La sobrerrepresentación de los nuevos ricos en la izquierda mexicana

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Miguel Ángel Romero Ramírez

SemMéxico, Ciudad de México, 13 de agosto, 2025.- En vísperas de la reforma político-electoral, el debate público gira en torno a las nuevas reglas: si habrá segunda vuelta, las fórmulas de representación proporcional, qué papel jugarán las alianzas. Pero debajo de ese ruido hay un mecanismo cultural que exhibe lo que los propios líderes parlamentarios del partido en el poder, Morena, harán para consolidar la fractura de la República: impondrán su mayoría. En los términos de Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, se chingarán a la oposición. Es lo que han venido haciendo desde que asumieron el poder.

¿Por quiénes estamos representados? Es una pregunta que si exploramos su respuesta bajo la premisa de Paz, encontraremos que la nueva clase política es consistente con la mayoría y con la cultura mexicana que prevalece. No es un accidente ni una desviación; es la forma histórica en la que se entiende el poder. Y el ciudadano, consciente de que «chingarse al prójimo» es inevitable, asume y hace frente al dilema de los nuevos tiempos: dejó de preguntarse si será chingado, o no, sino prefiere elegir por quién.

Ese «por quién» es, en el fondo, la gran decisión electoral. Y desde hace 7 años, la mayoría ya ha respondido: prefiere que el chingón sea alguien que, al menos en apariencia, sea similar a ellos. Que comparta su historia, su color de piel, que haya crecido bajo códigos de barrio y no en colegios privados. La nueva filosofía implantada por el ex presidente Andrés Manuel López Obrador funcionó, conectó y hasta cierto punto fue necesaria como válvula de escape ante un sistema inequitativo insostenible.

Lo lamentable es que todo se concentró en la teoría. Nadie de los que hoy integran el «movimiento» que él construyó leyó la cartilla moral que instauró. Ni siquiera su familia. Su verborrea no tuvo praxis y aunque conectó con la mayoría, la evidencia de corrupción que día a día se revela es contundente. Pero para el mexicano común no importa si sus similares hoy viven como millonarios porque de hecho ese nuevo código social es la aspiración. La falacia convertida en esperanza de movilidad social.

La Cuarta Transformación entendió mejor que nadie este código. Si de todos modos habrá quien viva del presupuesto, que sean «los nuestros». El lujo deja de ser afrenta para convertirse en trofeo colectivo. Hoy en día el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Gutiérrez Luna con zapatos horribles de precios absurdos, relojes gigantes y coloridos, ropa costosa y estrafalaria, no provoca la misma rabia que un sofisticado y culto ladrón como Lozoya Austin comiendo pato laqueado en el Hunan o la vida de las esposas de ex gobernadores priístas viviendo en Londres con bolsas y joyas de alta gama.

En los términos de la nueva narrativa y filosofía morenista, el primero representa una victoria cultural; los segundos, la continuación del abuso histórico. La verdad es que no es necesario que un mexicano promedio pueda veranear como lo hacen sus nuevos representantes. Desde ir a Japón como el hijo del expresidente López Obrador, recorrer Portugal como el titular de la Secretaría de Educación, Mario Delgado, cruzar Australia como el titular de la Secretaría del Trabajo, Marath Bolaños, o celebrar un cumpleaños en Ámsterdam como la Gobernadora de Campeche, Layda Sansores.

El «pueblo bueno» no necesita hacerlo para sentir que participan, aunque sea simbólicamente, de ese privilegio. Entonces, revisitando a Octavio Paz, aquí el acto de «chingar» cobra nuevo sentido. Uno pernicioso en el que la reivindicación de quienes se asumen históricamente excluidos pasa por permitir cualquier acción que antes era vista como deleznable. Empieza a no parecer tan malo que la corrupción multimillonaria en el Tren Maya, la refinería Dos Bocas, Segalmex, Corredor Interoceánico, porque están a cargo de jóvenes «emprendedores» morenitos y sus similares.

Se trata de una distorsión completa y compleja. En la larga tradición mexicana acceder al poder significa alcanzar el botín a saquear. ¿Repartió, sí o no, Andrés Manuel López Obrador el botín entre sus similares? En estricto sentido sí. Los programas sociales fueron la gasolina que potenció la maquinaria electoral, con la salvedad de que para que siga funcionando, los pobres deben seguir siendo pobres. Menos miserables sí, pero siempre pobres. El «pueblo bueno» sabe que hay nuevos chingones que se los chingan…pero ahora, por lo menos, se parecen a ellos.

La tragicomedia mexicana tiene como cereza del pastel a la dirigente nacional del partido de «izquierda», Morena, Luisa María Alcalde, solicitando a sus cuadros que, aunque puedan comprar y acceder a lujos, no los exhiban. No porque exista un compromiso real con la austeridad, sino porque la ostentación abierta puede erosionar la narrativa. Es la recomendación de una agencia de relaciones públicas, no de un «movimiento» político de izquierda: mantienen el privilegio, pero háganlo con discreción. Lujo silencioso, le dicen.

Por eso, cuando Andy López Beltrán escribe cartas defendiendo su derecho a vivir como ricos, no comete un desliz: reafirma el núcleo del discurso y exhibe por completo la falacia que instauró su padre y misma que conecta tan bien con la mayoría. ¿Por qué una persona de tez morena no podría viajar a Japón y visitar las tiendas más exclusivas? Su carta parecía gritar ¿Acaso sólo los blancos pueden ser corruptos?. La inmensa pequeñez de alguien que nunca ha logrado nada por sí mismo exhibida.

El riesgo es que este pacto implícito tiene fecha de caducidad. Funciona mientras cada viaje, cada reloj y cada cena de lujo puedan leerse como revancha de quienes se sienten históricamente excluidos. Pero si esa élite empieza a parecerse demasiado a la que desplazó -si sus formas, su distancia, su indiferencia se vuelven indistinguibles-, la narrativa se desploma. La memoria mexicana es corta, pero no infinita: el día que la gente sienta que los suyos ya no son tan suyos y dejaron de parecerse a ellos, buscará un nuevo chingón para que se chingue a quienes, otra vez, se los chingaron.

Y en ese momento, la pregunta de Paz volverá a abrirse: ¿quién me va a chingar ahora? La respuesta nunca ha sido «nadie». En México, como bien lo refiere Paz, esa opción no existe. La verdadera disputa política no es por eliminar la chinga, sino por administrar. Y, hasta ahora, la Cuarta Transformación sigue siendo la administradora preferida. El día que deje de serlo, la historia empezará de nuevo, con otro color, otro discurso, y la misma certeza de siempre: unos se chingan a otros. Es decir, natura humana a la mexicana.

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