Yaneth Tamayo Avalos
SemMéxico, Querétaro, 29 de octubre, 2025.-En la era digital, los espacios virtuales se han convertido en escenarios donde se manifiestan y reproducen diversas formas de violencia, entre ellas la misoginia y el extremismo. Las comunidades en línea, inicialmente creadas con fines recreativos o sociales, se han transformado en plataformas que facilitan la radicalización de grupos con ideologías de odio. Un caso paradigmático es el de los denominados incels —abreviatura de involuntary celibates o “célibes involuntarios”—, quienes sostienen una narrativa centrada en el resentimiento hacia las mujeres y la idealización de una masculinidad violenta y dominante. Este fenómeno, que encuentra uno de sus referentes simbólicos en Elliot Rodger, ha evolucionado hasta constituirse como una forma contemporánea de extremismo digital, vinculada a actos terroristas, violencia de género y campañas de acoso sistemático.
El pensamiento grupal y la radicalización digital
La psicología social explica que los individuos tienden a modificar sus opiniones y comportamientos bajo la influencia de grupos con los que se identifican. Este proceso, conocido como “pensamiento de grupo”, reduce la capacidad crítica individual y refuerza el conformismo. En los entornos digitales, donde la validación social se mide a través de interacciones inmediatas —“likes”, reacciones y comentarios—, el pensamiento grupal adquiere una dimensión más profunda y peligrosa.
El Comité Interamericano contra el Terrorismo ha advertido que, en los últimos años, grupos extremistas con ideologías misóginas, racistas o religiosas se han trasladado de las redes sociales convencionales a espacios más cerrados, como foros y chats de videojuegos. En estos entornos mayoritariamente masculinos, los usuarios reproducen narrativas de odio, comparten material discriminatorio y promueven la violencia contra las mujeres. La aparente anonimidad de Internet y el sentido de comunidad que se genera en estos espacios propician la radicalización, sobre todo entre jóvenes vulnerables y con baja autoestima.
El mito de “San Elliot”: del manifiesto a la ideología
El caso de Elliot Rodger, ocurrido en 2014 en Santa Bárbara, California, representa el punto de inflexión en la consolidación del discurso incel. Rodger, un joven de 22 años, publicó un video en YouTube y un manifiesto titulado My Twisted World, en el que justificaba una matanza como represalia contra las mujeres que lo habían rechazado y contra los hombres que consideraba sexualmente exitosos. Su crimen, aunque condenado socialmente, se transformó en un símbolo para las comunidades incel, que reinterpretaron su manifiesto como un texto fundacional. Desde entonces, Rodger es conocido entre estos grupos como “San Elliot”, una figura mártir que encarna la frustración masculina y el deseo de venganza.
Este proceso de mitificación revela el mecanismo de legitimación ideológica dentro del extremismo digital: la exaltación del victimismo masculino y la normalización de la violencia como forma de restaurar un supuesto orden patriarcal perdido. De hecho, diversos ataques perpetrados en Estados Unidos y Canadá han sido inspirados explícitamente en el manifiesto de Rodger, demostrando cómo las narrativas de odio pueden transformarse en acciones terroristas concretas.
Extremismo, ciberterrorismo y violencia de género
La expansión de las tecnologías digitales ha permitido la diversificación de las estrategias de los grupos extremistas. La Organización de los Estados Americanos (OEA) ha señalado que la violencia digital basada en género constituye una forma emergente de terrorismo y extremismo. Estos fenómenos no solo buscan intimidar o silenciar a las mujeres, sino también desestabilizar las estructuras democráticas al fomentar la intolerancia política, religiosa y social.
La radicalización en línea se apoya en la creación de subculturas masculinas cerradas, donde los participantes son inducidos a creer que los hombres son el centro del mundo y deben recuperar el control sobre las mujeres. Este tipo de ideología promueve el desprecio hacia los movimientos feministas y hacia cualquier discurso que cuestione la hegemonía patriarcal. En consecuencia, las mujeres se convierten en el blanco principal de la violencia simbólica, sexual y física, tanto en el ámbito virtual como en el real.
Además, el uso de redes interactivas —foros, chats y plataformas de videojuegos— permite a los extremistas difundir su ideología de manera inmediata y global. Estas comunidades, al estar interconectadas con otros movimientos radicales, amplifican su alcance y fortalecen la cohesión entre sus miembros. Así, el extremismo digital no solo afecta la seguridad de las mujeres, sino también la estabilidad social y política de los Estados.
El papel de las redes sociales y los algoritmos
Las redes sociales desempeñan un papel crucial en la propagación del extremismo. Sus algoritmos, diseñados para maximizar la interacción y el tiempo de permanencia de los usuarios, priorizan el contenido emocionalmente intenso, como la ira o la indignación. Investigaciones en ciberseguridad han demostrado que los mensajes violentos o ideológicamente extremos se difunden con mayor rapidez debido a estos mecanismos automatizados.
Asimismo, la inteligencia artificial y el aprendizaje automático, al depender de grandes volúmenes de datos sesgados, tienden a replicar patrones de discriminación racial y de género. Los grupos extremistas aprovechan estas fallas estructurales para difundir su ideología y manipular las percepciones de los usuarios, generando una espiral de desinformación y violencia simbólica.
Conclusiones
El fenómeno de los incels y la veneración de figuras como Elliot Rodger representan la convergencia entre misoginia, extremismo y tecnología. Estos grupos, que operan principalmente en espacios digitales, constituyen una amenaza real para la seguridad y los derechos humanos, especialmente para las mujeres. Su expansión demuestra cómo las plataformas tecnológicas pueden ser utilizadas como instrumentos de radicalización y terrorismo simbólico.
Frente a este escenario, resulta imprescindible que los Estados, las organizaciones internacionales y las empresas tecnológicas desarrollen estrategias integrales de ciberseguridad con enfoque de género. La educación digital, la alfabetización mediática y la promoción de una cultura de respeto en línea son herramientas esenciales para contrarrestar la propagación del odio.
Finalmente, reconocer la violencia digital como una forma de terrorismo no solo visibiliza el problema, sino que obliga a repensar las responsabilidades éticas y sociales de las plataformas tecnológicas. La lucha contra el extremismo digital no debe limitarse a la eliminación de contenido violento, sino orientarse a la transformación de las estructuras que lo alimentan: la desigualdad, el sexismo y la impunidad. Solo así será posible construir entornos digitales verdaderamente seguros, inclusivos y libres de violencia.
- https://www.nytimes.com/es/2023/05/24/espanol/extremismo-gamers.html
- https://www.nytimes.com/2014/06/02/us/elliot-rodger-killings-in-california-followed-years-of-withdrawal.html
- Como tal, no hay una definición universalmente aceptada de terrorismo ni de ciberterrorismo. Los conceptos han variado, pero los organismos internacionales consideran el ciberterrorismo como un delito dependiente de la cibernética perpetrado con objetivos políticos para provocar miedo, intimidar o coaccionar a un Gobierno o población objetivo y causar o amenazar con causar daño.
- https://www.un.org/counterterrorism/es/cct/programme-projects/cybersecurity
- https://www.washingtonpost.com/technology/2021/10/26/facebook-angry-emoji-algorithm/
- https://www.camtic.org/hagamos-clic/el-algoritmo-racista-como-los-prejuicios-pueden-afectar-la-inteligencia-artificial/



https://www.cepal.org
• Portada del sitio de la reunión: 
