Elvira Hernández Carballido
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 3 de septiembre, 2025.-Esta semana en la Feria Universitaria del Libro (FUL) de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo presento mi libro “La rosa de los vientos. Cuatro semanarios del siglo XIX fundados por mexicanas”, el tema que ha marcado mi vida para siempre, las primeras periodistas mexicanas que hicieron del periodismo su pasión, su tribuna de denuncia, nuestro espejo para aliarnos con quien se asoma a conocernos, leernos, escucharnos.
Quiero compartirles la introducción del libro para que se aproximen a su contenido y se animen a leerlo:
1980 fue el año cuando entré a estudiar la licenciatura en ciencias de la comunicación, estaba orgullosa de pertenecer a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en mi amada UNAM. Al llegar al cuarto semestre llevé una materia de extenso e interminable nombre: “Desarrollo, Régimen y Estructura de los Medios de Comunicación Masiva en México I”. Pronto se convirtió en una de mis preferidas porque resultaba fascinante descubrir ese pasado del cual surgían periódicos y periodistas en diferentes épocas de nuestro país, pero algo me incomodaba… Nunca mencionaban a las mujeres. Quizá mi recién adquirida intuición feminista, una corazonada mujeril o un presentimiento lleno de sororidad provocaban el surgimiento de esa duda constante y una pregunta latente que me motivaba a levantar la mano para cuestionar a mis profesores: ¿Quiénes fueron las mujeres periodistas en nuestro país durante el siglo XIX, en la revolución mexicana, en la década de los cincuenta o setenta? Las respuestas apachurraban mi entusiasmo: Nadie ha investigado eso… Ningún libro hace referencia a ello… No interrumpa la clase, compañera, estamos abordando temas realmente importantes… Esas son impertinencias, señorita Carballido… Entonces, me envolvía un sentimiento de impotencia e impaciencia, algo de coraje y una gran decepción, pero nada detenía mi duda: ¿No hay mujeres periodistas en la historia de la prensa mexicana?
Mis compañeros de generación gustaban de importunarme por mi preocupación: ¡A que no mencionas cinco nombres de mujeres dedicadas a la prensa nacional! Yo hacía un esfuerzo, pero no tenía muchos referentes: Elena Poniatowska, Cristina Pacheco, La China Mendoza… ¿Lolita Ayala y Paty Chapoy? “En vez de que te enojes y desesperes -advirtió mi querida profesora Eréndira Urbina-, búscalas y las encontrarás, claro, si es que existieron”, me aconsejaba cariñosa, aunque también sin mucha convicción.
La vida, la suerte o mi fe guadalupana fueron determinantes para que yo eligiera un seminario de investigación con Florence Toussaint y ella, que se encontraba realizando un estudio sobre la historia de la prensa mexicana del siglo XIX, obligó gentilmente al grupo a revisar ejemplares en la Hemeroteca Nacional. Me tocó consultar El Tiempo, cuyo director fue Victoriano Agüeros. Al revisar la biografía de este hombre, advertí que colaboraba en semanarios para mujeres. ¿Había periódicos para ellas en el siglo XIX? Compartí mi sorpresa con la profesora, quien desde ese momento se convirtió en mi madre académica. Entonces, comencé a rastrear en qué momento las mujeres se aproximaron a la prensa, los datos que iba encontrando fueron tan fascinantes que decidí hacer mi tesis sobre ese tema.
Durante 1985 mi vida transcurrió en la hermosa e impresionante Hemeroteca Nacional. Cada mañana, a las 9 en punto, entraba a ese gran recinto para solicitar mi material, primero trabajé con los ejemplares de El Correo de las Señoras, después con Violetas del Anáhuac y El Álbum de la Mujer
En agosto de 1986 Florence Toussaint dio su visto bueno para que solicitara jurado, me asignaron a grandes especialistas en la historia del periodismo nacional: Blanca Aguilar, Soledad Robina, Hortensia Moreno e Irma Lombardo. La revisión con cada una de ellas fue muy tranquila, felicitaciones por abordar un tema que nadie había trabajado hasta ese momento, sugerencias atinadas para detallar mejor el contexto de la época, aunque doña Hortensia me asustó porque puso en mis manos todo mi trabajo corregido con un plumón rojo y con voz fuerte, señalándome con orgullo, dijo: Tú, tú ya eres una feminista. Ups, mi destino quedó marcado. El examen profesional se convirtió en una charla maravillosa y me dieron mención honorífica.
Al otro día, con un ejemplar de mi tesis bajo el brazo fui a revista Fem para ver si les interesaba publicar algo sobre el tema, salí con mi pimer trabajo como reportera gracias a la generosidad de Bertha Hiriart. Esa misma semana alguien me dijo que el periódico La Jornada tenía el proyecto de sacar un suplemento de mujeres, fui a sus oficinas ubicadas en Balderas y la periodista Rosa Rojas me recibió, escuchó con gran amabilidad mi propuesta por lo que solicitó le llevará un artículo de tres cuartillas sobre el tema. Al otro día ya lo tenía en sus manos, prometió publicarlo en el siguiente número de esa publicación que fue bautizada como DobleJornada donde conocí a Sara Lovera, mi madre periodística.
Han pasado cuatro décadas, he visto que esa investigación sigue siendo citada en infinidad de trabajos, que generosamente una historiadora experta en el tema, la Dra. Lucrecia Infante, expuso en uno de sus artículos:
Pionera en este trabajo de búsqueda y registro fue también María del Carmen Ruiz Castañeda autoridad en el estudio de las publicaciones periódicas decimonónicas y del periodismo mexicano y quien, desde los años ochenta del siglo XX, incluyó en sus investigaciones a las revistas dirigidas a la población femenina. La tesis de Elvira Hernández Carballido sobre cuatro revistas femeninas de la segunda mitad del siglo XIX también abrió brecha durante aquella década pues, aun cuando la autora dirigió su atención a aspectos más del interés de las ciencias de la comunicación, su investigación fue la primera que abordó a las publicaciones para mujeres como objeto de estudio en sí.
Agradecida y sorprendida reconozco con humildad convertirme en una de las pioneras en esta labor apasionada de recuperar a las periodistas mexicanas y hacerlas visibles en la historia de la prensa nacional.
Es curioso que han pasado cuatro décadas y no se me había ocurrido recuperar íntegramente mi tesis de licenciatura, he escrito tantos artículos y capítulos, pero estas monografías habían reposado todo este tiempo en esa vieja investigación realizada entre 1984-1986. Un texto de 200 páginas, portada azul, y cuya impresión me regaló mi amado padre, Alejandro Hernández Toro. Posiblemente por mi edad (63 cumpliditos en este 2025), y todo lo vivido en estos años, consideré necesario recuperar este trabajo académico que marcó mi vida para siempre. Dice Sara Lovera que fue el punto de partida para considerarme la historiadora de las periodistas mexicanas. No lo sé, pero jamás dejaré de buscarlas.