Elvira Hernández Carballido
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 24 de septiembre, 2025.- Cada simulacro una herida que se vuelve a sentir. Cada aniversario, un minuto de silencio. Quienes vivimos los terremotos de 1985 y 2017 no olvidamos. En mi libro La Llanera Loquitaria, donde recupero momentos de mi infancia quise atrapar en esas evocaciones del ayer un relato que hace referencia a los temblores y justo ante la conmemoración del 19 de septiembre, fecha simbólica de estos fenómenos naturales ocurridos en nuestro país, les comparto lo siguiente:
Sí, yo era una niña pequeña; pero evoco con total claridad la impresión de estar moviéndome sin iniciativa propia, y que el mundo girara en torno a mí. Esa primera vez que sentí un sismo. Fue una mañana cuando escuché los gritos de mi mamá: ¡Está temblando, está temblando! La puerta de nuestra habitación se movía por sí sola, rechinaba como en la casa de los sustos. Mis hermanas y yo nos abrazamos, mi papá trataba de calmarnos. El foco se mecía alocado, los cortineros parecían querer zafarse de su lugar. Los cuadros oscilaban como péndulo de reloj acelerado. Imposible no espantarse. Niñas, niñas, vamos a hincarnos, Virgen Santísima. Recen, recen, que Dios tenga piedad de nosotros —aconsejaba mi madre con gran nerviosismo. Puse mis manos en el pecho y oré con verdadero fervor. Mi mamá repetía una y otra vez el Padrenuestro. Entonces, llegó la calma. Largos suspiros de alivio, llanto, y el abrazo familiar que tanto necesitábamos.
Ya en la noche, durante la cena, nos platicaron del 28 de julio de 1957, cuando un terremoto provocó la caída del Ángel de la Independencia. Fue impresionante, aseguraba mi papá, ver en la primera plana de todos los periódicos esa gran figura tan simbólica estar totalmente fragmentada, su bello rostro rasgado, sus alas desplumadas. El terremoto despertó abruptamente a toda la ciudad, eran como las dos de la mañana. En la oscuridad”, no olvida mi padre, “sólo se escuchaban los rezos de mi mamá”.
Fue así como aprendí que en cada temblor debía hincarme y rezar. Aunque luego mi tío René dijo que debíamos ponernos debajo del marco de una puerta para protegernos con seguridad. Empezamos a hacerlo, pero arrodilladas y orando.
En el terremoto de 1985 la voz asustada de mi madre nos despertó: ¡Está temblando, está temblando! El movimiento era tan fatal que ni siquiera podíamos arrodillarnos, pero nos unimos con fervor a los rezos de mi mamá. Cuando el movimiento por fin se detuvo, tratamos de seguir con la rutina. Después nos enteramos que se habían caído muchos edificios, que murió mucha gente. Fue uno de los días más tristes de mi vida.
Otro 19 de septiembre nos vuelve a sacudir, pero ahora en 2017. Nunca olvidas lo que hacías el día de un terremoto. Yo estaba en las Torres de Rectoría de mi universidad. Otra vez ese mareo, esa duda y esa certeza: Señor Rector, está temblando. Salgamos de aquí, Elvira. Descendemos y los nervios me hacen mezclar las frases del Ave María y el Yo Pecador. Pero, no dejo de repetir todas las plegarias que memoricé desde niña.
Ha pasado tanto tiempo y la intuición de orar durante un sismo no he podido quitármela de encima. Es ahora mi hijo quien trata de hacernos reaccionar. Cariñoso, le dice a su abuela, nada de arrodillarse, debemos evacuar el edificio. Tranquilo me dice: afuera rezas, salgamos con cuidado de aquí…Y yo, tomada de su mano, voy segura de que ya recé mil padres nuestros.