Otorgan Premio Nacional de Periodismo a Delia Vergara

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  • Por su trascendente contribución en defensa de los derechos de las mujeres y la libertad de expresión
  • “Eran años revolucionarios y yo elegí para Paula la revolución de las mujeres”

Redacción

SemMéxico, Ciudad de México, 3 de octubre, 2025.- La periodista Delia Vergara, fundadora de El Diario de Cooperativa, recibió el Premio Nacional de Periodismo 2025, por «su trascendente contribución al periodismo como pionera en abordar desafíos como la libertad de expresión y los derechos de las mujeres».

De acuerdo con El Heraldo, El Diario del Maule Sur, el premio fue otorgado por su destacada trayectoria y su capacidad de comunicar con valentía los derechos de las mujeres, las limitaciones a la libertad de expresión, además de promover valores universales de respeto a los derechos humanos y la democracia», resaltó el Ministerio de Educación en sus redes sociales.

Revela que Delia Vergara, en 1977, en plena dictadura, llegó a Radio Cooperativa para poner en marcha el emblemático noticiario de la emisora, que partió como un programa de una hora, con lectura de boletines informativos y la inclusión de una veintena de comentaristas de actualidad.


En 1967 fundó la revista Paula, una publicación «transgresora en su época», de acuerdo con el Mineduc, ya que «relevó la importancia de la independencia de la mujer y expuso temas inéditos en medios como sexualidad, anticoncepción, incorporación de la mujer al mundo laboral, y necesidad de aumentar la dotación de jardines infantiles».

Aquí el texto completo del agradecimiento dado en la ceremonia por Delia Vergara:

Primero que nada ¡Gracias!

Gracias por estar aquí celebrándome. Gracias a las que me presentaron, especialmente a Paula Escobar, que como no tiene nada que hacer en la vida, se le puso en la cabeza presentarme al Premio Nacional. Gracias por el cariño, gracias por reconocer con este premio mi trabajo, que ha sido el verdadero amor de mi vida.

Algo en mí se completó, se tranquilizó, con el Premio Nacional. Las mujeres profesionales que trabajamos en esta cultura de hombres, generalmente quedamos con una duda: ¿lo estamos haciendo bien?

La duda ha sido más fuerte en las mujeres de mi generación, las que impulsadas por no sé qué duende evolutivo salimos resueltamente de la caja patriarcal.

Como niña del barrio alto hija de mamá moderna, entré al Villa María, en ese tiempo un colegio americano recién instalado en Chile, donde se estudiaba poquito. Aprendí a escribir a máquina con cinco dedos y a hablar inglés, pero no mucho más. Como estaba empeñada en entrar a la Universidad de Chile, después del colegio tuve que estudiar el curriculum chileno y rendir en el liceo 7 lo que en ese tiempo se llamaban los exámenes válidos.

Yo quería ser sicóloga, y en ese intento mi padre me salió al paso. “Lo que usted necesita es una terapia – me dijo – y si quiere estudiar, estudie periodismo. No le costó nada convencerme. Tenía razón sobre la terapia y sin duda el periodismo era lo mío.

Entré a la Universidad de Chile. Allí la niña del Villa María se descarrió, se dio cuenta de que existía otro Chile. En ese Chile me quedé para siempre.

En la Escuela de Periodismo conocí a Amanda Puz, amiga y posteriormente indispensable colaboradora. Con ella soñábamos que algún día haríamos una revista para las mujeres que verdaderamente las apoyara, en vez de seguir embolinándoles la perdiz con labores y frivolidades con tal que NO se movieran de la sumisión y el silencio.

Los deseos a veces se cumplen.

Perseveré en mi afán de ser periodista y con mucha suerte conseguí una beca para entrar a la Escuela de Periodismo para Graduados de la Universidad de Columbia en Nueva York. Ahí no se estudiaba, se trabajaba: se reporteaba y se escribía en inglés.

Me gradué en 1964.

¡Por fin periodista!

La suerte, o el destino, uno nunca sabe, me volvió a encumbrar cuando años después Roberto Edwards me ofreció crear la revista Paula. Accedí sin dudarlo ni un minuto. ¡Cómo no! En ese tiempo las revistas femeninas chilenas eran decimonónicas. Visualicé lo que sería Paula… una revista chilena, escrita por periodistas, temáticas que interesaran a mujeres reales, bellas fotografías de moda y decoración y una diagramación moderna en papel couché.

