Elvira Hernández Carballido
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 30 de abril, 2025.- Todas éramos niñas que lucían uniforme de cuadritos rojos y blancos. Niñas de largas trenzas o chinos alborotados, cargando sus mochilas de cuero o luciendo morrales de lana. Sonrisas de chocolate y perfume con aroma de caramelo. Si jugábamos a la víbora de la mar nuestros gritos de sirena se escuchaban porque éramos atrapadas por la “vieja del otro día, día, día”. Al brincar cada una su cuerda se formaban mil arcoíris en el patio escolar. El juego del resorte nos volvía equilibristas de pies mágicos al crear envidiables rutinas.
Adoraba admirar ese paisaje cuando estudiaba en la primaria 18 de marzo, escuela que en el turno matutino era el cielo de las niñas; mientras que, en el vespertino, el “infierno” de los niños.
Todas coincidíamos que no había nada mejor que ese ambiente femenino de calcetas blancas hasta la rodilla y zapatos del Taconazo Popis. Muñequitas de recortar escondidas entre las páginas de nuestros libros y que intercambiábamos con verdadera ilusión. Preferíamos las paletas de grosella porque nos coloreaban coquetamente los labios. Las palmas de nuestras manos chocaban unas contra otras mientras cantábamos: “por aquí pasó un caballo con las patas al revés…” Por las mañanas, en lo que llegaba la profesora al salón, nos poníamos a platicar sobre lo que habíamos visto en la tele y una vez no me creían que, por ser mujer, Karen Carpenter era quien tocaba la batería en Close to you.
El 30 de abril se hacía un desfile colorido por la calle de Bustillos. Nos dejaban llevar al salón nuestra muñeca nueva el día de los Reyes Magos. Bailes hawaianos o pasos de ballet el 10 de mayo. Niñas vestidas de charro el 15 de septiembre. Mi papá me pintó bigotes y me prestó una de sus corbatas cuando me tocó representar a Lázaro Cárdenas en un aniversario más de la expropiación petrolera.
Lupita Cuevas de León era mi mejor amiga, su mirada esmeralda brillaba detrás de sus anteojos de gran aumento. Olivia Vargas y su diente roto, se lo quebró cuando fue a dar contra un pupitre mientras jugaba coleadas. Lucy Chávez y sus caireles de infinitas espirales. Nunca pude ganarle a Olivia Rivera Carmona, ella obtenía siempre el diploma de primer lugar en aprovechamiento escolar. Eso sí, en atletismo nadie podía vencerme. Se negaban a jugar futbol, mi deporte favorito, alegaban que eso era cosa de niños. Logré convencerlas al enseñarles a patear el balón y celebrar un gol lanzando besos al aire o bailando twist. Terminaban los partidos bien chapeadas, despeinadas y entusiasmadas.
Fui la consentida del maestro José Luis por memorizar primero que nadie las tablas de multiplicar. Él me pedía recorrer la fila de bancas para calificar las tareas de cada niña, generosa corregía los errores matemáticos para que nadie reprobara.
Cuando iba en cuarto grado enfrenté a la profesora Gloria que injustamente castigó a unas compañeras. Las defendí, aunque no eran mis amigas. La maestra nos corrió del salón y, perversa, ese día aplicó un examen. Tragedia griega en mi casa, lo peor que podíamos hacerle a mi madre era que en nuestra boleta apareciera un cinco en tinta roja. Ella no me dejaba explicarle lo que había pasado, furiosa jalaba mis cabellos. Por suerte, llegó mi papá, tranquilo le pidió dejarme a solas con él. Entre hipos y lágrimas le conté lo ocurrido. Nunca vi a mi padre más guapo como ese día que entró a nuestra aula, fue a reprocharle a la maestra lo injusta que había sido. Todas se sorprendieron, un papá jamás se aparecía por nuestra escuela. La maestra le dijo: Señor, Elvirita no debería ser defensora de causas perdidas. Él le respondió: Solo las niñas buenas defienden causas perdidas y mi hija es una niña muy buena. Debería saberlo.
Pese al cinco en mi boleta, terminé el año escolar otra vez en el cuadro de honor. Sin embargo, ese fin de cursos fue diferente. Yo estaba muy tranquila, pero cuando le dije a Lucy que me cambiaba a otra escuela de inmediato sollozó. Olivia reclamaba pues ahora quién la iba a motivar para ser la mejor alumna. Los bellos ojos de Lupita se inundaron de agua salada. Preguntas y llanto por todo el salón: ¿Quién nos ayudará con las tablas de multiplicar? ¿Quién nos hará jugar futbol? ¿Quién me defenderá para que no me digan chimuela? Una nueva casa me esperaba, muy al sur de la ciudad, ya no viviríamos en Algarín, nos íbamos hasta Portales. Un abrazo grupal y llanto compartido cerró mi ciclo en la inolvidable 18 de marzo.