Isabel Ortega Morales
SemMéxico, Chilpancingo, 16 de junio, 2025.- Cuando escribo la lluvia se deja caer con fuerza. Miro por la ventana y las montañas se extienden cubiertas de nubes y ahí arriba empieza una doble desigualdad social, la que se vive por la lejanía, la que se vive por que no se ven y tampoco se escuchan.
En el año 2007 el gobierno federal creó un programa denominado Caravanas de la Salud, su propósito era atender a población que vive en zonas marginadas donde el difícil acceso a ellas las convierte en tribus que tienen en éxodos de jornaleras y jornaleros una gran expectativa de trabajo que les redituará en un respiro para su subsistencia.
Están tan alejadas que ni siquiera los intrépidos vendedores de comida chatarra ni las cervecerías, llegan. Ahí en esas tiendas lo más que tienen de comida son huevos que están entre machetes, entre sombreros de palma, entre herraduras, velas, cerillos y aguardiente.
Los jitomates van coloreando entre algo que tiene parecido a un huerto, donde también aparecen algunos chiles verdes.
Mientras que el maíz y el frijol están guardados porque significan su sobrevivencia, que se cuidan tanto como la leña y algunos ocotes colgados.
En ese olvido y con esas condiciones, en caminos que no alcanzaron a ser artesanales, arriban las Caravanas de la Salud que están integradas por un médico, una enfermera y un chofer promotor de la salud.
En la Montaña de Guerrero hay 24 caravanas integradas por esas tres personas que deben recorrer una zona determinada en 10 días intensos de trabajo que incluyen los fines de semana. Brindan planificación familiar, aplican vacunas, dan ácido fólico a las mujeres embarazadas, revisión médica general, ahí donde el índice de desarrollo humano se visibiliza como una realidad de la desigualdad social existente.
Pero este benigno programa que es una estrategia para la atención médica a localidades de difícil acceso en México tiene en la montaña de Guerrero su más triste realidad: en SEIS meses han salido DOS veces.
Pero cuál será la razón por la cual no salen a brindar estos rasgos de vida es de lo más triste: no hay recursos económicos, ni para gasolina, no hay insumos para mantenimiento de las caravanas, no hay medicamento, no les han pagado los gastos de camino y menos les han dado uniformes.
Las ocasiones que han “subido y sorteado” esos caminos lo hacen en carros conocidos como pasajeras, donde por cierto, si algún accidente tienen esas unidades no les alcanza el seguro que solo los protege dentro de la unidad oficial que están paradas por falta de recursos y esos viajes de atención médica lo hacen con dinero de su salario, con el que muchas veces comen porque la pobreza de las comunidades no alcanza para llevarles alimentos y compran lo que hay ahí, “huevito, aceite, tortillas” y duermen en las casas de salud.
Es tal la desigualdad que hasta en eso se nota, la atención a los más pobres, a los que están casi borrados -los sacan en elecciones cuando si se ven- y si no interesa su salud ¿qué puede interesar de ellos? ¿La educación?
Pero en esos lugares también se silencian las cifras, ahí cuando muere una mujer embarazada no se conoce porque no está en los registros pues también los comisarios deben atender sus familias y no registra ni reporta.
Los programas de las Caravanas de Salud tienen una estrategia de 10 días en localidades por cinco días de descanso. A ellos tampoco les ha alcanzado la justicia laboral, no tienen base, ni les han cumplido promesas de mejora salarial y menos reconocido su aportación.
La desigualdad también los golpea desde sus propios municipios que si han solicitado la presencia de las Caravanas para atender la salud básica de sus pobladores, no se nota, o no los quieren, triste situación de la montaña, triste situación de las y los integrantes de las Caravanas de la Salud que, me pregunto, si están en todo el estado, ¿están mejor?