Elvira Hernández Carballido
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 4 de septiembre, 2024.-Hace unos días en la Feria Universitaria de Libro (FUL) se entregó un reconocimiento especial a mi querido maestro Agustín Cadena, y mientras el Dr. Octavio Castillo Acosta, Rector de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo entregaba el diploma bellamente enmarcado, yo evocaba aquella vez que se me ocurrió ir a visitarlo a Hungría.
¿Por qué me atreví a viajar hasta allá? Por supuesto, me atreví a viajar con la ilusión de convivir más con él. Fui a buscarlo porque gracias a él mi deseo de convertirme en escritora parece más realizable. Fui en su busca para agradecerle todo lo que nos regala en cada libro, en cada historia, en cada poema y en cada taller que imparte siempre con una generosidad desbordante. Como deben saber, mi escritor querido es originario de Ixmiquilpan, Hidalgo, y desde hace 19 años vive en Debrecen, una ciudad que se encuentra en el extremo oriental de Hungría.
Esa vez que me atreví a realizar tal travesía, para olvidar ese miedo que me invade en cada vuelo, me acurruqué en el asiento segura que durante las horas de viaje me tranquilizaría al evocar la forma en que Agustín Cadena llegó a mi vida y la manera en que sus palabras iluminan mi alma. Por supuesto, el primer acercamiento fue a través de su literatura. Lo recuerdo muy bien, en un stand de libros precisamente en la FUL de 2015, un texto llamó mi atención y al abrirlo estaba impreso un poema en la página cinco cuyas primeras líneas llegaron a mi corazón:
Nací varón.
El deseo se agita bajo mi piel
Con violencia de varón,
Con alardes de varón.
Mi carne se yergue al presentir la hembra,
Muerde
La obra que leí era “La ofrenda debida”, premio de poesía estatal Efrén Rebolledo 2011, cada palabra penetraba mi mirada con intensa provocación, presentí que algo ya me unía a él.
Recién llegada al estado de Hidalgo, quise aproximarme más a este bella y airosa región que me adoptaba con generosa solidaridad. Al comprar libros que la describieran apareció otra vez el nombre de ese escritor con el texto “Diáspora de Hidalgo, una narrativa en el exilio”, ensayo que dibujaba un panorama atisbado con perspectiva crítica y nada complaciente. Resultó curioso advertir que muchos escritores se iban del estado para fortalecerse y que yo, chilanga en fuga, actuaba a la inversa. Ya no tenía duda, Agustín Cadena formaba parte de mi construcción bellairosa.
Entonces el destino, la suerte, mi complicidad con la Virgen de Guadalupe, ser Aries y creer en los milagros, me aliaron con la escritora y amiga María Elena Ortega. Fue ella la que me propuso explorar los talleres literarios pues le confié este sueño de dedicarme a la vida literaria. Generosa como siempre me recomendó a su profesor, nada más y nada menos que Agustín Cadena. El maestro ideal, me aseguró, pero advirtió: es muy, muy, muy exigente.
No olvido ese primer día de clases, él estaba parado a la entrada del salón, la boina española, la playera estampada de coloridas figuras, su rostro igualito a las fotos que ilustran las contraportadas de sus libros, carisma que impone, mirada inteligente. Así, luego de escuchar mi primera participación dijo con toda seriedad irónica: “Este taller no es de periodismo, hay que traer textos literarios”. Malvado, se dio cuenta que presenté una crónica y no un cuento. Sin embargo, no me sentí regañada ni acusada, y en la última clase leí otro relato que él recibió con buenos comentarios que me hicieron creer, a la salida del taller, que podía acariciar el cielo. Como buena novata, ese último día llevé ese primer libro suyo que tuve en mis manos y le pedí su autógrafo. Regresó a Hungría y yo me conformé con buscarlo nada más en sus libros
Sin embargo, algo me motivaba a saber más ya no solo de un escritor, ahora también de mi maestro. Entonces, fui a visitar Ixmiquilpan, lugar donde él nació, quizás para adivinar su infancia, para buscar a los viejos que le contaron historias, a la abuela y sus gatos, el puesto de historietas, el balón arrinconado en su cuarto –no le gusta el futbol- y los libros regados por toda la casa.
Escritor, poeta, novelista, narrador, ensayista y Maestro, en varias entrevistas que acepta nos permite atisbar al hijo, hermano, amante, amoroso y al anhelado amigo que deseaba tener junto a mí. Gracias a sus palabras escritas descubrí que le gusta el café sin azúcar y la cerveza clara, el chocolate de Oaxaca con agua, el agua de pitaya de Campeche y el pastel de blueberries… Las películas de Visconti y las de Juan Orol, que lee con gusto los libros de sus amigos y no se pregunta si tienen cualidades o defectos, que tiene unas pantuflas de garras de tigre y yo soñé que se las cambiaba por mis pantuflas de Mafalda.
Sus libros, su voz, sus talleres, la amistad que se fue tejiendo fueron los pretextos que me empujaron para ir a buscarlo hasta Hungría. Visitarlo en aquella tierra lejana me ilusionaba porque podía conocerlo más y decir gracias a orillas del río Danubio. Fui a buscarlo para contemplar por un rato los paisajes que lo acompañan y lo inspiran, para palpar sus días donde la escritura aparece justo cuando él la desea o la necesita, la añora o le urge, la disfruta y la vive, la crea para dejarla libre, para compartirla.
Por eso, un día llegué a Hungría buscando a un tal Agustín Cadena…Y cuando abrió la puerta de su departamento, descubrí que ya lo conocía, que además de mi maestro, mi amor platónico, mi querido escritor, ya también era mi amigo.
Por eso, ese lunes 26 de agosto fui a la FUL a ser observadora amorosa del homenaje que con gran justicia le hizo mi universidad, ahí estuve celebrando con orgullo y cariño a mi amigo, maestro por siempre, uno de los escritores que más admiro y quiero, de los mejores del estado y del país, un hombre que brillará eternamente en el cielo literario, mi querido Agustín Cadena el cómplice al que deseo encontrar siempre, andar en su búsqueda, aunque sepa que siempre está muy cerquita de mí.