Vacuna y memoria | Instituciones protectoras

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Dulce María Sauri.

SemMéxico, Mérida, Yucatán, 14 de abril 2021.- Escena Uno: 1958. Una larga fila de niñas atemorizadas esperábamos la inoculación de la vacuna contra la viruela.

Habíamos sido convocadas por grado escolar a uno de los recintos escolares más restringidos para nosotras como era la sala de visitas de la dirección, reservada en forma exclusiva para atender los asuntos más importantes de la congregación religiosa que tenía a su cargo la escuela.

Tras un biombo, sólo escuchábamos los gritos de susto y veíamos las lágrimas correr de quienes salían después de haber marcado su brazo izquierdo con una pequeña cruz.

Días después, crecía la ampolla, que había que cuidar para que no quedara una fea cicatriz como testigo mudo de la gran jornada de combate a la viruela, una enfermedad que, a mediados del siglo XX, seguía cobrando vidas en el mundo y en México.

Escena Dos; 1969. Era el mes de abril cuando fui invitada a participar como madrina de una delegación de estudiantes del Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez, que venían a Mérida a los Juegos Inter-Tecnológicos que se verificarían en esta ciudad.

A mis 17 años desfilé, con un traje de adelita prestado, blandiendo una bandera en torno a las gradas del recién construido gimnasio del Tecnológico de Mérida, que de esa manera inauguraba una de las instalaciones más apreciadas por generaciones de deportistas de todo el estado, muy especialmente basquetbolistas.

Escena Tres: 2021. También en abril, el 9, llegué a mediodía a registrarme en el módulo instalado para la vacunación de adult@s mayores contra el Covid. Finalmente, después de casi tres meses de haberse iniciado la campaña nacional, le correspondió el turno a Mérida para que cerca de 140 mil  residentes recibiéramos la primera dosis del ansiado antígeno.

Rondaban mi cabeza las imágenes de las largas filas de personas que esperaban por varias horas su ingreso, tal como había sucedido en Ciudad de México y en otras capitales cuyas primeras jornadas fueron un poco menos que caóticas.

Además, las diversas notas periodísticas sobre la vacuna Astra-Zéneca —sí, justamente la que recibió financiamiento de la Fundación Slim para su desarrollo— me hacían dudar sobre la pertinencia de recibirla sin arriesgarme a ser la única “premiada” con un trombo en un millón de dosis.

Sumaba a mis temores que mi cuenta de anticuerpos contra el Covid 19 era todavía elevada, después de padecerlo hace unos cuantos meses. Sin embargo, atendí consejos y lecturas para asumir mi responsabilidad como ciudadana, madre y abuela de quienes tienen su futuro amenazado por los fanatismos de los “negacioncitas” y los teóricos de la conspiración.

Esa mañana crucé la cancha del Tecnológico de Mérida para tomar la silla que me correspondía. En unos cuantos minutos había registrado mis datos e ingresado al área donde jóvenes ataviados con un chaleco turquesa tomaban datos, temperatura y presión arterial, antes de que una dupla de enfermer@s pasase con las jeringas a inyectar mi brazo izquierdo.

Después, a esperar cualquier reacción adversa por media hora, mientras el personal de la Cruz Roja estaba expectante ante cualquier contratiempo.

Los tres órdenes de gobierno: federal, estatal, municipal, estaban presentes. La Marina Armada de México, que resguarda las vacunas y se encarga de proveerlas cuando se acaba el lote; los “chalecos turquesa” del gobierno del estado, tanto personal médico como de diversas oficinas que están apoyando con el llenado de los formularios; y el municipio de Mérida, que es responsable del flujo seguro de “vacunantes” al interior del inmueble y en sus inmediaciones.

¿Cuál es la enorme diferencia con los primeros días de la campaña de vacunación? Sin duda, la intervención de las autoridades locales, ausentes en la etapa inicial cuando absolutamente todas las fases del proceso corrieron a cargo de los “Siervos de la Nación”. Interviene el gobierno del estado, participan las autoridades municipales. ¿Quién mejor para conocer las instalaciones idóneas, los lugares mejor localizados, la forma más eficaz de difundir la información, que aquellos a cuyo cargo está el funcionamiento cotidiano del gobierno?

Cuando cada un@ realiza lo que le corresponde, las cosas funcionan bien. Al gobierno federal le compete gestionar la compra masiva de vacunas donde éstas se produzcan, para ponerlas a disposición del sistema de salud público y privado del país. Sí, privado también, tal como se acostumbra con otro tipo de antígenos, disponibles en hospitales particulares, que coadyuvan de esa manera a cumplir con el objetivo general de proteger a tod@s.

En una crisis de salud pública como la que vivimos, que a la fecha ha cobrado más de 210,000 vidas, de acuerdo con las estadísticas oficiales, es inadmisible la exclusión de los estados y los municipios en el esfuerzo general de vacunación. Y éticamente, es intolerable que el personal médico y de enfermería de los hospitales privados hayan quedado relegado, sin opción alguna para protegerse, por prejuicios ideológicos de dudosa moralidad.

¡Y qué decir de l@s dentistas, de l@s oftalmólogos, de todos aquellos que entran en contacto directo con los pacientes que podrían estar contagiados de Covid!

Las jornadas de vacunación nos recuerdan una lección: cuando funcionan las instituciones, cuando se coordinan los órdenes de gobierno, cuando se guardan los prejuicios y las descalificaciones políticas, se facilita proteger la vida, los empleos y el ingreso de las familias.

Por el contrario, desplazar y relegar estructuras responsables por muchos años de las eficaces campañas nacionales de vacunación, desperdicia recursos y tiempo muy valioso para luchar contra este mal.

Si México pudo erradicar la viruela y el sarampión; si pudo enfrentarse al paludismo, combatir el dengue y el zika, podrá hacerlo con el Covid 19, si se apoya en sus instituciones. Mientras, en mi memoria suenan todavía los llantos de hace más de 60 años; el brío del desfile de hace 50 años y la esperanza de lograr la anhelada protección para tod@s.

P.D. Gracias a Jessie y a Lidia, por sus atenciones. — Mérida, Yucatán.

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