vertiginoso de nuestros tiempos, y del rápido cambio de las expectativas de la ciudadanía respecto de sus gobernantes– sino que la resaca está regresando el nivel del agua con la misma fuerza con que lo impelió apenas el 2018.
Ese fenómeno político, desde luego, trae consecuencias: decenas de legisladores ( federales y locales) que llegaron surfeando al poder en el tsunami de AMLO hoy se apartan, forman grupos y toman sus propias decisiones, habiendo durado muy poco la intentona partidista de un Congreso disciplinado al estilo del priato (y que, según esto, también se eternizaría en el poder), como hoy mismo se está acordando por los diputados de MORENA, el partido “del Presidente”, para acordar un ingreso universal para paliar la crisis económica que trajo la emergencia por el Covid-19, en contra del deseo manifiesto de AMLO de solo apoyar a su clientela política.
Y otro caso: hoy mismo, también, el líder de los legisladores morenistas, Mario Delgado –otrora incondicional de la hora que diga el Presidente– no comulga con la intención del ala amlista más recalcitrante en el Congreso para desbancar el procedimiento de selección de los nuevos cuatro consejeros electorales del INE y colocar ahí solo a afines a la 4T.
Y lo mismo está sucediendo en otros casos donde los legisladores, aun habiendo accedido al poder al amparo de AMLO no los vincula al grado de debérselo todo; y que hoy se deslindan en aras ( en el mejor de los casos ) para elevar la mira a favor de la población o ( en el peor de ellos) para simplemente salvar su pellejo y poder continuar con sus carreras políticas ahora más cercanos a la ciudadanía ante la obvia debacle de su jefe.
Pero la razón es lo de menos: lo importante es que se están alejando de las entelequias, de los “otros datos” (las verdades a medias) o las francas fake news (mentiras completas) del mandatario y su mundo donde el crecimiento económico –en otro ejemplo– no tiene la menor importancia.
Ante ello lo único que resta decirles a quienes están corrigiendo el rumbo es: bienvenidos a la realidad, que siempre y por dura que sea, es preferible a vivir en un mundo paralelo donde simplemente se sustituyen unas promesas con otras sin concretar ninguna; o donde si los hechos ( por ejemplo del tamaño del Covid-19) no se adaptan a las soluciones (sic), entonces se cambia la realidad por una que se acomode a los deseos –como la hora del día– que diga el Tlatoani.