Armé un equipo pequeño de periodistas y diagramadoras y en Julio de 1967 apareció en los kioscos la revista Paula. Yo era la mayor de ese lote, y solo tenía 26 años. A ese equipo invité a Isabel Allende, que aburridísima trabajaba en la FAO. Isabel se inició en la Paula como periodista y escritora. Ella ha contado genialmente lo que fue la Paula de ese tiempo. Qué más puedo agregar yo, salvo el gozo de trabajar con ella y Amanda Puz, Malú Sierra y Constanza Vergara, todas periodistas de la Chile, todas de ideas avanzadas, haciendo una revista que sirvió y marcó a cientos de miles de mujeres.

La Paula de ese tiempo fue un fenómeno, la revista más vendida, y la más comentada por innovadora, lanzada y controvertida. Las mujeres corrían a comprarla, los hombres se las arrebataban para desentrañar ese misterio que para ellos eran las mujeres. Todo estaba al descubierto, nuestra intimidad, nuestros problemas, nuestras frustraciones, el abuso, la rebeldía a ese estado de cosas, las ideas de la fuerte ola feminista de los setenta.

Todo esto salpimentado con el humor de la Isabel, que en sus columnas trataba a los hombres de ´trogloditas´, unos pobres seres que no sabían vivir. Su humor arrasaba, era lo primero que se leía, y fue una eficaz herramienta feminista.

En el primer año ya vendíamos 80 mil ejemplares y más tarde llegamos a vender casi 120 mil. La Paula se llenó de avisos, la Editorial se llenó de plata y yo me di cuenta de que las chilenas no eran para nada conservadoras. Eran años revolucionarios y yo elegí para Paula la revolución de las mujeres.

Cuando veo a una abuela en las marchas feministas de hoy, pienso: ´debe haber sido lectora de Paula.´

Nadie nos controlaba en la empresa, éramos totalmente libres. “Con el éxito no se discute “, me dijeron un día. Los avisadores de esos años llenaban nuestras páginas. Eran distintos a los avisadores de hoy, que exigen y les permiten meterse en los contenidos.

El dueño de la empresa era nuestro fotógrafo de moda, o sea, era parte del equipo. Aunque sospechábamos que no leía la revista, sus bellísimas fotos de nuestra moda, sencilla, ponible, nada fashion, engalanaban la Paula y daban testimonio de su apoyo a nuestra línea editorial.

En 1973 nos golpeó el golpe militar.

El sueño de Paula se desbarató. Amanda e Isabel tuvieron que partir al exilio. Yo perdí la motivación y la alegría.

A comienzos de 1975, con lágrimas en los ojos, Roberto me dijo que la Paula no podía seguir como era. Lo que él ahora quería era una revista femenina, no una revista feminista. Yo tenía que partir. Me dolió, a pesar de las lágrimas de Roberto. Superamos por suerte ese mal momento, y seguimos amigos hasta su muerte.

Con la indemnización me tomé un año de relajo. Luego decidí encaminarme al periodismo político. Era 1976, los militares estaban desapareciendo y asesinando a cientos de chilenos, era indispensable enfrentar a la censura e informar.

Recurrí a mi cuñado Edmundo Pérez, connotado democratacristiano en ese tiempo, miembro del directorio de la Radio Cooperativa. Lo convencí de que la radio no podía seguir solo tocando música y emitiendo programas deportivos en plena dictadura. Había que jugársela e informar.

Discutimos la línea editorial. Recuerdo que le escribí al directorio un par de páginas argumentando de que el mejor servicio al país que podía hacer una radio de democratacristianos era NO hacer periodismo militante sino hacer periodismo a secas. Buen periodismo.

Así nació El Diario de Cooperativa, Desde sus inicios hasta ahora la Cooperativa ha seguido la línea que le imprimí yo.

Al comienzo fue un programa de solo tres horas que empezaba temprano. Teníamos la audaz pretensión de ser un diario de la mañana.

Como ominoso presagio de lo que sería mi trayectoria en la Cooperativa, el día que entré a trabajar asesinaron a Orlando Letelier. Y entre los muchos logros de nuestro equipo, descubrimos con nombre y apellido quiénes habían sido los asesinos.

El equipo era pequeño, unido y apañador. Descollaron las mujeres, que eran mayoría. Paty Politzer hizo ahí sus primeros pasos en periodismo politico; la querida Manola Robles llegó a dar clases de como cubrir sin sesgo la cruel economía que empezaba a instalar la dictadura; Marianela Ventura nos traía las noticias de la Vicaría, secuestros, desapariciones, horrores sin fin; Carmen Castro reporteaba Cancillería.

Los hombres cubrían el oficialismo militar, las bravuconadas de Pinochet, las tonteras de Merino, todo eso nos indignaba, pero lo informábamos tal como lo escuchábamos. El indispensable Willy Muñoz, subdirector en ese tiempo, ponía orden y formato radial al equipo permanentemente sobreexitado, y muchas veces asustado.

