Cuba, Violencia obstétrica vulnera derechos a la salud reproductiva

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  • Sus vivencias durante el embarazo, el parto o el puerperio están atravesadas por una paradoja silenciosa
  • Para desmontar la violencia obstétrica es necesario un análisis multidimensional

Lisandra Fariñas
SemMéxico/ SEMlac, La Habana, 8 de diciembre 2025.- Hablar de sus vivencias en los servicios de salud reproductiva, nombrar prácticas naturalizadas que las dañan y marcan física y emocionalmente, compartir esas experiencias para que otras no tengan que repetirlas es cada vez más necesario para innumerables mujeres.


Sus vivencias durante el embarazo, el parto o el puerperio están atravesadas por una paradoja silenciosa: procedimientos que deberían garantizar su salud y la de sus bebés pueden convertirse en momentos de profunda vulneración de sus derechos.


Esa urgencia por visibilizar una problemática todavía silenciada trascendió durante el panel «Salud sexual y reproductiva: violencias cruzadas», un intercambio organizado el 4 de diciembre por la Embajada del Reino de los Países Bajos y el Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe (SEMlac), en la Jornada de 16 días de activismo por la no violencia hacia mujeres y niñas.


El diálogo, que partió de la investigación periodística sobre violencia obstétrica realizada por SEMlac «Parir sin miedos: derechos y desafíos», reunió a especialistas, investigadoras, activistas y personas con experiencias diversas para reflexionar sobre esta forma de violencia de género, sus múltiples expresiones y los persistentes desafíos para erradicarla desde la salud, la educación, la comunidad y las políticas públicas.


El embajador del Reino de los Países Bajos en Cuba, Matthijs Wolters, afirmó que la lucha contra la violencia obstétrica es un desafío que trasciende fronteras y niveles de desarrollo, y citó investigaciones recientes de la prensa holandesa: miles de mujeres reportan dolor durante cesáreas, a pesar de la anestesia, y un estudio de 2023 reveló que a 42 por ciento de las mujeres se les practicó una episiotomía sin su consentimiento.


«Esto muestra que incluso en sistemas de salud considerados avanzados, persisten prácticas que vulneran la autonomía y la dignidad», reflexionó el embajador.


La investigación: un espejo incómodo


En opinión del médico y activista Alberto Roque, para desmontar la violencia obstétrica es necesario un análisis multidimensional, que tenga en cuenta cómo influyen los imaginarios sociales en la naturalización de estas prácticas.


Asimismo, debe tenerse en cuenta el carácter interseccional de una violencia que se agrava por el racismo, la pobreza, la LGBTIQ+fobia o la discapacidad; las resistencias y vacíos en la formación profesional del personal de salud; y la urgencia de tejer alianzas estratégicas entre periodismo, academia, activismo e instituciones para impulsar cambios reales, sostuvo.


La periodista Dixie Edith Trinquete, corresponsal de SEMlac, presentó hallazgos relevantes de la investigación periodística, incluido un sondeo a 320 mujeres en Cuba.


Destacó que 38,7 por ciento afirmó que nunca le explicaron claramente los procedimientos ni le pidieron consentimiento, un grupo considerable (89,4%) dijo que no pudo elegir la posición para parir, a 49,7 por ciento nunca se le tomó en cuenta su opinión y a 45,8 por ciento se le prohibió comer o beber durante el trabajo de parto, prácticas que denotan una pérdida profunda de autonomía y la rigidez de protocolos centrados exclusivamente en lo clínico, explicó.


«Ni el personal de salud ni las mujeres están identificando muchas de estas manifestaciones como violencia. Las consideran normales», explicó Trinquete.
Así, la naturalización emerge como el principal escudo que perpetúa prácticas como tactos vaginales reiterados, uso de medicamentos para acelerar el parto o la aplicación sin información ni consentimiento de la maniobra de Kristeller, una presión ejercida sobre el abdomen de la madre para empujar al feto, considerada riesgosa y desaconsejada por la Organización Mundial de la Salud.


En el intercambio, la ginecóloga Penélope Tomé expuso la brecha que muchas veces existe entre la voluntad profesional y la práctica institucional rutinaria. Desde su experiencia en un hospital de La Habana, señaló que iniciativas basadas en la evidencia científica y los derechos, como el apego inmediato del recién nacido o el acompañamiento durante el parto, a menudo no forman parte de un protocolo sistémico, sino que dependen «del médico o el equipo que te toque».


Más de una violencia


En contraste, Geydis Fundora Nevot, socióloga y directora de la filial cubana de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso Cuba), narró en primera persona su experiencia en un proyecto piloto de «parto respetuoso».


Desde lo personal, narró un proceso de empoderamiento guiado que incluyó acceso a información, preparación física, acompañamiento de su pareja y un equipo médico que priorizó su consentimiento en cada paso. Una práctica que contrasta con la realidad de la mayoría de las mujeres, dijo.


Sin embargo, desde una mirada sociológica, planteó una pregunta crucial: «¿Qué queda para aquellas mujeres que no tienen ni capital simbólico ni económico y, además, son mujeres racializadas?», expuso.


