Miguel Ángel Romero Ramírez*
SemMéxico, Cd. de México, 19 de febrero, 2025.-Desde su fundación en 1961, USAID ha sido una herramienta clave del poder blando (soft power) estadounidense. Más allá de la ayuda humanitaria, su financiamiento en salud, desarrollo y estabilización política ha consolidado la influencia de Estados Unidos en regiones estratégicas. Con su desmantelamiento, la Casa Blanca no solo destruye un pilar de su diplomacia, sino que renuncia voluntariamente a su capacidad de moldear el mundo e instalar valores sin recurrir a la fuerza.
Durante las últimas semanas, la administración Trump ha llevado a cabo un plan drástico para reducir la plantilla de USAID de más de 10 mil personas a apenas 290. Esta purga no responde a un cálculo estratégico, sino a una arcaica ideología que ve la cooperación internacional como un despilfarro en lugar de una inversión. La retórica de «American First» ha pasado de ser un eslogan de campaña a una estrategia de aislamiento, dejando espacios abiertos que están por llenar China y Rusia.
El pretexto de Trump y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), dirigido por Elon Musk, es el ahorro. Sin embargo, USAID representaba menos del 1% del presupuesto federal. Su impacto, en cambio, es incalculable: desde la lucha contra el VIH, malaria, hasta la respuesta a hambrunas y desastres naturales. En lugar de una política exterior potente, Trump está cediendo terreno a China, cuya Iniciativa conocida como la Nueva Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés) ofrece financiamiento sin condiciones democráticas, permitiendo que regímenes autoritarios prosperen sin interferencias. Más de 150 países se inscriben en dicha ruta estratégica.
Mientras en Washington los líderes políticos debaten sobre «derroche y mala administración», Beijing diseña planes estratégicos de expansión geopolítica. ¿Estados Unidos está obligado a ayudar a millones de personas que no son sus ciudadanos fuera de su país? La respuesta concreta es no; sin embargo, ese liderazgo sí tenía implícito, con todo lo perfectible que puede ser la democracia estadounidense, que ciertos países considerados como en riesgo y vulnerables tuvieran acceso a financiamiento para salvar millones de vidas y empujar la democracia liberal como la mejor forma de gobierno.
Para muchos especialistas, el suicidio del soft power yankee que lideran Donald Trump y Elon Musk, bajo una lógica aislacionista se alinea, paradójicamente, con los esfuerzos expansionistas de China y Rusia, naciones autoritarias que aplauden la nueva dinámica en la que la potencia global de occidente se restringe a sus fronteras y cede influencia en el circuito internacional.
En América Latina, México es uno de los países donde esta decisión tendrá repercusiones profundas. La presidenta Claudia Sheinbaum celebró la eliminación del financiamiento de USAID, acusando a la agencia de financiar opositores. Sin embargo, la realidad es más compleja.
Durante décadas, USAID ha trabajado con gobiernos mexicanos a nivel federal y estatal, incluyendo la administración de Andrés Manuel López Obrador y entidades gobernadas por Morena, impulsando programas de derechos humanos, transparencia y desarrollo. Incluso muchos de sus hoy altos funcionarios incrustados en dependencias como Secretaría de Economía, Secretaría del Trabajo, la propia Fiscalía de la República o la Sedena, han sido beneficiarios de programas de capacitación y asesoría técnica.
En 2024, dicha agencia destinó 77.7 millones de dólares a programas en México, de los cuales 44.3 millones fueron dirigidos a proyectos de democracia, derechos humanos y gobernanza. Organizaciones de la sociedad civil recibieron 6.6 millones de dólares para fortalecer su capacidad en temas de transparencia y rendición de cuentas. Su eliminación amenaza el trabajo de medios de comunicación independientes, iniciativas anticorrupción y programas de protección a periodistas en uno de los países más peligrosos para la prensa.
El periodismo libre, un pilar de la democracia, se debilita cuando las fuentes de financiamiento se secan. El cierre de USAID no solo afecta a México. Organizaciones internacionales, como Reporteros Sin Fronteras, han advertido sobre el peligro de recortar estos fondos. En 2023, financió la capacitación y apoyo de 6 mil 200 periodistas en todo el mundo y respaldó a más de 700 medios independientes. Su desaparición debilita la transparencia en países con instituciones frágiles y gobiernos con tendencias autoritarias, como lo es México.
Este desmantelamiento, en lugar de fortalecer la expansión de la democracia liberal como el mejor modelo de gobierno, abre la puerta a narrativas controladas y censuradas por los gobiernos autoritarios en turno. El repliegue de USAID tiene implicaciones más amplias.
USAID no solo beneficiaba a los países vulnerables o en riesgo, salvando de la malaria a 500 mil personas al año o previniendo la muerte prematura de 740 mil personas con VIH en cuatro años, según informes; sino también era una herramienta de influencia geopolítica. Su desaparición deja a Estados Unidos más débil y aislado en un mundo más hostil y complejo.
China no necesita fortalecer o actualizar su estrategia también conocida como la Nueva Ruta de la Seda, solo necesita estar presente en donde Estados Unidos comience su repliegue. Mientras Washington destruye sus propios mecanismos de soft power, Beijing tiene más espacio para avanzar.
*Originalmente publicada en La Lista