Teresa Mollá Castells
SemMéxico, Ontinyent, Valencia, 12 de junio, 2022.- Desde hace unos años he defendido que el término “violencia de género” escondía muchos tipos de violencias y que, por eso, prefería utilizar el de “violencias machistas” porque engloba muchos más tipos de violencias que sufrimos las mujeres.
Acaba de entrar en prisión María Salmerón por defender a su hija de su padre maltratador y con sentencia de veintiún meses de prisión por violencia de género y que no ha cumplido jamás.
Sin embargo, María Salmerón, víctima de este maltratador condenado tuvo que entrar el pasado nueve de junio por proteger a su hija de su padre maltratador. A esto se le llama o, al menos yo se lo llamo, violencia institucional machista que, apoyada por una justicia patriarcal, consigue revictimizar a las mujeres en lugar de poner el foco en los maltratadores.
Se han convocado decenas de actos para exigir la puesta en libertad inmediata de María para este lunes a las puertas de los ayuntamientos, en mi ciudad, Ontinyent, será a las 20 horas y, por supuesto, acudiré. Pero el mal ya está hecho porque no se ha impedido la entrada en prisión de una mujer cuyo único delito ha sido proteger a su hija y evitarle todo el dolor posible para que fuera feliz, dentro de las circunstancias.
Hace falta mucha pedagogía feminista todavía en espacios como la justicia para desmontar la histórica desigualdad acumulada contra las mujeres y cuyo resultado seguimos pagando con violencias como la ejercida contra María.
Denunciar las estructuras patriarcales que justifican y amparan este tipo de situaciones es urgente. En algunos casos, nos va la vida en ello, porque a María le van a robar seis meses de su vida. Seis meses que, gracias a su agresor y a quienes le amparan y justifican y a estructuras políticas y judiciales claramente patriarcales, que también hay que decirlo, van a conseguir ejecutar una injusticia de tal magnitud que va a necesitarse mucha reparación para salvar esta gran injusticia cometida con María.
La legalidad no siempre va de la mano de la justicia. Y, sobre todo, cuando de asuntos de mujeres se trata. Lo vemos a diario. Vemos como se intenta por todos los medios mantener “a salvo” los privilegios patriarcales a costa de la vida de las mujeres.
Lo vemos en cada violación cuando se intenta revictimizar a las mujeres violadas o agredidas bajo el paraguas de la “naturalización” de la desigualdad para mantener los estatus de prevalencia masculina sobre las palabras de denuncia de las mujeres.
Lo vemos en cada asesinato machista, cuyas dolorosas cifras no paran de crecer y encima tenemos que asistir a la infravaloración de estos asesinatos por parte de quienes gritan ante otro tipo de asesinatos, pero callan ante estos.
Lo vemos en cada imagen de pancartas de “Stop Fenimazis” que llevan hombres organizados cada vez que alguna mujer acude a denunciar o declarar agresiones vividas a los juzgados. Estos hombres organizados están amparados por el partido que niega las violencias machistas y que ha sido blanqueado por el Partido Popular quien siempre lleva al Constitucional cualquier ley que permitiera el avance de los derechos de las mujeres y que, en parte por eso, se niega a la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Bueno por eso y por su propia corrupción interna, por temer afrontar nuevas sentencias condenatorias por corrupción.
Estos partidos no merecen un solo voto de las mujeres a las que pretende devolver a una condición subsidiaria del hombre como lo hizo en su momento el dictador. Quizás esa esa una de las mayores añoranzas de los partidos de la ultraderecha, entre los que ya incluyo al Partido Popular por su deriva de los últimos años y por el blanqueamiento del otro partido cuyo nombre me niego a nombrar.
La violencia machista institucional existe y se ejerce hoy y cada día con actos como los ejecutados contra María Salmerón o cada vez que se exculpa a un agresor del tipo que sea de mujeres o niñas. Como el padre exculpado de agredir sexualmente a su hija de siete años en una ciudad valenciana. Si, eso también es violencia institucional contra esa niña. Y se ejerció hace unas semanas por estas tierras valencianas.
Como también lo es el borrado de la condición de mujer, mediante incluso la negación del término “mujer” que pretenden las leyes transgeneristas que pretende aprobar el Gobierno más “progresista y feminista” de la historia del Estado Español. Si, leyes impulsadas por una izquierda desnortada y chupiguay que en base a una pseudo teoría individualista basada en deseos personales, pretende que los derechos de las mujeres, incluso a ser nombradas, desaparezcan. Eso también es violencia machista institucional. Porque, aunque se denominen feministas, si no defienden los derechos humanos de las mujeres, no lo son.
Al feminismo nos queda continuar con la pedagogía y con la presión para cambiar las cosas y mejorar la vida de mujeres como María o su hija. O la de la nena agredida por su padre desde los siete años. Y no vamos a dar ni un paso atrás. Sumamos y seguiremos sumando, aunque sea lenta y silenciosamente.
El feminismo es la única revolución permanente que existe en la actualidad y que excede cualquier frontera. Y así la mantendremos.
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