Porque claro, no era fácil. Eran años peligrosos, Manuel Contreras en la DINA… Teníamos a la DINACOS encima vigilándonos. Lidiar con ellos me tocaba a mí. Todavía resuenan en mis oídos sus telefonazos amenazadores, las citas perentorias al Ministerio del Interior y al Ministerio de Defensa. POR QUÉ HABLAN DE DESAPARECIDOS era el reclamo recurrente y majadero. “Díganme donde están y lo publicamos altiro”, les decía yo. No les tenía miedo.

Prácticamente a diario secuestraban gente y la Marianela o la Pamela Pereira llegaban corriendo a la radio con una copia del recurso de amparo antes de que naufragara en la indignante NO justicia de ese tiempo. Nosotros sin perder minuto lo voceábamos y así muchas veces salvamos vidas.

Inolvidable cuando el feroz coronel agente de la DINA Marcelo Moren Brito, me citó a una oficina en el subterráneo del Ministerio de Defensa, a la que me llevó un militar, fusil al hombro, por pasillos oscuros color verde. Moren Brito me sentó al frente, me gritoneó, y con espanto y asco reparé que le salía espuma por la boca.

No nos cerraron nunca los cuatro años que estuve ahí. A la radio Balmaceda sí la cerraron. Me enorgullezco de eso porque mi defensa ante los militares siempre fue: esto es el periodismo, mi deber es decir la verdad de lo que ocurre, acá no hay mala intención sino la necesidad de que la gente esté informada. Ustedes no pueden impedirnos eso. Y… salvaba.

Los dueños de la radio no me querían mucho porque se esfumaron los avisos y la radio empezó a perder bienes y mucha plata. Como consecuencia nos pagaban una miseria, además que nuestros jefes parecían no apreciar demasiado lo importante que era en ese momento, política y humanamente, darle voz y legitimidad a la izquierda perseguida.

Debo reconocer también que me dejaron hacer a mis anchas, y eso se los agradeceré siempre.

Cuando por fin decidieron invertir y convertir la radio en lo que es hoy, yo decidí partir. Estaba agotada. En los ´80 las cosas se empezaban a ver un poco mejor, entonces quise volver al periodismo para las mujeres.

Mi cuñado, nuevamente mi cuñado, quiso incursionar en el campo editorial y me ofreció hacer la revista que llamamos CLAN. Nos costó un año conseguir permiso para hacerla, porque los militares no nos creían que las intenciones eran femeninas y no políticas. Al final lo conseguimos, pero la revista apareció cuando despegaba la crisis de los ´80 y nos costó muchísimo sobrevivir.

La novedad que aportó CLAN fue abrir las temáticas del desarrollo personal y la ecología. Teníamos lectoras fieles, pero no suficientes y los avisos escaseaban. Después de unos pocos años tuvimos que cerrar. Fue mi primer fracaso. Ahí supe cómo duelen los fracasos.

La tristeza y la cesantía esta vez duraron poco porque un día bendito recibí un llamado de Rodrigo Egaña invitándome a trabajar en una campaña para apoyar a las ollas comunes. Había crisis y hambre, un 22 por ciento de cesantía en el país y un 50 por ciento de cesantía en las poblaciones. Llegaron a existir 500 ollas comunes en Santiago. Me alboroté con la oferta de Rodrigo porque era el trabajo que mi corazón necesitaba. Me había deslomado hacienda periodismo en dictadura y necesitaba un cambio.

Inolvidable la primera vez que llegué a reunirme con las pobladoras en la Olla Común Neptuno de Pudahuel. Fui a conocerlas muy confiada de mí y mis logros en la vida hasta que me senté con unas ocho dirigentas alrededor de una mesa pintada celeste. Ahí naufragó mi autoestima. Escucharlas contarme la situación que vivían y lo que hacían para paliarla me produjo una sensación de apocamiento tal que quedé muda. Recorrían constantemente el sector para detectar los casos de más necesidad, pedían mercadería en las ferias, huesos en la carnicería, estrujaban la magra capacidad de solidaridad de la población, hacían turnos para cocinar y alimentaban a alrededor de 120 personas todos los días. Para más remate tenían que lidiar con maridos machistas que protestaban porque salían de la casa.

Al comienzo no confiaban en nosotros. Pensaban que traíamos bajo el poncho algún interés político. Desconfiaban de los políticos de izquierda porque según ellas habían arrancado al exilio dorado dejando al pueblo abandonado pagando el pato.

