Sara Lovera
SemMéxico, Cd. de México, 28 de julio, 2025.- “Las palabras son tan peligrosas como las balas”, dice Andrea Petro —hija del presidente de Colombia—. Tienen un impacto profundo y duradero; llegan al corazón. Transparentan nuestra forma de pensar y sentir. Son tan poderosas que pueden moldear la percepción de la realidad. Se tatúan en la piel y en la conciencia. Son marcas permanentes que muestran sensibilidad, conocimiento, empatía o indiferencia.
La gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle García, se mostró nítida, clarísima, cuando con una frase reveló al pueblo de México quién es y qué piensa. Sus palabras serán inolvidables. Dijo: “la maestra jubilada Irma Hernández Cruz murió de un infarto”. ¿Muerte natural?
Días antes, cuando la maestra estaba desaparecida, Nahle García —suelta, casi sonriente— expresó: “me extraña que no han pedido rescate”. Del contexto violento, del sufrimiento individual y del terror colectivo, no dijo nada.
Su rostro también habla. Durante esa jornada de casi una semana entre el secuestro, perpetrado a plena luz del día el 18 de julio, y el hallazgo del cadáver entre los matorrales cerca de Cerro Azul, no mostró asombro, ni dio detalles, ni expresó empatía alguna.
En cambio, fría y directa, habló de búsqueda, de policías, de presuntos culpables, de investigación… pero nunca habló de ella, de la persona, del ser humano, de su valentía que le costó la vida. No, no dijo nada.
Espetó simplemente: “murió de un infarto”, y añadió que “no aguantó”. Irma Hernández Cruz, de 62 años, maestra jubilada y trabajadora del volante, fue exhibida violentada, humillada, atemorizada. ¿Qué pretendió justificar la gobernadora? ¿Que simplemente murió del susto?
Sus palabras y actitudes me recordaron al expresidente Felipe Calderón Hinojosa, quien hace 18 años dijo, sobre la muerte de Ernestina Ascencio Rosario, que se trató de una “gastritis crónica”. La campesina fue atacada, violada y torturada por un piquete de soldados en la sierra de Tezonapa, Veracruz, en febrero de 2007. Quedó claro que el mandatario protegía al grupo castrense del 63 Batallón de Infantería de la 26 Zona Militar de El Lencero, minimizando así el feminicidio.
Ernestina fue violada tumultuariamente. Su caso sigue en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Para Calderón fue una “muerte natural”. Me pregunto: ¿a quién se encubre hoy? ¿Qué cortina de humo se intenta tender? ¿A la mafia veracruzana?
Dice la feminista Guadalupe Ramos Ponce: “Nosotras no hablamos desde la estadística, hablamos desde la vida, y cada mujer asesinada es una historia arrancada, una familia rota y una deuda más que el Estado no salda”.
Nos indignan las palabras de la gobernadora. Todas y todos vimos el video donde la maestra fue obligada a arrodillarse de espaldas a un puñado de criminales con armas largas. Sabemos que fue utilizada para enviar un mensaje a los y las taxistas de Álamo, Veracruz: un acto de imposición en torno al cobro de piso, la extorsión cotidiana que azota al país, evidencia de la desaparición forzada y el asesinato.
Las palabras de la gobernadora fueron rechazadas en medios de comunicación y redes sociales. Diana Kristal Acevedo Ramírez escribió en Facebook: “Le dio un infarto provocado por la situación que estaba viviendo… pero sigue siendo homicidio. Le dio un infarto no significa que no tiene importancia”.
Tampoco se trata de “un hecho lamentable”, como declaró el 24 de julio la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. ¿Lamentable? Entre enero y junio, en Veracruz se reportaron 411 desapariciones de mujeres, 30 feminicidios y un alarmante aumento de la crueldad, según la Universidad Veracruzana. ¿Lamentable o terrorífico? Veremos.
Periodista, editora de género en la OEM y directora del portal informativo SemMéxico.mx