Yaneth Angélica Tamayo Avalos
SemMéxico, Querétaro, Qro., 3 de noviembre, 2021.-La cosmovisión mexicana nos muestra una imagen romantizada de la muerte, que privilegia el recuerdo sobre el olvido.
Mujeres tan acostumbradas a la muerte y tan cercanas a ella. En un México donde vana es la esperanza de ser oídas y de ser protegidas.
Octavio Paz escribió en su Laberinto de la Soledad, “Dime cómo mueres y te diré quién eres”, ya que la muerte en su imaginario se revela como el espejo de la vida misma.
Un espejo, que a diario muestra la violencia extrema que se ejecuta contra las mujeres y la indignante forma en la que el Estado aun muertas las humilla y las ignora.
Los feminicidios nos recuerdan la representación que tenemos las mujeres en una sociedad que pone en evidencia el sutil y falso compromiso de tratarnos como iguales.
Por ello resulta difícil, dejar de recordar a todas las mujeres que nos fueron arrebatadas por la misoginia y la indiferencia. Aún lloramos por las qué se fueron y lloramos por las que no están a salvo.
Vivimos en una constante preocupación por la falta de respuesta gubernamental, por la criminalización que se hace de las víctimas, por la obstaculización de acceso a la justicia y por el maquillaje que se hace de las cifras de feminicidios, al pronunciar discursos en los que repiten que las ciudades son seguras y apacibles, invisibilizando y dejando como siempre impune la violencia perpetuada contra las mujeres.
Lo anterior, es un constante recordatorio de que aun no contamos con un gobierno -como administrador del Estado- activo o intervencionista que cumplan con su obligación jurídica de eliminar todas las formas de discriminación y violencia que nos permita a las mujeres acceder a la justicia y a una vida libre de violencia, ya que no han hecho todo lo posible para asegurar que las mujeres gocemos libremente de nuestros derechos.
Las acciones y omisiones siguen infravalorando a las mujeres, nos envían el mensaje de que la violencia contra nosotras es tolerada, aceptando como normal un fenómeno que atenta contra nuestro derecho humano a la dignidad y a la seguridad personal.
Mientras sigan ignorando nuestro sufrimiento y colocando por encima de nuestros derechos sus intereses particulares, solo provocarán que los esfuerzos para nivelar las condiciones sociales y jurídicas en las que nos encontramos las mujeres se vean disminuidas.
Las mujeres y las familiares de las víctimas, necesitamos que se adopten políticas preventivas y represivas realmente idóneas.
Entendemos que, tal situación no se puede cambiar de la noche a la mañana, el cambio de patrones culturales es una tarea difícil para cualquier gobierno, pero no aporta en nada, negar las cifras, ni revictimizar y descalificar a las víctimas, pues eso solo demuestra la indolencia del Estado y su falta de capacidad para gobernar con igualdad y justicia.
El Estado debe entender que México atraviesa un fenómeno social y cultural enraizado en costumbres y mentalidades que propician violencia sistemática y que, mientras no actúe y acepte su responsabilidad, la misoginia se seguirá expresando bajo formas extremas de violencia contra niñas y mujeres por el solo hecho de serlo en una sociedad que las subordina.
Mejorar las condiciones de las mujeres no es una misión imposible mientras exista la voluntad y la decisión política de cumplir con el objetivo, lo que significa buscar y hallar una respuesta jurídica en términos de bien común.
“Los muertos pesan más que los vivos. Juan Rulfo.