Sara Lovera
SemMéxico, Cd. de México, 11 de agosto, 2025.- En 1994, México se convulsionó con la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en los primeros días del año, junto con la firma del Tratado de Libre Comercio, la declaración de que entrábamos a la modernidad, una inusual explosión del Popocatépetl y dos magnicidios: el de Luis Donaldo Colosio y el de José Francisco Ruiz.
Este último ocurrió el 28 de septiembre, cuando se realizaba en Mar del Plata, Argentina, la Sexta Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe de la CEPAL.
Tres décadas después, se han producido cambios indiscutibles; podría decirse que hubo una sacudida profunda, impensable en México: llegó la pluralidad electoral, se abrieron fronteras y nuevos mercados; desapareció el ejido y las tierras pudieron venderse; se crearon nuevas instituciones y se abrió el diálogo y la participación de la sociedad civil organizada. Luego, las nuevas tecnologías de la comunicación nos invadieron, inundándonos de información instantánea y fugaz. ¿Libertad de expresión?
No obstante, apareció una criminalidad apabullante que pasó de una bala contra Luis Donaldo a las “normalizadas” masacres en todas partes. Hoy sabemos que el 40 por ciento de los feminicidios son cometidos por la pareja, no por desconocidos, ni por narcos o criminales comunes.
Las recomendaciones de Mar del Plata y las nueve conferencias posteriores, con toda su parafernalia a favor de las reivindicaciones de las mujeres, contribuyeron a cambios no suficientemente calibrados ni asumidos por muchos actores políticos. En aquella sexta conferencia se propuso garantizar los derechos humanos de las mujeres, su autonomía económica, física y en la toma de decisiones.
Hoy, cuando México es sede de la XVI Conferencia Regional de la Mujer, ya hemos dejado atrás la cuota de participación política y alcanzado la paridad. Las mujeres son reconocidas en muchos ámbitos y los pendientes están claramente identificados.
Se prepara una nueva agenda de género con el paradigma de los cuidados, firmada como Declaración de Tlatelolco, que —si se cumple— podría aliviar la fatigosa vida de doble jornada para las mujeres. Sin embargo, aún no podemos hablar de autonomía económica ni de incorporación plena de las mujeres al desarrollo, a la paz y a la no violencia.
Menos aún de igualdad sustantiva, mientras existan 118 millones de mujeres pobres en la región, sin acceso a los beneficios de la salud y la educación; mientras haya niñas/madres y mientras mujeres y niñas sigan siendo las principales víctimas de la trata y la desaparición forzada.
La propuesta de la CEPAL sobre los cuidados contrasta, en estos días, con el hecho de que en Chiapas —cuna del EZLN— las zapatistas realicen, de manera paralela, un Encuentro de Resistencia y Rebeldía junto a integrantes del Movimiento en Defensa de la Madre Tierra y Nuestros Territorios, acompañadas por la Red Europa Zapatista, nacida en 2008.
Estamos frente al derrumbe de usos y costumbres, y silenciosamente operan cambios culturales. Información del INEGI muestra transformaciones en el pensamiento y la acción, sobre todo en las mujeres, cambios que muchos gobiernos no están escuchando.
No imaginé lo que reveló a El Sol de México la Red Internacional de Institutos Universitarios de la Familia: en 10 años se duplicó el número de hogares de una sola persona (Roxana González, 9 de agosto), siendo más las mujeres que los hombres quienes eligen no casarse ni tener hijos. Y menos pensé que una mujer llamada Alejandra declarara que decidió vivir sola “para disfrutar de mi espacio y de mi tiempo”.
Al menos me reconforta que tanta parafernalia de las agencias internacionales sobre la autonomía y la libertad de las mujeres, machacada durante décadas, sirva en lo concreto y palpable. Ahora habrá que ver si es posible el reparto de las responsabilidades familiares y si, acaso, existe financiamiento que acelere el cambio. Veremos.
Periodista, editora de género en la OEM y directora del portal informativo semmexico.mx