Lisandra Fariñas
SemMéxico/SEMlac, La Habana, 27 de octubre, 2025.- Desde los primeros compases de la contradanza, el punto guajiro y el danzón, pasando por la trova, el son y el bolero, hasta las fusiones contemporáneas del jazz, el pop o los ritmos urbanos, la historia de la música cubana no puede contarse sin las mujeres.
Las creadoras han sostenido, con talento y perseverancia, un legado muchas veces silenciado o relegado, pero que ha sido esencial para construir el mapa sonoro de la nación.
Instrumentistas, cantantes, compositoras, arreglistas, directoras de orquesta y productoras han marcado hitos que la memoria colectiva no siempre registra con justicia.
Esa es una certeza que defiende el colectivo Música es Mujer, coordinado por la intérprete Hera de Cuba, «con el propósito de visibilizar a las artistas y profesionales que sostienen la escena musical cubana», apuntó la cantante en el encuentro «Mujeres de la música en los medios», organizado a finales de septiembre en el Hotel NH Capri, de la capital cubana.
Ese punto de partida comienza con la memoria, sostuvo la musicóloga Alicia Valdés, quien emprendió una labor de arqueología musical con su Diccionario de mujeres notables en la música cubana (ediciones de 2005, 2011 y 2023).
«El trabajo de rescatar los nombres de tantas creadoras olvidadas no es solo un ejercicio de memoria, sino un acto de justicia cultural», afirmó la también historiadora del arte.
Su labor sacó del anonimato a figuras como Catalina Berroa, la primera directora de orquesta de Cuba en el siglo XIX, a quien el relato tradicional había dejado en la sombra. Valdés documentó a 371 mujeres y así construyó una genealogía imprescindible.
En su opinión, urge revisar la historia. «Hay un canon que sigue privilegiando lo masculino y la historia de la música cubana ha dejado fuera demasiadas voces femeninas», afirmó.
Valdés narró, además, la trayectoria de «La Bella Cubana», espacio nacido en 1999 para combinar archivo, música y conciertos y dar cuerpo a relatos biográficos y colectivos. «La ‘Bella Cubana’ nació para tributar a numerosas mujeres y sus realizaciones», resumió.
Además, defendió la necesidad de herramientas documentales que sirvan de referente a nuevas generaciones.
El instrumento como territorio de conquista
Mientras Valdés rescataba la historia, otras mujeres como Zenaida Castro Romeu la hacían, pues su trayectoria es un testimonio de cómo desafiar los cánones.
Directora de la «Camerata Romeu», la primera orquesta de cámara femenina de cuerdas, la también prestigiosa directora coral recuerda el escepticismo inicial:
«Al principio nadie creía que un grupo de mujeres pudiera sostener una orquesta de cámara», dijo al referirse a la camerata que lleva su nombre y que fundó en 1993.
Su lucha no fue solo musical, sino contra un imaginario que negaba la capacidad de liderazgo femenino en la dirección orquestal, un feudo históricamente masculino.
Castro Romeu rompió moldes al hacer que su orquesta tocara de memoria, sin necesidad de partituras, con una puesta en escena dinámica y vestuarios que desafiaban la solemnidad tradicional, para demostrar que «la música no tiene género: tiene disciplina, entrega y sensibilidad», apuntó.
Desde otro escenario, el de la música popular, la orquesta «Anacaona» prolonga esa misma lucha por abrir espacios y sostener el liderazgo de las mujeres, desde que se erigió como un símbolo de resistencia en los años 30.
Fundada por Concepción, Caridad y Ada, conocidas como las Hermanas Castro Zaldarriaga, por sus apellidos, desde sus inicios la agrupación rompió estereotipos en una época dominada por orquestas masculinas y abrió espacio a las mujeres en los escenarios de Cuba y el mundo.
Hoy, su contrabajista y directora, Georgia Aguirre, asume ese legado con la misma convicción.
«‘Anacaona’ ha sido una escuela de vida y de resistencia», sostiene Aguirre, quien asumió la dirección de la banda en 1988. Al frente de esta agrupación, ha navegado en medio de los prejuicios de una industria que juzga con dureza extra la apariencia de las mujeres.
«En una orquesta de hombres, nadie se fija en la apariencia, pero en las de mujeres siempre hay más crítica», cuestionó la directora, para quien la respuesta a los prejuicios está en la profesionalidad inquebrantable.