Como comunicadora me di cuenta de que nadie mejor que ellas podía hablar por ellas. Lo mejor que inventamos en la campaña, lo más emocionante, fueron unos encuentros de las dirigentas de las ollas con los donantes. Los mezclábamos en mesas redondas provistas de vino, queso y pan y se producían verdaderos reventones de alegría cuando los que venían mayormente del barrio alto se encontraban con esas portentosas pobladoras.

Cuando llegó la transición a la democracia continué ese trabajo en el FOSIS. Ahí inventé las microprogramas, documentales de un minuto en que mujeres contaban sus experiencias de organización y pequeños emprendimientos para ponerle el hombro a la pobreza. Pasé diez años recorriendo Chile entero con un equipo de jóvenes audiovisualistas registrando esas pequeñas organizaciones de pobres. Hicimos más de cien microprogramas. Logré que los pasaran gratis en todos los canales de televisión. Fue alentador para ellas verse en las pantallas con su mejor cara. Porque el reclamo era persistente, me decían: “A la gente como nosotros nos muestran solo en las noticias de crímenes”.

Me acuerdo de esas mujeres de La Serena que lavaban ajeno. Cómo alucinaban con las lavadoras profesionales que les aportó el FOSIS. Por fin haían podido dejar de fregar ropa y en vez se sentaban a copuchar y a fumarse un pucho mientras las máquinas hacían su trabajo.

Esta feliz etapa de mi trayectoria finalizó abruptamente cuando Ricardo Lagos llegó a la Presidencia. Se le oyó decir: ¡“Lo único que se conoce del Gobierno es el FOSIS.

Se acabaron los microprogramas.

En los noventa hice también una incursión en la televisión con un programa para mujeres. Experiencia de dulce y agraz. Me maravilló el poder de la televisión como medio de comunicación, pero me espantó la cultura reinante en Televisión Nacional en ese tiempo. El programa se llamaba “Unas y Otras” y la idea era resaltar la fuerza de las mujeres, el aspecto del feminismo al que siempre he adherido.

El programa tuvo un promedio de rating de 16 puntos. Para un programa que se emitía a las 11:30 de la noche el rating era fenomenal. Sin embargo, cero reconocimiento y poquísimo respeto dentro del canal. Hacer el programa era carrera de obstáculos; conseguir buenos camarógrafos, buenos editores y horas decentes de edición era lucha diaria. La falta de respeto llegó a un momento cúlmine un día que dejamos el programa editado y listo para su emisión al día siguiente . Y ¡oh sorpresa! Cuando prendí la tele para verlo me di cuenta de que alguien a mis espaldas había censurado y recortado una excelente entrevista de Pamela Jiles a Alejandro Jodorowsky.

Hicimos una sola temporada y salimos arrancando.

Recorriendo estos recuerdos escogidos, no puedo dejar de mencionar el libro que escribí sobre mi maestra, la doctora Lola Hoffmann. Ya les mencioné que fui nacida y criada en la burbuja conservadora. No sé por qué, pero fui la única de mi familia que salió con una mente contestataria. En mi interior he acarreado siempre esa contradicción, y en un momento de crisis el perdí el norte. Pero ahí estaba Lola.

Cuando llegué lloriqueando a contarle mi drama ella me dijo: “Pero ¡qué valiente eres, y qué consecuente!” En esa primera sesión me dio vuelta los reproches que me hacía a mí misma, y me hizo entender que solo después de un naufragio era posible iniciar un camino diferente.

Durante años hice el camino con ella. Era difícil dejar la guía de esa mujer sabia, cultísima y feminista, que no enseñaba por boca de ganso, sino después que ella misma vivió y superó dramas parecidos.

Muchas veces quise hacer un libro/entrevista con ella, pero nunca me lo concedió. Sin embargo, cuando murió, mientras la despedía desolada sintiéndome huérfana en el Parque del Recuerdo, tuve una intuición potente: supe exactamente el libro que tenía que escribir sobre ella. Lo interpreté como una respuesta suya a lo que tantas veces me había negado.

Con ese impulso me puse a trabajar en “Encuentros con Lola Hoffmann”, un libro que lleva vendiéndose más de 40 años, que me ha dado la enorme satisfacción de compartir a la Lola con miles de mujeres.

Quiero terminar rindiéndoles homenaje las mujeres periodistas, que día a día empiezan a ser mayoría en los medios… A ellas mi admiración y respeto.

¡Sigan adelante mejorando el periodismo y el país!

Muchas gracias.

SEM/sj

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Homenaje a las Costureras del 19 de septiembre, 1985.



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A partir de este domingo 2 de marzo ofrecemos: una retrospectiva, a 50 años de la primera conferencia mundial de la mujer que se celebró en México, de los 30 años de la IV Conferencia Mundial de la Mujer, Beijing 1995 y todo lo que sucede y está sucediendo alrededor del 8M.


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