La Opinión| Lo ominoso

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“Los muertos siguen viviendo: lo que heredamos no es silencio, sino mandato.”

(Nietzsche, Así habló Zaratustra, 1883)

 Olimpia Flores*

SemMéxico, Cd. de  México, 8 de septiembre, 2025.- La genealogía de la palabra “ominoso” viene del latín omen: presagio, augurio, destino. Con los siglos, fue perdiendo el matiz neutro de “señal” y se cargó de oscuridad. Lo ominoso es, según Nietzsche, lo que desgarra porque es al mismo tiempo familiar y extraño; cercano y a la vez imposible de asir o habitar. Nada más cercano a esa experiencia que la desaparición forzada de personas, una violencia que no termina en el instante de la sustracción, sino que se prolonga como sombra interminable en la memoria y en la vida cotidiana.

La desaparición forzada de personas es lo funesto en la memoria colectiva. Es siniestro. Es políticamente una infamia. Es socialmente disolución. Es el terror puro. Ese es el ámbito en el que se ubica la crisis presente de desapariciones forzadas: 45 diarias. Familiares, buscadoras de personas desaparecidas, viven bajo una permanente noche oscura.

Además de destruir vidas, la desaparición forzada atrapa a la colectividad cercana en una presencia-ausencia, donde la persona desaparecida está y no está. La casa, caminar por la acera que le corresponde y pasar delante de su puerta y sus ventanas, se vuelve ominoso para toda la comunidad.

En el otrora hogar de la persona desaparecida es casi tangible el hueco de la ausencia que paradójicamente alberga un exceso de presencia: su espacio, sus enseres, sus fotos, la cama que queda tendida, el lugar vacío en la mesa, los enseres que no encuentran dueño, una silla vacía, un cuaderno con la última palabra, un par de zapatos que ya no caminan: cada objeto se vuelve eco de una presencia que se resiste a ser borrada y perturbación ante la falta. Cada objeto da testimonio de la violencia de Estado y el vacío político, por acción o por omisión. En esa casa habita espectralmente la ausencia. 

Socialmente la víctima ha sido reducida al anonimato, borrada de lo humano y lo político.

Ya no hay derecho, ni memoria ni justicia. Gana el olvido, priva el silencio. De lo ominoso es preferible no hablar. El Estado elude y minimiza.

Lo ominoso es la imposibilidad de cerrar el duelo, el terror suspendido en el tiempo, y la mancha moral que deja en la historia la desaparición forzada. ¿Qué sociedad somos ahora? ¿Qué legado estamos dejando?

En lo ominoso estamos más allá del crimen atroz; representa un quiebre en la experiencia humana y política. La desaparición forzada pensada como fenómeno ominoso le da nombre a esa perturbación radical que se produce. No es sólo la pérdida de la persona ausente, sino la fractura misma de la comunidad, de la historia y del sentido.

En Espectros de Marx, el filósofo argelino Derrida escribió que los fantasmas no son ilusiones, sino exigencias de justicia.  Nos dice que lo espectral es una voz que insiste desde lo imposible. Voces que no se quieren callar. Son los espectros políticos por excelencia. Son la resistencia. No descansan porque no se ha hecho justicia. Aprendemos a vivir con fantasmas. Se introducen en nuestra percepción.

La desaparición forzada es ominosa porque la vida cotidiana ahora es un terreno de amenaza, cualquier cosa puede suceder en ese espanto y sucede. El desaparecido encarna ese umbral como alguien cercano que regresa como ausencia insistente, como sombra que ocupa el espacio de los vivos. No hay cuerpo, no hay exequias, y por tanto no hay paz en el trazo del duelo. Lo ominoso que se manifiesta en los sueños y en los silencios familiares.

Es también ominosa porque niega el cuerpo, pero insiste en ser señal, como presagio de una violencia repetitiva.

En América Latina, durante las marchas para reclamar justicia por las personas desaparecidas, las fotos de sus rostros por delante cobran vida. Lo ominoso se vuelve colectivo y la comunidad ya no es sólo de vivos, sino con los espectros. Es una comunidad atravesada por presencias que siendo invisibles marcan la calle y la historia. La comunidad de los ausentes. Y el duelo compartido.

La desaparición forzada es continental. Dictaduras, guerras sucias, policías y ejércitos, y ahora los populismos y su militarización, han hecho del crimen técnica política. Allí lo ominoso deja de ser metáfora y se convierte en experiencia concreta: una nación entera que se reconoce en el miedo y en la ausencia. Todos sabemos. Pero el Estado está ciego ante la realidad de la violencia generalizada, normalizada e institucionalizada. No es encabezado en los periódicos, los noticieros dan cuenta sin detenerse.

Quizá lo más ominoso de la desaparición no sea solo la violencia que la origina, sino su permanencia silenciosa y la imposibilidad de darse una explicación para comprender la razón de la pura maldad. Esa cruel imposibilidad de clausura, la eterna herida de Prometeo.

Tenemos una deuda inagotable.

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