Un repaso a la historia de las maestras mexicanas
Elvira Hernández Carballido
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 13 de mayo, 2021.-Escriben en el pizarrón, preparan sus clases día con día, pero también han luchado por mejores salarios y el reconocimiento justo. Han participado en momentos significativos de la historia de México. No dejan su apostolado, su pasión, su compromiso. Son las maestras mexicanas. Hoy les invito a conocer algunas de ellas, representativas en otras épocas, presentes por siempre en nuestra memoria.
La primera que quiero mencionar en este recuento es a Mateana Murguía (1856- 1907), quien además de haber quedado al frente de varios colegios, escribió en el semanario “Violetas del Anáhuac”, siempre con una postura crítica, destacó por un texto donde denunció la desigualdad entre los salarios por cuestiones de género:
“Por una disposición que no nos atrevemos a calificar, los profesores disfrutan de $60. y las profesoras solo perciben 45!, y aunque los $60. no son tampoco suficientes para atender a los gastos de una familia, que además de alimentación necesita lavandera, criados, ropa, calzado, etc., 45 lo son mucho menos”.
A pesar de su indignación y de asegurar que abogaba por “la mujer que trata de emanciparse por medio del trabajo”, solicitó al Ayuntamiento de manera humilde que se les asignara, cuando menos, a las directoras de las escuelas municipales un sueldo igual al de los profesores. Argumentaba que las profesoras únicamente podían vivir con el sueldo que este les ofrecía, pues había varias dificultades si alguna maestra deseaba ganarse la vida desempeñando otro tipo de tareas que, a pesar de estar relacionadas con el magisterio, no eran sencillas de llevar a cabo por las siguientes cuestiones:
“Como dijimos antes, estos [los profesores] no cubren las necesidades con la cantidad que perciben; pero tienen al menos la posibilidad de salir por la noche a dar lecciones a domicilio pudiendo llegar por este medio otros recursos; pero las profesoras, casi todas jóvenes mientras su debilidad no esté suficientemente respetada por la cultura de nuestros compatriotas, no se atreven a salir de su casa para volver a las 8 o 9 de la noche, pues bien saben que en el camino se encontrarán mil impertinentes que las importunen y disgusten; además el trabajo intelectual y físico que han sostenido todo el día agota sus fuerzas y no les deja ánimo para una nueva tarea.”
Fue tan cierta su inquietud por el profesorado de México, que el 10 de marzo de 1889 publicó también una carta donde informaba sobre la crueldad que se había cometido con varias profesoras pues, de forma humillante, les habían restringido su sueldo de 60 pesos a 45, y si con el primero a duras penas sobrevivían era obvio que el segundo sería más que insuficiente. Decidida exigió a la Secretaría de Educación que nulificara esa disposición, mencionó que los profesores hombres tenían como alternativa dar lecciones a domicilio más no así las maestras, “porque en México es todavía un delito que una señorita ande sola por la noche y además el trabajo que la obliga a tener en constante actividad todas sus facultades no le deja ya fuerzas para entregarse a nuevas tareas”. Fue así como una profesora y periodista del siglo XIX, Mateana Murguía levantó la voz por sus colegas.
Una propuesta interesante en el contexto educativo fue la de Concepción Gimeno (1850-1919), que fundó el semanario “El álbum de la mujer” y en el siglo XX colaboró en otras publicaciones, entre ellas “La mujer mexicana”. Siempre con una mirada analítica y crítica, su perspectiva siguió latente en este espacio donde sobresalió uno de sus textos que proponía el término feminología o ciencia filosófica de la mujer, así como la creación de una universidad femenina:
“Feminología es la historia del sexo femenino, manifestando la representación que ha tenido en todos los pueblos y épocas, tanto en la religión como en la ley, la poesía, el arte y la vida social. Mientras que una universidad de la mujer permitirá entrañar sus recursos con que contrarrestar las desdichas privadas y el mal ejemplo de una sociedad entera que no siempre ha creído en ella. El feminismo debe ser ya una realidad”.
