Elizabeth Mistry*
SemMéxico, Londres, Reino Unido, 19 de septiembre del 2022.- Aún demasiado pequeñita para entender cómo este personaje tan importante podía ver mi gorro de lana -tejido con cariño por mi abuelita (bautizada Emilia Elizabeth)- con los colores británicos rojo, blanco y azul desde su carruaje tirado por caballos (quienes en mi memoria también llevaron plumas de los mismos colores para celebrar el aniversario 25 desde que la Princesa ‘Lilibet’ fue coronada y se convirtió en Su Majestad La Reina Elizabeth), yo simplemente compartí con mi mamá el esplendor y la magia del momento.
Para mí fue una aventura salir al centro de la capital con mi mamá -quien fue desde niña (como hija de la antes mencionada abuela) una aficionada de la familia real. De hecho, aunque no compartieron el nombre- mi mamá nunca se quejó, pero si lamentó que fue la única mujer en cuatro generaciones que no llevó el nombre de Elizabeth (o Isabel en español) sí compartieron mucho; las privaciones de la guerra (aunque creo que no fueron duras ni tan tristes para la princesa) y los mismos retos que cada chica enfrenta al pasar por la adolescencia.
A pesar de que creció mi mamá en una casa sin baño privado – hasta que salió para convertirse en maestra, vivió con su familia en dos habitaciones y tuvo que utilizar un baño en el patio – algo que también utilizaron sus vecinos – ella identificó a la joven majestad como símbolo. Ella era, como su madre y su abuela (Elizavetta) patriota y como muchas mujeres británicas quienes sobrevivieron la guerra, la princesa – que trabajó durante la última parte de la segunda guerra mundial como mecánica- fue un ejemplo.
Pero mientras que la princesa se quedó en la capital, a mi mamá la enviaron – como muchos niños en aquella época, fuera de Londres para escapar las bombas. La madre de la Princesa Elizabeth insistió que sus hijas se quedaron en el capital. Sé que vivieron muchos niños y niñas un trauma terrible. Al saber que esa guerra no fue la última vez que niños y niñas tuvieron que vivir alejados de sus papás, le dio mucha pena a mi mamá quién también vivió la separación de sus propios padres y la muerte de una hermana de 4 años por falta de atención de salud.
Nunca sabré la verdad del impacto de esos años tan difíciles sobre mi madre, pero ahora entiendo lo que significa la palabra sacrificio. Décadas después, cuando mi mamá no tenía ni un centavo extra para comprar un periódico, solía caminar a la biblioteca conmigo para leer las noticias y empezó en aquel lugar mi formación.
En la escuela me enseñaron matemáticas, ciencias y hasta cómo coser una bolsa para mi flauta de madera – todas materias que mi mamá admitió que no le gustaban y tampoco tuvo éxito. Ella fue amante de la historia, libros y literatura y a través de ella – y los libros de texto que conseguimos y su copia de las obras completas de William Shakespeare, crecí con una vida interior de batallas reales, de reinas y reyes y de un sistema donde nadie preguntó por qué que unas pocas familias siempre mantuvieron control – de las joyas, del oro y de la mayoría de la gente.
Pasaron décadas como sujeta leal de la reina incluso hasta cuando llegué a estudiar en México, país que convirtió en mi tierra adoptiva. Durante mis primeros meses cuando dedicaba cada momento a entender la locura de un país con tantos retos, tantas familias poderosas y tanta corrupción. Casi nunca se me ocurrió cuestionar ¿por qué? Me pareció chistoso cuando mis más queridas colegas en las ONG donde colaboraba me pusieron el apodo ‘Queen.’ Pero poco a poco me quitaba las lentes rosadas. México me educó – no sólo acerca la desigualdad latinoamericana sino en mi tierra natal.
Así es. Aunque siempre admiraba a la Reina Isabel por su compromiso con ‘su’ gente no solo en el Reino Unido sino en el Commonwealth, me di cuenta que la gente no puede ser ‘sujetos’.
Si vivimos en una democracia – y ese es debate para otro momento – pues tenemos que elegir a nuestros líderes. Aunque la verdad es que las y los mandatarios no han servido a su electorado- sobre todo las mujeres o quienes se identifican como mujeres, en los últimos años.
Entonces cuando salga hoy para despedir a mi tocaya – junto con un sin fin de mis compatriotas – estaré pensando en nuestras propias reinas, las madres, las abuelas, las tías y las amigas y sobre todo las que ya no están con nosotras.
Como miles de otras, no pude estar al lado de mi mamá en sus últimos momentos como le prometí. La Covid -19 nos robó la oportunidad de despedirnos. No la podía acariciar rodeada por sus amigas de siempre y si no fuera poco, la mejor amiga de mi mamá, mi tía, y mi última conexión con ella, también murió el día después de la reina.
Algunos dicen que la Reina Isabel fue la abuela de la nación. Algunos que fue nuestra conciencia. Otros que ella fue una señora ya grande y muy rica y que llegó a su posición por suerte.
Creo que todo es verdad. Cuando salgo hoy con mi propio hijo – nombrado por su abuelo no por el nuevo Rey – para despedir a mi tocaya y a mi mama y a mi tía, si me pregunta si algún día podremos escoger a nuestro propio jefe del estado, le contestaré, “Sí Carlos.»
*Elizabeth Mistry, corresponsal en Londres para México en The Herald de Glasgow y The Independent de Londres