Mujer y Poder

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Las Mujeres en la Luna

* De Parks a Tereshkova

Natalia Vidales Rodríguez

SemMéxico, 22 julio 2019.- En un breve  sondeo,  y sin que signifique una  muestra científica en la que habría  que profundizar,  nos encontramos con poco interés en las  mujeres en eso de que una de ellas viajará por primera vez a la Luna en un proyecto estimado para  el 2024, y  con el cual el Presidente Donald Trump cerraría triunfalmente  su mandato ( en el supuesto de que lograra su reelección el año próximo y que los suyos dan por descontado y sus opositores por imposible).

En este espacio hemos apuntado que si Trump no logra reelegirse el año que viene, y que si los mexicanos le revocan el mandato de medio sexenio a AMLO el 2021, el mundo –olvídese Usted de la luna— volvería a la normalidad.

Solo  una de cada cinco mujeres que entrevistamos ( es decir, solo el 20%), nos manifestó como importante  o trascedente  para el género femenino el viajar al satélite (más allá de un  significado simbólico); y un par de conclusiones apresuradas nos llevarían a establecer el porqué: uno, que ese hecho  –como tantos otros alusivos–  solo figuran la igualdad de género, pero  que  no se traducen  en derecho –ni en beneficio-  alguno, a diferencia de los movimientos feministas que han logrado avances reales en la vida diaria de las mujeres tales como las garantías  civiles ( el voto, la educación), la libertad sexual y corporal, la emancipación, las leyes de paridad y del derecho a una  vida libre de violencia,  etcétera.

Y dos, por el sentido práctico que se le atribuye al género femenino: ir a la Luna, como tantas otras aventuras,  forma parte de los  entretenimientos  de los hombres (del que por cierto se aburren   muy pronto tras ir seis veces al satélite compulsivamente apenas en tres años, de 1969 a 1972),  para  luego dejar sus juguetes tirados por ahí. Sin olvidar el motivo de esos viajes: lograr la supremacía en la carrera de los Estados Unidos y Rusia por el espacio como parte de la guerra fría de esa época.

La terminación del proyecto Apollo (hermano de Artemisa en la mitología griega, y cuyo nombre es el nuevo proyecto “feminista” de la NASA para el 2024) en aquellos años fue,  primero por haberse satisfecho la carrera por la Luna; pero  además porque el negocio posterior multimillonario  estaba  en los satélites artificiales con fines -¡Adivinó Usted!-  inicialmente  militares y de espionaje.  Y solo después en inversiones en materia de telecomunicaciones, de pronósticos del tiempo, de investigación científica y demás (actualmente hay miles de satélites y de otros tantos desechos materiales dándole la vuelta al mundo,  y otros lanzados al espacio exterior en una escalada de  contaminación ambiental literalmente  estratosférica).

Tras la hazaña de Armstrong de pisar la luna el 20 de Julio de 1969 en el Apollo 11 (hace 50 años que se celebran ahora), a un grupo de alumnas y alumnos de primaria se les preguntó quiénes quisieran ir a la Luna, pero  solo unas cuantas  niñas se apuntaron: parece ser que les  parecía una tontería ir a  pararse en medio de la nada (a diferencia de los chiquillos a quienes les encantó la idea).

Las primeras veces de las mujeres en los diferentes campos de las experiencias

humanas siempre tendrán su lugar y su reconocimiento de género: en este caso a las pioneras  la Dra. Valentina Tereshkova, con el mérito de ser la primera mujer en ir al espacio en su Vostok 6 en 1963; seguida en 1982  por la también cosmonauta rusa  Svetlana Savitskaya , quien viajó a la estación espacial Salyut 7,  convirtiéndose  en la primera mujer en realizar una caminata espacial; y enseguida Sally Ride, la primera mujer astronauta estadounidense un año después, y a las que siguieran tantas otras, y  sin  olvidar que en 1992, la Dra. Mae Jemison se convirtió en la primera mujer afroamericana en el espacio en el segundo vuelo del transbordador espacial Endeavour. Y quien resulte electa entre las decenas de científicas norteamericanas para ir a la luna el 2014 tendrá todo el mérito de la atracción.

Pero es obvio que hay una distancia más grande entre la tierra y la luna -la que recorrió, por ejemplo, la afroamericana Rosa Parks a bordo de un autobús cuando, en 1955, en medio de la brutal segregación racial en Alabama, se negó a cederle su asiento a un blanco y siendo arrestada prendió la chispa del movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos-, que un boleto pagado a la luna.

Habiendo tanto — todavía– que hacer en la tierra donde una de cada dos mujeres son víctimas de algún tipo de violencia y de discriminación cotidiana y aun tolerada, parece poco lo que haya que ir hacer al satélite como parte del movimiento de liberación de las mujeres.

Sin perjuicio, desde luego, de la simpatía y del reconocimiento a las calificadas astronautas apuntadas para ese viaje y que, ciertamente de alguna manera inspirarán a más mujeres en demostrar que adónde vaya un hombre igual puede ir una mujer. Buen viaje.

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