- Incorporar el legado de las filósofas a la enseñanza de la filosofía es una cuestión de justicia que amplía nuestros horizontes intelectuales y contribuye a la erradicación del sexismo y otras formas de discriminación.
- La recuperación de las ideas de grandes pensadoras implica un cuestionamiento al androcentrismo dominante en la historia de la cultura, además de iluminar alternativas en el camino hacia sociedades más igualitarias y plurales.
Georgina Aimé Tapia González*
SemMéxico, Cd. de México, 20 de noviembre 2024.- El nombre de Diotima es mencionado en el Banquete de Platón para referirse a la maestra que guió a Sócrates en la comprensión filosófica del amor. Lo único que conocemos sobre ella es que era una sacerdotisa originaria de Mantinea y, durante diez años, logró contener una peste en Atenas al prescribir a sus ciudadanos los sacrificios adecuados.
Sólo podemos acceder de manera indirecta a esta filósofa mediante las palabras que le atribuye el Tábano. Las preguntas que plantea durante el diálogo ejemplifican la mayéutica, el arte de parir ideas a través de indagaciones que ayudan a su interlocutor a dar a luz pensamientos propios, pero aquí es ejercida por una mujer.
A esta pensadora le debemos una de las más hermosas definiciones del filosofar como deseo del saber, el bien y la belleza vinculado con Eros, el amor, pero apenas se encuentran referencias sobre su vida. Esta falta de fuentes ha llevado a poner en duda su existencia histórica.
Sócrates la llama “sacerdotisa”, pero no filósofa. Lo anterior responde a una intencionalidad. Su destino ha sido compartido durante siglos por todas aquéllas que osaron incursionar en esta disciplina. En el mejor de los casos, se les ha denominado escritoras, poetas o místicas, pero no se les reconoce en las historias de la filosofía hegemónica.
Respecto a las filósofas antiguas, sus obras se han perdido y las pocas noticias que tenemos sobre ellas se limitan a los dichos de otros autores.
El escaso reconocimiento de las mujeres en la filosofía no pertenece a un pasado lejano. Hace poco más de dos décadas, si acaso se aludía a alguna autora en los planes de estudio era para reiterar su excepcionalidad en un ámbito eminentemente masculino.
Entre las experiencias que conservo de los primeros años como estudiante de esta disciplina, resuena la respuesta de uno de mis profesores ante mis inquietudes sobre esta ausencia: “ha habido muy pocas y, por lo general, se han limitado a repetir las ideas de sus maestros”.
El mensaje era contundente, estaba en un área restringida para mi sexo, los principales referentes con los que contaba eran varones doctos que con escasas excepciones despreciaban a las mujeres. Aunque nada me impedía ingresar a esa formación profesional, el ámbito del pensamiento seguía atravesado por los estereotipos de género.
La recuperación de las filósofas ha sido una tarea emprendida por todas aquellas que nos hemos negado a asimilar el discurso androcéntrico dominante, denunciando que éste ha dotado de valor universal a las experiencias de algunos varones.
No es casualidad que en las historias de la filosofía tradicionales se presenten de manera acrítica afirmaciones sexistas de filósofos, pero que no existan referencias a las vindicaciones de sus contemporáneas.
Visibilizar las aportaciones de las grandes pensadoras no sólo es una cuestión de justicia, sino que además representa una vía ineludible para la comprensión de la genealogía de los conceptos y la historia de las ideas. No es raro que una teoría atribuida a un autor, originalmente fuera planteada por alguna de las mujeres invisibilizadas en su entorno.
Pese a los avances de los últimos años, como la creación de redes de filósofas, la apertura de cada vez más seminarios para promover el estudio de sus obras en las universidades, además de proyectos de investigación y divulgación sobre estas temáticas, el reconocimiento de las filósofas sigue siendo una asignatura pendiente en la educación.
Incluso, en los estudios de género, con excepción de algunas autoras que gozan de reconocimiento, se desconoce lo que el resto de las filósofas han aportado a la cultura.
En este sentido, el rescate de sus planteamientos no sólo es relevante para la filosofía, sino que enriquece a otras áreas del conocimiento. Muchas de ellas han hecho contribuciones a la literatura, el arte, la teoría política, la educación, los estudios culturales, las matemáticas, la biología, la medicina, entre otras.
La inclusión de las aportaciones de las filósofas en diferentes niveles educativos tiene efectos positivos en el camino hacia sociedades más democráticas. Por una parte, proporciona modelos femeninos no convencionales a niñas, niños y jóvenes, pero, sobre todo, visibiliza la capacidad intelectual de las mujeres, concebidas como autoras de grandes ideas que abonan al cuestionamiento de estereotipos opresivos. Por otra parte, al incorporar puntos de vista minusvalorados, se amplían los horizontes de esta disciplina, en la que emergen temas y sujetos que con anterioridad habían sido considerados excéntricos a la reflexión filosófica.
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CRÉDITO: GETTY IMAGES
Para concluir estas reflexiones, quisiera referirme a algunos ejemplos de filósofas contemporáneas que desde diferentes partes del mundo cuestionan los límites de los discursos filosóficos dominantes y proponen alternativas para sociedades más igualitarias, pluriculturales y sostenibles.
En Vandana Shiva encontramos una potente defensa del valor epistemológico de los saberes ambientales desarrollados por las mujeres rurales en India, principales impulsoras de una cultura sostenible. Francesca Gargallo recorrió Latinoamérica para recuperar las ideas de mujeres de más de 600 pueblos de Abya Yala sobre feminismo, así como sus cuestionamientos al colonialismo. Ann Sharp ha argumentado que desde edades muy tempranas los seres humanos somos capaces de formular preguntas filosóficas, reivindicando no sólo a los niños, sino también a las niñas como pensadoras. Alicia Puleo ha propuesto un ecofeminismo de raíces ilustradas comprometido con los derechos de las mujeres, el diálogo intercultural crítico, la ética ecológica y la ética animal.
Por todo lo anterior, pienso que uno de los mayores desafíos que enfrenta la enseñanza de la filosofía, desde la infancia hasta la juventud, es el desarrollo de materiales educativos originales que recuperen el legado de las filósofas para una educación transformadora.
Georgina Aimé Tapia González*. Pluma invitada. Doctora en Filosofía. Profesora en la Universidad de Colima. Integrante de la Red Mexicana de Mujeres Filósofas, la Red de Mujeres Filósofas de América Latina y la Red Ecofeminista. Líneas de investigación: filosofía y teoría feminista, pensamiento filosófico indígena, ecofeminismo y filosofía de la educación.
Correo: georgina_tapia@ucol.mx
Palabras clave:
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