¡Ay mamita!

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Sylvia R. Torres                                

SemMéxico. Nicaragua. 2 de junio de 2020.- Una celebración importante con duelos dobles. La masacre ocurrida en esta fecha hace dos años nos robó el sentimiento de fiesta, y ahora nuevamente el Día de las Madres tiene tintes de luto por la pandemia del COVID-19. No obstante, aunque vivimos tiempos difíciles esta es una oportunidad para reflexionar sobre las relaciones que tenemos con las mamás. 

Quienes tenemos la dicha de contar con nuestras progenitoras, llegamos a otro 30 de mayo, esta vez añorando tener el súperpoder para meterlas en una burbuja donde no les falte nada ni entre el tal virus. De igual manera ellas quisieran hacerlo con toda su descendencia. Además, muchas estamos cuidándolas desde nuestra ausencia debido a la cuarentena o al confinamiento que nos hemos autoimpuesto para protegernos. 

No importa la edad que tengan, madre solo hay una, y a veces parece que la nuestra contiene o encierra a todas las madres del mundo. La misma que existe, nos controla, critica o cuida, está pendiente de tus enfermedades, de tus tristezas  o alegrías, y el día que no te reportás o lo haces muy tarde, llama a todas tus amigas temiendo lo peor, para luego pegarte la real regañada cuando te aparecés con la pinche explicación de que dejaste el celular en el carro o se te descargó la batería.                       

Se dice que al final de la vida, las mujeres terminamos comportándonos como lo hicieron nuestras mamás. La antropóloga feminista Marcela Lagarde ha dicho que, al ser nuestra primera relación con otra mujer ─y generalmente con quien somos más cercanas─ esta relación marcará la manera con la cual nosotras nos relacionamos con otras mujeres.                  

Mientras crecemos pasamos a identificar a nuestras madres como seres todopoderosas y temidas y nos rebelamos contra su poder, y en muchas ocasiones terminamos convirtiéndonos casi que en ellas mismas. Un magneto pegado en la refrigeradora de la casa de una amiga decía, según mi traducción del inglés, “espejo en la pared, después de todo soy como mi madre (mirror, mirror on the wall, I am like my mother after all)”. Hay muchas mamas que rechazan ese tránsito de las hijas cuando las empiezan a maternizar. Ahí sí, dejemos de fregar.

La relación de las mujeres con sus hijos e hijas en general es compleja. Pero según Lagarde, la relación entre mujeres, madre e hija es todavía más compleja. A veces hay rivalidad, otras colaboración, idolatría o rechazo. Dice la antropóloga, que para una hija su madre es su doble, como un espejo, y al mismo tiempo es otra. En el modelo de maternidad patriarcal dominante la madre quiere imperiosamente a la hija, pero también puede ser hostil hacia ella. 

Muchas madres imponen a su hija su propio destino, que alcancen los logros que ellas pudieron conseguir o no consiguieron, y, sobre todo, quieren evitar a toda costa que sufran lo mismo que ellas. 

La sentencia de una mamá puede ser definitoria en la vida de una hija, tenés manos de pianista, aloo, aunque nunca te acerques a un piano te reafirma, y si es negativa, qué bruta,  la marcará de por vida y la hija se la cobrará hasta el último día. En muchos casos, las ofensas o carencias de las madres hacia las hijas resultan mucho más dolorosas que aquellas inferidas por otros parientes, incluyendo a padres violadores, por ejemplo, porque se le reclama más fuerte a la madre que la traicionó al no protegerla como víctima.    

El comportamiento de una hija, agrega Marcela, prueba la exitosa feminidad de la madre, porque el sistema de valores no solo vuelve sagradas a las madres, sino que cobra a las mujeres cualquier comportamiento que se salga de la norma. También les cobra los problemas derivados del trabajo de cuido. Cuando una niña o un niño se pierden, accidentan o viven abuso lo primero que reclama el público es ¿dónde estaba la madre? en negrita y con indignación.

Está sacralización de la imagen materna resulta problemática porque las exigencias son infinitas. Se supone que el amor de una madre debe de ser incondicional y perdonar todo, hasta un crimen. Una vez, mientras esperaba en un refugio para niñas víctimas de violencia, una mujer lloraba porque el vecindario la acusaba de ser mala madre, por haber echado preso al hijo que violó a su hermanita.                      

El hito fundamental es que la madre tiene como función social construir el género femenino en su hija. Tiene la obligación de hacerla mujer, una obligación social, política y sancionada moralmente por la sociedad. La mejor policía del patriarcado es la maternidad, dice Marcela Lagarde, aunque hay muchas mujeres ejerciendo maternidades distintas.

Por las buenas o por las malas, mucho de lo que logramos lo debemos al ejemplo de nuestras madres. La resiliencia, el sentido de justicia, muy particular como cuando si uno de los hermanos hacía una travesura, toda la marimba salía castigada. Aprendimos de ellas a pararnos frente a las injusticias, a leer, cocinar, estudiar, trabajar. La lista es interminable. Somos fuertes por nuestras madres, y a veces en oposición a ellas.

Pero así como otras contradicciones en las cuales hay un sujeto que domina y determina a otro que supone inferior, solo se resuelven cuando se equilibran las relaciones de poder y ambas parte se reconocen como sujetas. Es importante entender esta tensión porque dice Marcela que, si no resolvemos los problemas en nuestra relación con las madres, vamos a pasar por la vida asumiendo con otras mujeres roles de hijas o roles de madre.

De esta manera, ella explica que algunas mujeres pasan por la vida esperando que las demás le resuelvan sus problemas o decidan por ellas, mientras que otras se realizan felizmente mandando y controlando la vida de las demás. Ambas podemos ser insoportables. Así que este 30 de mayo es propicio para que, si tenemos cuentas pendientes con nuestras madres, las resolvamos, y de paso resolvamos las relaciones con las otras mujeres, incluyendo a  las hijas, quienes las tienen. 

Este Día de las Madres, si tenemos mama, aunque sea por teléfono o mejor por teléfono o desde la puerta, si no vivimos en su casa, hablemos con ella. La irresponsabilidad con que el Gobierno ha manejado la pandemia, nos tiene en alas de cucaracha, la incertidumbre de si nosotras o alguien querido estaremos afectadas o no por la peste, es algo que no nos deja dormir en paz, y las arbitrariedades rampantes en la sociedad nos empujan al calor de la familia. Esta celebración que debería de cambiar de fecha es una excusa para agradecer y celebrar la vida de las que nos parieron o criaron, o de hablar con franqueza los nudos que todavía no se sueltan. 

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