Vehículos varados a causa de una inundación. Foto: Luis Carbayo, Cuartoscuro
«Las autoridades capitalinas atribuyen los inmensos estragos causados por la lluvia en la ciudad a fenómenos naturales ‘atípicos’
Los especialista dicen esa narrativa oficial sólo desvía la atención de los problemas de fondo y tienen otros datos.»
Francisco Ortiz Pincheti
SemMéxico, Cd. de México, 5 de septiembre, 2025.-Algunos todavía recordamos el traslado, hace 61 años, del monolito del dios Tláloc a la Ciudad de México, un evento histórico rodeado de mitos. La figura, que pesa 167 toneladas, fue transportada desde San Miguel Coatlinchán, en el Estado de México, en una gigantesca plataforma de 72 ruedas. La comunidad de Coatlinchán, cerca de Texcoco, se opuso al traslado, llegando a bloquear el paso de los vehículos con machetes, piedras y rifles, lo que requirió la intervención del Ejército y la policía.
La llegada del coloso de origen mexica, que causó enorme expectación, ocurrió el 16 de abril de 1964, cuando era Presidente de la República Adolfo López Mateos. El motivo del traslado fue la decisión de colocar el enorme monolito a la entrada del recién construido Museo Nacional de Antropología, en Chapultepec, donde sigue muy orondo hasta la fecha.
A pesar de que no había pronóstico de lluvia ese día, cuando Tláloc llegaba a la capital, muy de madrugada, un aguacero torrencial, tremendo, cayó sobre la capital, e inundó decenas de calles, incluidas varias del Centro Histórico. Este inusual fenómeno meteorológico, descrito por algunos como una «cortina de lluvia y dosel» en honor del dios, alimentó de inmediato la creencia popular de que Tláloc había desatado su furia por ser removido de su hogar.
En las últimas tres semanas, la Ciudad de México ha sido asediada por un diluvio implacable, entregado en abonos diarios. Las lluvias torrenciales han desatado un verdadero caos, exponiendo la fragilidad de la urbe.
La metrópoli entera se ha visto literalmente desbordada. Las principales arterias—incluidos el Anillo Periférico, Insurgentes y el Viaducto– antes avenidas de asfalto, se vuelven ríos desbordados que tragan vehículos y paralizan el movimiento de millones de personas. Se han registrado más de 300 “encharcamientos” por todos los rumbos de la ciudad. El Zócalo acumuló en un día 84.5 milímetros (lo que equivale a 84.5 litros por metro cuadrado), alcanzando el agua una altura de 40 centímetros. El sistema de transporte, desde el Metro hasta las calles, colapsa bajo el peso del agua. Y en los hogares de cientos de familias, más de 600 viviendas, el diluvio no fue sólo un problema de tránsito, sino una tragedia personal y familiar: el agua se adentró en sus vidas, arrasando con sus pertenencias y recordándoles que, ante la furia de la naturaleza, la ciudad es más vulnerable de lo que parece.
El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) se ha transformado en un epicentro de desesperación, donde miles de pasajeros (19 mil el primer día) han quedado varados mientras las pistas se convierten en lagunas, paralizando el corazón aéreo del país al causar la cancelación de decenas de vuelos.
Para la Jefa de Gobierno se trata de un fenómeno climático «histórico y atípico» con una cantidad de lluvia que ha roto todos los récords. Ha dicho que, a pesar de los trabajos de mantenimiento y desazolve realizados, la intensidad y volumen del agua superaron la capacidad de la infraestructura de drenaje de la capital. Además, las autoridades han hecho un llamado a la ciudadanía a colaborar no tirando basura en las calles, ya que esta obstruye las coladeras.
Por supuesto, ni Clara Brugada ni los encargados del sistema de drenaje de la ciudad reconocen deficiencias, errores, fallas propias. Todo es culpa de la naturaleza inclemente. Finalmente, de Dios. O de Tláloc, que razones de sobra tendrá para estar encabronado. De hecho, el Gobierno llama «Operativo Tlaloque» o «Plan Tlaloque» al dispositivo para enfrentar la actual contingencia. Este nombre hace referencia precisamente a Tláloc. Los tlaloques, son las deidades menores que lo ayudan.
Sin embargo, los especialistas sobre el tema tienen otros datos… menos mitológicos. Expertos de la UNAM como el doctor Víctor Magaña Rueda, investigador del Instituto de Geografía, señalan que esta narrativa oficial desvía la atención de los problemas de fondo. En términos de volumen total, el año no ha sido «atípico», sino simplemente «húmedo». Un dato revelador es que en la década de 1960 se registró una tormenta en Coyoacán que dejó 134 mm de lluvia, el doble de lo que cayó en algunos de los eventos más recientes de 2025.
El verdadero cambio cualitativo, según los especialistas, es la intensidad y frecuencia de los aguaceros. La lluvia que antes se distribuía a lo largo de una semana, ahora cae en tan sólo una hora, lo que satura cualquier sistema de drenaje, sin importar su antigüedad. De acuerdo con mediciones de la UNAM, la frecuencia de estos aguaceros extremos ha aumentado de menos de 10 por año en el siglo XX a más de 25 en el siglo XXI.