Martha Canseco González
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo, 10 de octubre del 2022.- Empezaba yo mí carrera periodística en Canal 13 allá en la Ciudad de México, cuando sobrevino la revolución de los ayatolas en Irán, para derrocar al Sha Mohamed Reza Pahlevi.
Reza Pahlevi, quien accedió al trono con 21 años de edad en 1941, estaba decidido a crear una dinastía familiar, su régimen era más bien pro-occidental, aunque no le hacía el feo ni a la entonces Unión Soviética, ni a los países del Este, ni a China. En cuestiones de geopolítica se autodenominaba neutral.
A principios de los años sesentas impulsó su llamada “Revolución Blanca” que empujó una reforma agraria que terminó con las relaciones feudales en el campo, integró a las mujeres en la sociedad y la política, creó brigadas de educadores, el llamado “ejército del saber” para acabar con el analfabetismo y permitía la participación de los obreros en los beneficios empresariales.
La reina Farah, por su parte, también pro-occidental estaba a favor de que las mujeres accedieran a la educación superior, ocuparan puestos de decisión y fueran dueñas de sus decisiones.
Así que las iraníes a finales de los sesentas y principios de los setentas no usaban velo ni chador, transitaban por su país con la cabellera suelta.
Aparentemente se trataba entonces de una monarquía liberal, ¿qué pasó entonces?, ¿por qué fue derrocada? Varias son las razones: primero, nunca desapareció la naturaleza represiva del régimen. La brutal policía secreta, denominada SAVAK creada en 1956, era cada vez más sanguinaria.
Por otra parte, sí bien en los cuarentas Irán fue una pieza clave a favor de Estados Unidos para detener el avance del comunismo tras la Segunda Guerra Mundial, la decisión unilateral del gobierno de Pahlevi, de aumentar los precios del petróleo en los setentas, no le cayó nada bien a Washington.
Es decir, Irán fue el clásico caso de la política del garrote tan usada por Estados unidos. “Cuando me apoyas, te apoyo, cuando me afectas te destruyo”. Son casos clásicos el de Panamá, con el general Noriega, el de Nicaragua con la dictadura de Somoza, en fin, nada nuevo en el horizonte.
Por otra parte, la desesperación popular por los abusos de la monarquía fue atizada desde el exterior (París), por el carismático líder religioso Ruhollah Jomeini quién abogaba porque su país retornara a sus tradiciones.
Todos estos elementos intervinieron en el derrocamiento del Sha de Irán, por cierto, una revolución encabezada por los hombres líderes religiosos. No dudo que algunas mujeres les apoyaran, pero creo que las iraníes jamás imaginaron el retroceso que para ellas significaría la llegada de esta “revolución”.
Sin lugar a dudas, la creación de la llamada “Policía moral”, la nueva SAVAK, ha significado para ellas represión y muerte. Si bien, en un inicio, los ayatolas justificaron el sometimiento de las mujeres a las leyes del Corán, ya no pueden sostener ese argumento debido a que, en ninguna parte del libro sagrado, dice que las mujeres deban de ser tratadas y violentadas como lo hacen, es pura y dura violencia patriarcal.
De ahí la revuelta que han iniciado las iranies, luego del asesinato de la joven Mahsha Amini a manos de la policía moral.
La cuestión no se trata sólo de que les impongan el chador y el pelo largo, el simbólico gesto de quemar los velos y cortarse el pelo de manera pública, es un grito de libertad a fin de que sean consideradas ciudadanas de primera, tanto como los hombres y que sus derechos sean respetados, tanto como los de los hombres.
Es urgente una verdadera democracia en Irán, una democracia que considere y aprecie tanto a sus hombres como a sus mujeres. Ni los ayatolas ni los iraníes tienen ninguna necesidad de controlar ni dominar a nadie, que la revolución de los setentas, que tantas vidas costó, no se trató de quitar a una dictadura para imponer otra, sino de que hombres y mujeres de la antigua Persia, logren su feliz y pleno desarrollo.
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