«La mujer aporta un plus… por eso es fundamental mantener disciplina, química en el escenario y profesionalidad», dijo.
Esa misma voluntad de romper límites se extiende a las instrumentistas que, como Yarima Blanco, han hecho del escenario un terreno de conquista.
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Reconocida como «la tresera de Cuba», recordó que llegó al tres casi obligada por su profesora, Niurka Trueba, quien a sus 14 años le mostró el camino y la animó a presentarse a la Escuela Nacional de Arte (ENA) por esa especialidad.
«Yo asociaba el tres con la música campesina, con los guajiros
y no quería eso», confesó.
Sin embargo, se convirtió en la primera mujer graduada de tres en el Instituto Superior de Arte (ISA), un acto de conquista personal y colectiva para las muchas treseras que vinieron detrás.
Con su septeto «Son Latino», Blanco reafirma que una mujer puede dirigir y ser solista en un formato tradicionalmente masculino. «Quiero que se entienda que la mujer puede hacer cualquier cosa. Los sueños sí se cumplen, solo hay que enfocarse y ponerles mucha pasión», subrayó.
Nuevas voces, nuevos desafíos
Asumir con naturalidad el liderazgo, la creación colectiva y la experimentación son premisas que guían hoy a jóvenes creadoras, quienes reafirman con sus trayectorias que el protagonismo femenino ya no es una excepción, sino cada vez más frecuente en escena.
Una de las representantes visibles de esta oleada es María Karla, cuya obra demuestra que las redes sociales se han convertido en un escenario más para las jóvenes artistas.
Cantante y compositora de 20 años, nacida en Pinar del Río, en el extremo oeste de Cuba, contó que durante la pandemia de covid-19, con una guitarra vieja, comenzó a subir sus primeros covers a Instagram. Hoy compone y produce sus temas desde su habitación-estudio.
«Mi consejo es mostrarse siempre. Así queda registrado tu proceso, aunque no sepas tocar tres acordes», dijo.
Para ella, la clave no está en rescatar la música cubana, sino en mostrarla y adaptarla a las nuevas generaciones.
En la música popular, Kamila Colarte desafió la hegemonía masculina desde las aulas de la ENA.
«Noté que en la ENA predominaban los hombres, sobre todo en la percusión y el bajo. Yo quería crear una orquesta de mujeres», recordó.
Así nació «Afromusa», un proyecto donde dirige, arregla e interpreta, asumiendo roles creativos históricamente negados a ellas.
«Si todas tenemos la misma meta, somos capaces de organizar, coordinar y dar lo mejor en cualquier momento. Las mujeres somos guerreras», afirmó.
Por su parte, Annys Batista, ganadora del concurso Adolfo Guzmán, representa la confluencia de talento, formación y persistencia.
«He tenido que luchar mucho para ir escalando, subir un peldaño más, ganar visibilidad», comentó.
Batista subrayó el papel de los fondos y becas en su desarrollo profesional.
«Todos los jóvenes debemos buscar, investigar las oportunidades.
El Fondo de Arte Joven ha sido clave; me he sentido parte de una familia», refirió sobre esta plataforma que, según su coordinadora Neida Peñalver, ha apoyado en 50 por ciento a proyectos liderados por mujeres.
En el terreno del soul, África, la líder del quinteto vocal femenino «ChikSoul«, fundado en 2016, defiende la autogestión como bandera.
«Somos artistas independientes, autofinanciadas. No tenemos management, productor, ni sponsor. Todo el trabajo, sacrificio y logros dependen de nosotras mismas», señaló.
Con un repertorio en inglés, fusionado con raíces cubanas y un cuidado concepto visual, «ChikSoul» busca conectar con un público diverso y romper fronteras estéticas.
«Es nuestra forma de identidad, de mostrar al mundo quiénes somos», afirma la directora de la agrupación, que cuenta con experiencia internacional, presentaciones en la Ford Foundation, de Nueva York, así como en Cuba, en festivales como Jazz Plaza y Cuerda Viva.
Son artistas cuya lucha ya no es solo por subir a un escenario, sino por transformar la industria, revisar la historia y asegurar que las generaciones futuras crezcan sabiendo que cualquier área de la música es también territorio femenino.



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