Brenda Gómez desapareció / Mary Elenne Castro
Rocío no eligió ser buscadora, pero asumió el camino tras la desaparición forzada de su hermana en 2019. Hoy, es parte activa del Colectivo Unidos por los Desaparecidos de León.
Mary Elenne Castro
SemMéxico/ El Sol de México, León, Gto., 31 de agosto, 2025. – En México, la desaparición forzada no es una estadística: es una herida abierta en miles de hogares. Rocío Gómez, integrante del Colectivo Unidos por los Desaparecidos de León, busca a su hermana Brenda Alicia Gómez González desde hace casi cinco años.
La historia de Brenda Gómez está marcada por la resistencia, el dolor y la dignidad, es un reflejo de la lucha diaria de miles de familias en el país. En el marco del 30 de agosto, Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, compartió su camino como buscadora. Un camino que afirmó “nunca eligió”, pero que ha recorrido con convicción, con miedo, y con amor por los suyos.
Mi hermana no desapareció. A mi hermana se la llevaron.
Rocío recordó con claridad el día en que la vida de su familia cambió para siempre. Comentó que su hermana –que en ese momento tenía 33 años de edad– fue sustraída por hombres armados que irrumpieron en su casa.
No fue una desaparición “silenciosa”, fue un acto presenciado por vecinos y por los propios hijos de su hermana, que en ese momento eran apenas unos niños. Desde ese instante, Rocío se convirtió en buscadora.
Ya van a ser casi seis años que no hemos tenido ninguna noticia de ella…
“Nosotros, como familia, hemos investigado por nuestra cuenta, hemos avanzado un poco, pero no hemos logrado localizarla”, relató.
El miedo, la incertidumbre y el dolor son emociones que no desaparecen con el paso del tiempo, por lo que Rocío lo describió como una pesadilla de la que no han podido despertar.
“Tienes la esperanza de llegar a Fiscalía, de poner una denuncia, y pensar que van a ir, van a investigar, que te la van a regresar con vida. Pero no ha sido así”.
La desaparición de su hermana no solo dejó un vacío: dejó también responsabilidades. Rocío –quien ya era madre de tres hijos– pero también asumió el cuidado de sus tres sobrinos, quienes fueron testigos del secuestro de su madre.
“Yo quise asumir el rol de madre, pero no hay como su mamá. Nadie puede ocupar ese lugar. Por eso seguimos buscándola”, explicó.
En medio de la pandemia, sin su madre presente y sin saber a dónde acudir, Rocío y su familia tuvieron que organizarse, decidir quién cuidaría de los niños, cómo denunciar, a quién acudir.
Fue un caos. No sabíamos que existía una Fiscalía especializada en desapariciones. No sabíamos qué hacer. Solo sabíamos que había que actuar
La búsqueda colectiva
Rocío no está sola. Junto con otras familias, forma parte del Colectivo Unidos por los Desaparecidos de León. Juntos han aprendido a sostenerse, a buscar en campo, a formar redes de solidaridad frente a la impunidad.
“Al principio pensamos que iba a ser fácil, pero no. En este camino conoces historias a veces peores que la tuya, pero aquí estamos, echándonos la mano, abrazándonos”.
La labor del colectivo va más allá de encontrar a los suyos: buscan también dar acompañamiento emocional y legal a quienes inician este doloroso camino.
Para una buscadora, si no encuentras a tu familiar, pero encuentras a otra persona, te vas con algo de paz. Porque no era tu familiar, pero sí es el de alguien más.
Antes de que su hermana desapareciera, Rocío tenía un negocio de productos de limpieza.
Hoy, ese proyecto está en pausa: “Lo he descuidado porque ya tengo que estar al 100% aquí. Dejas a tu familia, dejas todo. Gracias a Dios, tengo a mi esposo que me apoya, que me ayuda con los niños como si fueran suyos. Él es mi motor”.
La carga emocional, económica y física de ser buscadora no se ve desde afuera. No hay salario, no hay respaldo del Estado. Pero sí hay comunidad y convicción.
“Las compañeras confían en mí, y yo en ellas. Ya no puedo dejarlas. Tenemos que encontrarlos a todos”, afirmó.
“Resistencia es seguir, aún con miedo”
Rocío habla de resistencia con el peso de quien la ha ejercido todos los días durante casi seis años: “Hemos recibido amenazas. Hay veces que ya no puedo más. Pero me abrazo de mis compañeras. No me gustan los 30 de agosto porque te recuerdan todo. Pero salimos a las calles para decir: estamos aquí”.
Para ella, la palabra “resistencia” significa no rendirse, a pesar del miedo, a pesar del abandono institucional.
Queremos avances reales. No solamente boletines de alerta amber. Queremos que se busque a las personas desaparecidas de larga data. Que se investigue quién fue, por qué los desaparecieron. Queremos justicia.
A quienes no tienen un familiar desaparecido, Rocío les pide empatía, memoria y compromiso: “Gracias a quienes se solidarizan, pero también necesitamos que volteen a ver. Nadie está exento. Y sobre todo, pido prevención. Que se piense en los niños, niñas y adolescentes. En los que están creciendo huérfanos, con traumas. Porque ellos también son víctimas”.
A pesar del cansancio, del dolor acumulado y de los años sin respuestas, Rocío sigue en pie.
Su vida cambió por completo, pero su convicción no se ha quebrado. Cada jornada de búsqueda, cada acompañamiento a otras familias, cada acción dentro del colectivo tiene un sentido profundo: encontrar a su hermana y no permitir que la ausencia se normalice.
En ese camino, hay algo –o mejor dicho, alguien– que le da fuerza todos los días: “¿Qué me da fuerza para seguir? Mis sobrinos, mis hijos, mi esposo, mi familia… pero sobre todo, que mi papá no se vaya sin saber dónde está su hija”.
Detrás de cada desaparecido hay familias que no se rinden. Rocío Gómez es el rostro de miles. Su historia no es una excepción, es parte de una crisis que exige justicia, verdad y memoria.