Bellas y airosas | La filosofía de Paquita

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Elvira Hernández Carballido

Para Francisca Robles, cómplice de vida.

SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 19 de febrero, 2025.-Este 17 de febrero de 2025 Paquita la del Barrió murió y ante esa noticia la letra de sus canciones me llegó como un viento iracundo, provocador y festivo. Hace 23 años fui a visitarla a su casa en la colonia Guerrero persuadida por mi amiga Francisca Robles, ella me aseguraba que debía escucharla, no para compararla con una propuesta feminista, sino para aproximarme a otro tipo de filosofía, ingenua y popular, surgida de un barrio que, ante las experiencias del amor y desamor, así, sin calificativos, sanaba el alma de muchas mujeres.

El espectáculo que presencié aquella noche de marzo de 2002 me dejó fascinada. Nadie imitaba a un hombre, no se brindaba por algún inútil con odio, más bien latía la certeza de que podían ser olvidados, que lograríamos sacarlos de nuestro corazón con tequila en mano y repitiendo hasta la ignominia: ¿Me estás oyendo, inútil? Surgió en mí la certeza de que no era malo enamorarse y dejar de amar, que era sano ilusionarse y muy normal desilusionarse, que una noche podía llorar y siempre tener a mis amigas a un lado mío para apapacharme. Todas las mujeres que le hacían coro a Paquita me lo demostraban con el ambiente que hicieron surgir en ese escenario de boleros y canciones rancheras.

Por eso escribí para FEM una crónica de esa experiencia. Sí, ya pasaron 23 años, pero no siento lejanas ni ajenas las impresiones que Paquita y su público me provocaron hace ya dos décadas y cachito. Hasta me dieron portada en la revista. Así, la Elvira de principios de siglo XX, escribió:

Es cierto, no odiamos a los hombres y ha sido muy difícil para las feministas demostrar que nuestra lucha no es contra ellos, aunque, qué pasa si luego de estar enamoradas, fascinadas e ilusionadas de pronto desaparecen de nuestra vida y viene la desilusión, ¿hacemos mal al buscar un consuelo en las canciones de desamor? ¿es poco femenino beberse varios tequilas y canturrear en contra de ellos?; resulta una imitación humillante sentarse en un rincón y oír esa canción que nos duele hasta el fondo del alma? ¿es de viejas ardidas gritar a esos inútiles si nos están oyendo? ¿Inútiles?

Precisamente esa palabra ha resultado como un símbolo, como una clave, como una identificación entre Paquita la del barrio y muchas mujeres. Esta afirmación no es osada y menos aun cuando llegamos a visitarla a su casa, en la Colonia Guerrero. Las noches de los jueves, sábados y domingos ahí está ella y ahí estamos muchas, quizá demasiadas porque en el salón «Aries» de la calle de Zarco 202 los hombres presentes pueden contarse con los dedos de la mano.

Entre cervezas y tequilas, entre botanas y cocteles todas esperan ansiosas la llegada de esa mujer de voz privilegiada, tan bohemia y seductora, tan agresiva y pasional, tan entregada e identificada con las sensaciones y las heridas del alma. 

A las nueve treinta en puntito, el presentador hace gala de sus mejores alabanzas para anunciarnos que ella está aquí:

 ¡Paquita la del Barrioooooo! 

Gritos y aplausos, silbidos de aprobación y murmullos de expectación. Así aparece ella, ataviada toda de blanco. Las perlitas de su vestido se mueven lentamente mientras camina al centro del escenario. Las lentejuelas que adornan su ropa brillan para darle una imagen de diva popular. 

El rostro de Paquita nunca delata gesto alguno, en ocasiones seca el sudor de su frente y otras veces me parece que limpia algunas lágrimas. Sin duda, toda ella es voz, voz que amó, voz que no perdona, voz que recuerda, voz que sufre, voz herida, voz seductora, voz solidaria, voz que consuela, voz que evoca, voz de desahogo, voz de desconsuelo, voz de revancha, voz de ironía, voz del desamor, voz del corazón roto, voz de la hembra herida, voz de una mujer que acepta su dolor, voz de mujer que siente y no deja de ser despiadada.

Las letras de sus canciones delatan y también coraje, son irónicas y sin duda de una gran filosofía popular. Así, al hombre que no se quiere animar a entregarse le puede decir seductoramente «invítame a pecar». El que tiene dentro de sí la consigna de que a la mujer amada no la puedo desear, la cantante dice sin más «piérdeme el respeto». El ambiente se enciende cuando hace confesar al público sus infidelidades con orgullo y asegura que «tres veces te engañé: la primera por coraje, la segunda por capricho y al tercera por placer». Aceptar que ante el abandono puede ocurrir que ni los rayos solares lleguen a calentarte, entonces Paquita advierte que eso no debe sorprendernos porque «hasta el sol siendo el astro rey lo tapa una pinche nube». Compara al hombre traidor con un perro y se disculpa con el animal por equipararlo con alguien tan ruin. Se burla del tipo que prometió darnos placer y una acostumbrada a los grandes banquetes de la vida sólo puede considerarlo un pobre «taco placero».

La relación entre el público y Paquita sólo es a través de las canciones, donde cada una se identifica, recuerda algo o desea olvidar. Por cualquier rincón puede escucharse su grito clásico dedicado a los hombres «¿Me estás oyendo, inútil?» Pero cuando ella lo expresa la frase toma tal fuerza, tal identificación, tal significado que la mayoría de las mujeres empiezan a palpar que no los necesitamos: ¿Me estás oyendo, inútil?

En el transcurso de 60 minutos lloramos, recordamos, maldecimos y perdonamos en la voz de Paquita, el público aplaude emocionado, las mujeres sienten que se han desahogado, que sacaron todo el coraje, toda la desilusión, toda la decepción, todos los deseos reprimidos, los insultos contenidos, el mito de que sin ellos no pueden vivir. Algunas nos acercamos a al cantante para la foto del recuerdo, ella acepta sin mostrar ninguna sensación de cansancio, ni emoción. Esa Paquita nada dice con los gestos ni con la mirada ni con sus manos, ella es toda voz, la voz de las mujeres que alguna vez hemos sufrido mal de amores. Y con ella recordamos ese sabor, sin embargo, estamos listas para la próxima vez.

Hasta pronto, Paquita la del Barrio.

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