- Janal Pixán en Yucatán: se llena de altares, rezos y aromas de pib
- Te contamos cómo los mayas celebran, una de las tradiciones más antiguas de México
Brenda Marquezhoyos / Aderezo
SemMéxico/El Sol de México, Yucatán, 7 de octubre, 2025.- En Yucatán, cuando llega finales de octubre, el aire se espesa con olor a humo, naranja agria y masa recién molida. Las calles parecen calmarse, pero lo que se prepara no es una simple cena ni un festival turístico, es Janal Pixán, el banquete de los difuntos. Aquí la muerte no asusta; se invita, se sienta a la mesa y, si se porta bien, hasta repite plato.
Mientras en otros rincones de México se compran calaveritas y se llenan los altares de papel picado, los yucatecos entierran su ofrenda —literalmente— en la tierra caliente del Mayab. Es el momento en que la frontera entre el mundo visible y el invisible se disuelve en aromas de hojas de plátano, humo y nostalgia.
El origen: cuando comer es recordar
El Janal Pixán —que en lengua maya significa “comida de las almas”— es mucho más que una celebración, se trata de un código de convivencia entre los vivos y los muertos. En la cosmovisión maya, la muerte no es un fin, sino un tránsito, una estación en el viaje del alma. Por eso, durante estos días, los pixanes (espíritus de los difuntos) vuelven a casa, atraídos por el aroma de la comida, las velas encendidas y el murmullo de los rezos.
Los altares, conocidos en algunas comunidades como paaltas, se preparan con un cuidado casi ceremonial. Se colocan velas para alumbrar el camino, agua para calmar la sed de las almas, flores para darles la bienvenida y, por supuesto, los platillos que amaban en vida. En Yucatán, el amor se expresa con maíz, fuego y tiempo, todo lo que requiere un buen mucbipollo.

Tres días, tres mundos
El Janal Pixán se vive en tres actos, como si fueran capítulos de un mismo relato espiritual.
31 de octubre – U hanal palal: El banquete comienza con los niños. Los altares se llenan de colores vivos, dulces, juguetes y frutas. Es un día de ternura, se cree que los pixanes infantiles regresan primero, y hay que recibirlos con alegría, no con lágrimas.
1 de noviembre – U hanal nucuch uinicoob: Llega el turno de los adultos. El ambiente se vuelve más sobrio, las ofrendas más complejas: herramientas, prendas, cigarros, licor, guisos con sabor fuerte. Es un momento de respeto, de conversación íntima entre generaciones.
2 de noviembre – U hanal pixanoob: El cierre es la “misa pixán”, día de visitar panteones, encender nuevas velas y compartir rezos. La comunidad se reúne para acompañar a todas las ánimas, en una mezcla de solemnidad, nostalgia y gratitud.
El sabor del más allá
Si hay un protagonista culinario del Janal Pixán, ese es el mucbipollo, o pib. Su preparación es un acto colectivo y simbólico, se elabora con masa de maíz rellena de carne de cerdo o pollo, achiote, jitomate y epazote, todo envuelto en hojas de plátano. Luego se entierra bajo tierra, en un horno de leña cubierto con piedras calientes.
El resultado es un tamal gigante de sabor terroso, ahumado y profundamente reconfortante. Cocinarlo toma horas, pero el ritual importa tanto como el sabor: al abrir la tierra y sacar el pib, se libera un aroma que, según la tradición, guía a los espíritus hacia la mesa.
Junto al pib se colocan otros
elementos imprescindibles: atole nuevo, jícamas, naranjas, mandarinas, dulces de papaya o coco, ruda, incienso y agua. Cada uno tiene un papel simbólico; el fuego ilumina, el agua purifica, el perfume atrae, la comida recuerda.

El “ochavario” y la despedida prolongada
Aunque la mayoría cree que el ritual termina el 2 de noviembre, en muchas comunidades yucatecas se celebra el ochavario o bix, ocho días después. Es una especie de “posdata espiritual”: una última reunión para despedir a las almas que ya deben regresar al más allá. Se ofrecen tamales sencillos, rezos y flores, en una atmósfera de calma y gratitud.
Es una manera de decir: “gracias por venir, nos vemos el próximo año”.
También, se cuenta una leyenda de una aldea al sur de Yucatán que había un hombre escéptico, terco y burlón. Mientras todos preparaban sus altares, él repetía: “los muertos no regresan”. Esa noche decidió quedarse despierto para demostrar su punto. Pero cuando la luna llegó a su punto más alto, escuchó pasos suaves, voces infantiles y el olor inconfundible del mucbipollo.
No vio nada, pero el aire se llenó de una presencia invisible. Al amanecer, salió al patio y encontró sobre la mesa un pequeño juguete de madera, húmedo por el rocío. Desde entonces, cada año prepara su altar con devoción, convencido de que el amor —aunque no se vea— siempre encuentra el camino de regreso.
Una forma de mirar el mundo
El Janal Pixán es una costumbre y un reflejo de la cosmovisión maya. Cada objeto en el altar, cada plato y cada vela son parte de un sistema de creencias donde el pasado y el presente conviven.
Celebrarlo es afirmar que la muerte no rompe los lazos familiares, sino que los transforma. Que los recuerdos también se alimentan. Que el linaje se honra con comida, oración y tiempo compartido.
En Yucatán, los vivos no temen a los muertos, los esperan. Porque saben que cada noviembre, entre el vapor del pib y el aroma de las flores, lo invisible se hace tangible y la memoria vuelve a tener sabor.
…
Brenda Marquezhoyos
Siempre fan de los datos curiosos. En Aderezo.mx está aprendiendo a moldear sus papilas gustativas. Además de comer –y decirte dónde–, también hace recomendaciones de cine y música. Yes, chef!
SEM/El Sol de México/bm