Ella advertía que el feminismo no significaba masculinizarse, sino reconocer la presencia femenina en todos los ámbitos sociales, presencia que continuaría utilizando “la coquetería y la gracia para vencer al Sansón social”, pero que jamás adoptaría los defectos ni el comportamiento de los hombres. No quería los extremos, incluso rechazó rotundamente al personaje de Nora en la obra de teatro Casa de Muñecas de Visen: “No podemos romper abruptamente con lo que ha sido nuestra vida -aseguraba Concepción Gimeno- porque después ¿Quién seremos?”.
Durante el movimiento revolucionario, muchas de ellas se unieron a la causa, apoyaron a su manera y con sus posibilidades a cada caudillo. Se arriesgaron no solamente a llevar correspondencia o planes, sino también armas. Es muy emotivo, pero también muy loable la manera en que Julia Nava (1893-1964) engañó al ejército mientras trataba de entregar un arsenal a los zapatistas según un testimonio recuperado por Mayo Murrieta:
“…escucharon varios balazos, el capitán enfurecido y con el temor de ser acribillado sacó su pistola y disparó contra la barca llena de maestros.
- ¡No dispare! ¡Somos maestros! – se oyó la voz de Julia entre enfurecida y suplicante. El capitán guardó su arma y ordenó otra vez:
- Bájense, desgraciados traidores, los hombres al paredón y las mujeres al cuartel-. De la barca salían gritos clemencia. Julia, al frente de sus compañeros, encaró al militar:
- Capitán, qué hemos hechos para que nos trate así de alevoso. Somos maestros que huimos de la Ciudad de México, vamos a nuestros pueblos. No somos ni carrancistas ni zapatistas ni nada, somos normalistas en servicio, pero han cerrado las escuelas, por eso nos vamos. Aquí, ninguno de nosotros porta armas.
- ¿Cómo me prueba que son maestros? – reclamó el capitán.
- Con esto-. Y Julia sacó de su pecho el título de normalista y se lo mostró.
Maestra normalista del estado de Nuevo León – leyó el militar en voz alta… Normalista de Monterrey, ¡chóquela somos paisanos!”
Después del movimiento revolucionario, muchas maestras mexicanas se unieron al llamado de José Vasconcelos para alfabetizar al país. Cargadas solamente de sus cuadernos, libros y gises visitaron los poblados más lejanos para llevar su apostolado. Desgraciadamente no fueron bien recibidas en muchos lugares por mitos y rumores que metían miedo a la gente y la creencia de que deseaban cambiarlos, alejarlos de dios y usarlos para fines siniestros. Fue así como enfrentaron la violencia, algunas entregaron la vida en este compromiso total de la enseñanza como lo narró en una de sus crónicas la gran reportera Elvira Vargas (1906-1967):
“María Guadalupe Río de la Garza, maestra rural en San Jerónimo, Jalisco, modestamente vestida, la cabeza cubierta con un chal negro, aun impotente para contener las lágrimas nos dijo: “Mi hermana María Elena y yo fuimos víctimas de doscientos bandoleros que atacaron nuestra casa, la que defendimos hasta el último momento; pero al fin, durante la noche, nos sacaron y golpearon, diciéndonos que éramos ateas, con tratos con el diablo, nos llevaron al monte. Mi hermana estaba a punto de ser madre. Después de golpearnos y humillarnos, se ordenó que nos fusilaran. La obscuridad me protegió y pude correr entre la hierba, herida. Mi hermana fue asesinada, la mutilaron horriblemente. María Guadalupe no puede, cuando relata estos hechos, contener los sollozos. Alrededor de ella, un grupo de periodistas y de maestros rurales sentimos la tragedia viva de estos apóstoles de la Revolución”.
¿Cuántas historias más podemos encontrar de las maestras mexicanas? Sin duda, muchas más, siempre presentes en cada época, siempre atentas a enseñar, pero también a luchar. Nada como recordarlas, nada como no olvidarlas.