Fundora Nevot vinculó su reflexión con las denuncias globales sobre la crisis de mortalidad materna en mujeres negras y citó casos de atletas de élite como Tori Bowie, quien falleció por complicaciones en el parto, y Allyson Felix, quien sobrevivió a graves riesgos obstétricos.


Con estos ejemplos, evidenció que la violencia obstétrica no es solo un problema clínico, sino una expresión de desigualdades -de raza, género y acceso- que se cruzan y potencian, incluso para mujeres con recursos y visibilidad.


Comentó que «aún se ven los cuerpos de las mujeres negras como más resistentes al dolor», una creencia que en la práctica médica sirve para justificar la omisión de cuidados y un trato diferenciado, con menos atención.


Anaely Betharte Gutiérrez, una mujer sorda y vicepresidenta de la Asociación de Personas Sordas e Hipoacúsicas de La Habana, habló de la doble vulnerabilidad que enfrentan las mujeres sordas en los servicios de salud reproductiva.
«Cuando una mujer sorda llega al hospital, se rotan las personas a ver quién la atenderá, porque no saben comunicarse con ella. Vemos en el personal médico miedo, temor a enfrentarse a nosotras», expuso.


Esta barrera comunicativa, agravada por el uso de mascarillas que ocultan las expresiones faciales y la boca, tiene consecuencias directas en la atención. «En el parto, a las personas sordas no les preguntan cómo se sienten, cómo están, si tienen dolor», sostuvo. Una omisión que deja a las mujeres completamente aisladas en un momento crítico, sin canales para expresar malestar o necesidad, apuntó Betharte Gutiérrez.


El panel también visibilizó cómo la violencia obstétrica y ginecológica se extiende a cuerpos y experiencias no hetreronormativas. Flavio, hombre trans y médico, señaló que para las personas trans y no binarias que gestan, persisten muchos estigmas en la atención en salud sexual y reproductiva, a la vez que faltan protocolos que contemplen sus realidades.


«Es nuestro derecho exigir un trato digno… y la posibilidad de negarnos ante procedimientos dañinos», afirmó y subrayó que la discriminación basada en la identidad de género convierte espacios como las consultas ginecológicas o los salones de parto en entornos de alta vulnerabilidad para esas personas.


La doctora Rosaida Ochoa Soto trazó un paralelo histórico con la lucha por los derechos de las personas con VIH, donde también primó inicialmente el criterio médico sobre la autonomía reproductiva. Señaló que, al igual que ocurrió entonces, el camino pasa por «llevar a la par el empoderamiento de las personas y la educación médica para que no haya conflicto».


Rutas para un cambio


La periodista Lirians Gordillo destacó la responsabilidad social de ayudar a romper el ciclo de la violencia obstétrica mediante la educación y la comunicación. La amplia respuesta al sondeo de la investigación demostró que «las mujeres necesitan hablar de esta situación y también quieren compartir sus experiencias para que otras no tengan que pasar por lo mismo», dijo.


Es necesario utilizar formatos masivos y accesibles, como el teatro y las telenovelas, para llegar a audiencias más amplias; por otro lado, evitar también los relatos idílicos y mostrar la complejidad y los conflictos reales, apuntó Gordillo.
La narrativa debe abarcar la diversidad de experiencias, incluyendo a mujeres lesbianas, con discapacidad, y también a hombres trans que gestan, un tema del que, admitió, «todavía ni hablamos».


La psicóloga Beatriz Torres, presidenta de la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad, ubicó como una de las causas de la violencia la prevalencia de un vacío formativo crítico. «Si las mujeres no conocen sus derechos sexuales y reproductivos, es muy difícil tomar decisiones responsables», afirmó.
Esta falta de conocimiento no es casual, agregó: en la malla curricular de las ciencias médicas no existe una asignatura que vincule estos derechos fundamentales con la práctica clínica.


Grisell Rodríguez, Oficial de programa de la oficina del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa) en Cuba, destacó avances concretos como la Guía de actuación para la atención al parto respetuoso, como resultado de un proyecto conjunto entre el Ministerio de Salud Pública y el Unfpa.


Ha sido distribuida en todos los centros del país y se han implementado proyectos piloto en hospitales de varias provincias, junto a capacitaciones para el personal, agregó Rodríguez. Aunque reconoció limitaciones materiales, insistió en que el cambio más urgente es de mentalidad. «La humanización del proceso puede comenzar con recursos simples y voluntad», sostuvo.


Para la periodista Sara Más, la clave está en insistir. «Mientras más resistencias hay sobre este tema, más necesita que volvamos a él, que se visibilice y que se transforme», afirmó la corresponsal de SEMlac en La Habana.


Recordó que el solo acto de nombrar prácticas inadecuadas y violentas durante la investigación hizo que muchas mujeres empezaran a reconocer sus propias experiencias, demostrando que detrás del silencio hay «una necesidad muy grande» de sanar un recuerdo que pudo y debió ser diferente.

SEM-SEMlac/lf

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