La crisis para Sheinbaum y el oportunismo de Petro ante la eventual caída de Nicolás Maduro. Miguel Ángel Romero Ramírez
SemMéxico, Ciudad de México, 12 de diciembre, 2025.- La entrega del Premio Nobel de la Paz ha estado llena de simbolismos y mensajes. Mientras Estados Unidos «incautaba» un buque petrolero venezolano y el presidente del Comité Noruego del Nobel, Jorgen Watne Frydnes, exigía la renuncia de Nicolás Maduro, la hoy Premio Nobel Corina Machado estaba por aterrizar en un avión con matrícula mexicana en Oslo para recibir el premio. ¿Quién facilitó la ayuda desde México y bajo qué acuerdos? Es una de las principales preguntas que se ciernen sobre este entramado.
Mientras los propagandistas tachan de «opositora» a Machado buscando una carga peyorativa y al mismo tiempo dudan en calificar a Maduro como un dictador, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, quien se asume pro democracia y libertades, se refugia en la «autodeterminación» de los pueblos para justificar su -no- postura sobre la condecoración.
En medio de las tensiones, la respuesta de la mandataria termina por configurarse como un espaldarazo a la dictadura de Nicolás Maduro. No solo no hubo reconocimiento sobre el Premio Nobel otorgado a Machado, sino que tampoco sororidad de género de Sheinbaum hacia una mujer perseguida más allá de sus afinidades ideológicas. Hacer caminar al arcaico fantasma de la «derecha internacional» entre la opinión pública mucho más redituable para el régimen mexicano que exhibir a los aliados autócratas.
La apuesta de Sheinbaum sobre la «autodeterminación» de los pueblos parece no solo hablar de Venezuela sino también se configura como una defensa sobre sí misma y su régimen que se endurece a velocidad. Si el «pueblo bueno» está feliz con perder sus libertades, por qué otros países se «ensañarían» en corregir el rumbo. Si los votantes se inclinan (es un decir) por más narcopoliticos, deberían tener el derecho a tenerlos.
Sin embargo, la historia ofrece experiencias que permiten corroborar que esa premisa populista tiene como único principio fundacional no rendir cuentas e intentar instalar un régimen despótico sin consecuencias. ¿O acaso los millones de hermanos venezolanos y cubanos en la diáspora serán catalogados por la 4T como traidores a su patria?
En ese sentido, la ceremonia del Nobel produce un efecto relevante en la política latinoamericana. La hija de María Corina Machado, ante el retraso de su madre, leyó un discurso que convirtió la historia venezolana en una marcha colectiva hacia la libertad. Cada pasaje funcionó para reconstruir la memoria democrática del país: los orígenes republicanos, el impulso cultural del siglo XX, la deriva hacia un poder concentrado y la desobediencia cívica y pacífica. Ese testimonio se escuchó en Oslo como una señal de transformación profunda al interior de Venezuela y también como un mensaje potente hacia la región.
Mientras la voz de Ana Corina Sosa evocaba un país que se organiza para una transición, los gobiernos latinoamericanos observaron el acto con interpretaciones divergentes. En varios círculos diplomáticos comenzó a tomar fuerza una premisa: el ciclo de Nicolás Maduro se acerca a su tramo final. La presión internacional se intensifica, las estructuras internas muestran fracturas y los actores regionales anticipan el escenario posterior.
En ese terreno, surge el movimiento oportunista de Gustavo Petro, presidente de Colombia, quien impulsa ser mediador en medio de la salida de Nicolás Maduro y con la idea de que exista margen para una transición «ordenada». La ambición geopolítica del mandatario colombiano crece a medida que la efervescencia venezolana entra en un punto crítico.
Este posible reordenamiento creará un nuevo tipo de crisis para Claudia Sheinbaum. La presidenta mexicana sostiene una doctrina basada en la «autodeterminación». Sin embargo, su posición parece hueca frente a las acciones emprendidas por parte de la 4T en los conflictos internos de Perú y Ecuador. Y es que una vez que llegó Corina Machado a Oslo, su presencia terminó por impactar más en Latinoamérica que en el frío corazón de la metrópoli escandinava.
Corina Machado está encaminada a convertirse -con ayuda de Washington- en un símbolo global de resistencia pues ayuda a retratar una estructura de terror estatal, un colapso económico de magnitud histórica y una victoria electoral de Nicolás Maduro respaldada por el fraude de actas fabricadas. Un reflejo que se extiende sobre varios países de la región, incluido México.
La eventual caída de Maduro, que en el circuito internacional se da por descontada, produciría un vacío inmediato que reordenaría alianzas, rutas migratorias y arquitecturas de seguridad. Petro -aunque entrampado por corrupción en su propio país- se alista para aprovechar la caída de su «camarada»… sin calcular que él representa parte de los rasgos autoritarios que están siendo combatidos y que tienen en la picota a su aliado.
La presencia de Machado en Oslo está marcando un punto de inflexión. Ofreció una historia que sostiene a millones de venezolanos y también una invitación para que cada país del continente examine su comprensión de la libertad. En esa invitación se encuentra la prueba más exigente para el liderazgo mexicano en donde Claudia Sheinbaum enarbola la «autodeterminación» de Venezuela para protegerse a sí misma.
La región avanza hacia un cambio que reconfigura su equilibrio. En ese camino, el histórico gran hermano latinoamericano: México, se encuentra atrapado entre la presión de Washington por definirse y la histórica solidaridad con sus pequeñas hermanas naciones que, atrapadas en la vorágine populista, han apostado -más allá de la ideología- por la acumulación del poder por la vía del desmantelamiento institucional democrático.
- Publicado en LaPolíticaOnLine



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