Ni trenzas ni piernas. La mirada lasciva hacia las estudiantes universitarias

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Teníamos dos opciones: estar calladas y morir o hablar y morir. Decidimos hablar.

Malala Yousafzai

Por Lourdes Pacheco*

SemMéxico/Tlanesi.com. 27 de noviembre 2020.- Después de una conferencia que impartí sobre violencia en la educación superior, un profesor señaló que la violencia contra las estudiantes dependía de la sensibilidad de las jóvenes, si la estudiante es de un ámbito rural y le digo «qué bonitas trenzas», la muchacha va a ir con su papá, el cual va a regresar ofendido y voy a tener problemas. En cambio, si llega una estudiante de la Colonia Del Valle y le digo «qué bonitas piernas», me va a contestar «gracias»; así que todo es cuestión de la «cultura» de la estudiante.

¿Por qué ese profesor y, seguramente otros, se sitúan en la posición de valorar a las estudiantes por las trenzas o por las piernas? Porque se trata de maestros depredadores para quienes las estudiantes son cuerpos y no personas que ejercen su derecho a la educación. Las mujeres somos valoradas por el cuerpo y no por el talento, de ahí que el profesor en cuestión lo que enfatiza de cada una es una porción del cuerpo que, al mencionarlo, al traerla al primer plano, le recuerda a la estudiante que es eso: un trozo de cuerpo a partir del cual desea apropiarse del todo.

El profesor expresa su deseo erótico porque vive en una sociedad que define al hombre como el deseante permanente y el deseo como configurador de la identidad masculina, continuo y permanente. El profesor lo manifiesta en la universidad porque ha convertido a la institución en un lugar de caza, donde las alumnas no son vistas como tales sino como mujeres: cuerpos apropiables.

Las instituciones de educación superior son lugares de visibilización del deseo sexual masculino traducido en violencia sexual contra las alumnas, aún cuando su misión y visión se elabore alrededor de la cultura y pretenda crear seres humanos integrales. Sus propósitos educativos no la eximen de que a su interior se desarrollen prácticas misóginas y machistas. La mirada lasciva que integrantes del profesorado pueden ejercer sobre las estudiantes es un ejemplo de considerarlas `presas´ utilizando la metáfora de la cacería.

Desde luego, no solamente el profesorado expresa violencia sexual contra las estudiantes, también lo hacen contra las propias colegas profesoras puesto que el lugar de supremacía masculina desde donde se ubican los hombres se extiende como conducta generizada sobre las mujeres. Estas son consideradas hembras de la especie y no colegas de trabajo. Las maestras han relatado situaciones donde los maestros se intercambian material pornográfico en las computadoras, que por “accidente” llega a los escritorios virtuales de ellas; utilizar doble sentido sexista cuando ellas están presentes; referirse a las profesoras en términos sexual-peyorativos; excluirlas de beneficios por no ceder a presiones sexuales; incorporar imágenes de mujeres desnudas en presentaciones académicas; entre otras.

Los profesores que depredan en las aulas se interesan por las estudiantes únicamente por el deseo, por su propio deseo. Lejos están de tener intereses educativos, transmitir los saberes de una generación a otra y todos aquellos principios en que se asienta el propósito educativo.

Las estudiantes, en los tendederos del acoso realizados alrededor del 8 de marzo de 2020 en universidades públicas, privadas, institutos tecnológicos y centros de investigación en todo el país, señalaron diversas situaciones de la mirada lasciva: “Asqueroso”, es uno de los calificativos que se repite de universidad en universidad: “El maestro N reprueba a sus alumnas y te invita a salir y así puedes pasar su materia”; El maestro N en clases nos dijo cómo drogar a una chava, porque si no es por las buenas, que sea por las malas”; El profe N nos dijo en clase que si una mujer la violan es porque quiso, que todas se pueden defender”; ‘’Si tienes sexo conmigo, te estarías ganando el trofeo de derecho, así me dijo el profesor N que se cree muy guapo. Da asco”; El profesor N me dijo que me aprobaría en una materia si le hacía un masaje en un lugar privado” y otras.

Los principios educativos pierden vigencia cuando dejamos de considerar que quienes participan en la educación son personas que trasladan a las universidades las relaciones de violencia asimétrica entre mujeres y hombres. Se supone que la educación permitirá a las mujeres lograr mejores lugares sociales, capacitarlas para el trabajo y proveerles herramientas para la vida. Todo ello se convierte en nugatorio cuando las instituciones educativas son permisivas de estas conductas de algunos profesores. Es cierto, no se puede generalizar, pero tampoco es la excepción. No es un problema del presente, sino que se trata de prácticas reiteradas que integrantes de diversas generaciones han testimoniado. Lo que sí sabemos es que el hostigamiento sexual del profesorado hacia estudiantes ha sido una de las conductas que ha quedado impune, en general, en las universidades.

Se debe desestructurar la violencia sexual en la educación superior y ello pasa por no permitir la impunidad de los depredadores, no ser cómplices de las agresiones desde la jerarquía, pero en ocasiones no se les puede tocar a los honorables maestros ni con el pétalo de un tendedero. Los reglamentos, los contratos de trabajo, los sindicatos se convierten en fortalezas para la impunidad masculina.

Las jóvenes llegan a la universidad en el ejercicio del derecho a la educación, pero en la mirada lasciva del profesorado son transformadas en cuerpos deseados: en trenzas, en piernas. Sin embargo, ingresar a las universidades debiera significar entrar a un espacio de igualdad.

*Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: lpacheco@uan.edu.mx

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