En Chihuahua, la semana pasada el PAN, falto de ideas nuevas, arremetía contra “el discurso woke” prohibiendo el lenguaje inclusivo a través de una reforma a la Ley Estatal de Educación.
Luis Castro*
SemMéxico, Cd. de México, 15 de octubre, 2025.-La derecha mexicana, ante la potencia electoral del tetrateísmo, se intenta reconfigurar. Busca oxígeno o da patadas de ahogado, como quieran verlo.
En Chihuahua, la semana pasada fuimos testigos de un PAN falto de ideas nuevas que, inspirado en las figuras de Donald Trump, Giorgia Meloni, Nayib Bukele, arremetía contra “el discurso woke” prohibiendo el lenguaje inclusivo a través de una reforma a la Ley Estatal de Educación, por medio de la cual el gobierno de la entidad se obliga a “fomentar el uso correcto de las reglas gramaticales y ortográficas del idioma español”.
Legislativamente, la reforma es sencilla y ambigua, pues no es del todo claro lo que implica un uso “correcto” del español.
En el nivel político, la jugada es clara, como lo demuestra la celebración en X-Twitter del panista local, Carlos Olson: “¡LO LOGRAMOS! … No más lenguaje ideologizado en los salones ni confusiones woke: solo la verdad biológica de que únicamente existen niños y niñas, no ‘niñes’”.
Las declaraciones de Olson demuestran que la reforma responde a preocupaciones políticas, más que lingüísticas. El PAN politiza una disputa cultural que en México todavía no se ha acabado de manifestar electoralmente.
Si pensamos en las estrategias disponibles para los panistas, tiene sentido que esto suceda: es mucho más fácil emprender una campaña demagógica intentando extraer rédito de los miedos y las tensiones culturales contemporáneas que emprender una reforma de calado al interior de un partido que pierde cohesión doctrinaria y contacto social por la erosión de su pragmatismo.
Para figuras como Milei, Trump o sectores del PAN en Chihuahua, el lenguaje inclusivo es un “virus ideológico”. Lo presentan como parte de una “agenda globalista” que busca destruir valores tradicionales.
Este discurso no es nuevo: en los años 70, la derecha estadounidense acusó al feminismo de “destruir la familia”. Hoy, su enemigo es la “ideología de género”, un término difuso que engloba todo lo que desafía el cisheteropatriarcado (se vale googlear la palabra).
La estrategia es clara: generar pánico moral. Al satanizar el uso de la “e” o los pronombres no binarios, buscan movilizar a su base electoral. Es una táctica similar a la de prohibir libros o censurar la educación sexual: controlar el relato sobre qué identidades son legítimas.
El lenguaje está vivo. Su uso cambia continuamente, evoluciona a medida que los hablantes encuentran nuevas formas de comunicarse. Algunas palabras se vuelven obsoletas, mientras otras, importadas de las redes sociales, de las lenguas extranjeras o simplemente acuñadas por las nuevas generaciones, entran en los diccionarios.
Lingüistas críticos como Adrián Chávez nos explican que la lingüística es descriptiva, no prescriptiva. Su labor consiste en explicar el uso del lenguaje y su evolución en el tiempo, así como sistematizar su funcionamiento, de acuerdo a sus diferentes registros (formal, informal, coloquial, académico…).
El lenguaje es una herramienta y el rol de las academias modernas de la lengua debe ser impulsar su uso óptimo y eficiente, en lugar de ubicarse como guardianas de la tradición.
El lenguaje inclusivo o no sexista se compone de diversas estrategias como el desdoblamiento (“maestros y maestras”), el uso de sustantivos colectivos (“el estudiantado”), el uso de la “e” (“niñes”), entre muchas otras.
En muchos casos, su uso es congruente con las normas dictadas por la Real Academia Española (RAE) que, por cierto, incluye la palabra “presidenta” con “A” desde 1803.
En otros, rompe explícitamente con ellas. En diferentes contextos comunicativos, el lenguaje inclusivo comunica el mensaje de mejor manera. Cuando una maestra dice “niños, fórmense de este lado”, el masculino genérico no solo es insuficiente, sino que va incluso en contra de la tan valorada eficiencia lingüística. El mensaje no es claro: ¿deben las niñas seguir la instrucción?
Hoy, el lenguaje inclusivo avanza en espacios educativos, artísticos y digitales. Plataformas como TikTok o Instagram, estaciones como Radio Ibero, son laboratorios donde jóvenes experimentan con el lenguaje y marcan tendencia. Mientras tanto, gobiernos progresistas lo integran en documentos oficiales (Uruguay, Ciudad de México).
Aunque, al final, el éxito de esta herramienta no depende de si las autoridades la aceptan o no, sino de si ofrece las soluciones que las comunidades lingüísticas necesitan y si su uso se vuelve frecuente y se integra en la vida diaria de las personas.
Imponer el lenguaje inclusivo, por lo tanto, tampoco es la solución. Su uso debe promoverse, pero alejado de la lógica de la corrección política y del castigo social, y con miras a convencer sobre su potencial comunicativo y político.
Lectura sugerida: Manual del español incorrecto de Adrián Chávez (Aguilar).
Gracias, LGCH.
Luis Castro
*Publicado originalmente en El Financiero