Vida y Lectura
Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, Aguascalientes, 23 de julio, 2021.- La idea de que en algún tiempo muy remoto existió, en algunos lugares del planeta, el matriarcado y que esa forma de organización social evolucionó hacia el patriarcado en forma natural, debido al papel reproductor de las mujeres, no solo es tan fantástica como las historias de super héroes, o las complejas e incoherentes mitologías que no dejan de ser divertidas, aunque sean violentas e incoherentes. Esa idea -no alcanza el estatus de teoría por más que se insista- presupone que las mujeres como colectivo ejercieron el poder en forma hegemónica sobre los varones, sometiéndolos y por ende determinando su comportamiento y su papel social.
Las supuestas evidencias se remontan a la prehistoria, de la cual no tenemos más que elaboradas hipótesis o curiosos ejercicios de la imaginación novelesca. Lo que parece más verosímil es que ante los grandes retos de la sobrevivencia cotidiana las mujeres, al igual que los hombres, tenían un trabajo cotidiano que realizar y muchas veces éste era fundamental para la sobrevivencia de todo el grupo. De ahí a la construcción inmediata del matriarcado hay más distancia que la que hoy calculamos a la más lejana de las galaxias conocidas.
El punto fundamental es que ni por asomo se puede decir que las mujeres, en algún lugar, se apropiaron en forma sistemática y organizada del trabajo de los hombres y los obligaron a serviles con abnegación y lealtad. La historia que conocemos es la historia del patriarcado, la historia del hombre, de su supremacía y su poder. Lo que no nos cuentan es que esa historia es la crónica de la apropiación del trabajo de las mujeres, es la narrativa del despojo y de la servidumbre, que aún hoy vemos por doquier, basta revisar los múltiples textos que analizan la famosa división sexual del trabajo, y los muy pocos ensayos que dan cuenta de la profunda problemática que enfrentan los incipientes sistemas de cuidados, como respuesta a un axioma de igualdad entre mujeres y hombres.
En ese contexto de perpetua apropiación del trabajo de las mujeres: gratuito, invisibilizado, despreciado, exigido y siempre minimizado, compartiré un par de novelas, historias con minúsculas, pequeñitas. La dos sobre Mileva Maric, sin duda notable y fuera de serie, brillante, destacada, y como muchas otras, robada por su novio, amante, esposo; conscientemente hostilizada y descalificada por muchos de sus pares varones y relegada conforme a las pautas feroces de sus contextos biográficos: el personal, el familiar, el académico y el social, en todos excluida y desechada en su momento.
Afortunadamente hoy, la historia es ampliamente conocida y se acumula la evidencia de los agravios, vejaciones y humillaciones a las que fue sometida, por qué, porque fue una mujer pensante, sintiente, viviente, que pensó que bastaba con timidez y modestia señal que ahí estaba. La tragedia es que hoy, esa situación se repite y nos es clásicamente familiar.
Betito Einstein y Mileva Maric tuvieron una relación intelectual y productiva intensa durante casi 18 años, primero como estudiantes, después como esposos y padres. El saldo de su relación fue un dramático divorcio que finalmente ella aceptó en 1919, un ofensivo y despreciable plagio de Betito a varios trabajos de Maric y la infamia de negar sus contribuciones, aportaciones y brillantez matemática en muchos de los trabajos que “el mayor físico de la historia” elaboró, tres vástagos -la primera, una niña de la que no se sabe nada más fuera de su nacimiento antes de que Einstein se casara con la “serbia esa”- la negación de todas sus contribuciones a la física y la invisibilización de Mileva hasta su muerte.
Marie Benedict publicó en 2018 una historia novelada de Mileva Maric “El otro Einstein” donde con base en múltiples cartas, algunas escritas por el propio Alberto Einstein a Mileva, testimonios, investigaciones y ensayos -como los de Desanka Trbuhovic, la de Dord Krstíc o la de Radmila Milentijevic-, documentos y hechos comprobables (como el insólito acuerdo de divorcio, la aceptación de Einstein como plagiador aduciendo que Mileva y él eran uno solo y que necesitaba la autoría exclusiva porque si su nombre iba acompañado del de una mujer, los trabajos inmediatamente desmerecían) dibuja una biografía terrible de discriminación, exclusión, abuso, violencia, desprecio, escarnio y deshonor, el destino ineludible impuesto por esa -y esta- aborrecible sociedad patriarcal a cualquier mujer, y con mayor rudeza a una mujer inteligente, curiosa, brillante, compleja, apasionada, pero siempre esclava en los inicios del siglo XX. Una novela que deja la sensación de que Einstein, a diferencia de Pierre Curie, era tan primitivo, básico, egoísta y violento como cualquiera, además de plagiario, un vulgar ladrón.
A finales de 2019, Marie Benedict publicó “A la sombra de Einstein. La maravillosa mente de Mileva Maric” donde vuelve a hilar fino con la vida de esta física apasionada que vivió en la desesperación desde su ingreso a La Universidad Politécnica de Zúrich en 1896, donde conoció a Einstein y desdeñó -porque la brillantez y la inteligencia tienen límites impredecibles- todas las evidencias de su egolatría, indisciplina, voluntarismo, rebeldía, violencia y despreció.
Dos novelas de fácil pero interesante lectura, que invitan a revisar, revalorar y en algunos casos revertir o reposicionar, sino todo, si mucho de lo que creemos saber sobre esas personas ilustres que supuestamente tanto hicieron por la humanidad, pero tan miserables, acomplejados y mundanos como cualquiera, quizá hubo brillantez, pero no grandeza; quizá se la obligo al silencio y a la mediocridad, pero -a veces- la verdad, aunque tarde empieza a surgir, y su descubrimiento apasiona.