Soledad Jarquín Edgar
SemMéxico, Oaxaca, 14 de agosto, 2023.- La falta de serenidad en la discusión política no es nueva, siempre alcanza los picos más altos durante los procesos electorales, pero no es el único motivo, han existido otros para realizar acalorados alegatos: la educación, el aborto, la militarización, la pobreza, el fútbol… La diferencia de las discusiones de ayer a las de hoy es el número de usuarios en las benditas redes sociales y sus alcances, que tal parece ya no son tan benditas, condición que cambió totalmente –en México- en la primera década del actual milenio.
El otro factor es la oposición –lo cual depende de quién estaba o esté en el gobierno-Cuando el PRI era el partido hegemónico, el fuego era amigo y se acallaba más temprano que tarde, si el fuego era enemigo tenía un alcance limitado, porque existía un control de los medios, se desmentía o se ocultaban los hechos en un tris (un ejemplo clásico es la forma en que los medios no contaron lo sucedido el 2 de octubre de 1968). Ahora la situación también es diferente en la actualidad, por lo dicho antes y porque el control de los grandes medios o tradicionales se reduce actualmente a unos cuantos, sobre todo por diferencias irreconciliables personales o políticos y por falta de acuerdos financieros.
Se preguntarán ¿eso es bueno o malo? Mi punto de vista es que es bueno que el Estado-Gobierno no tenga el control de los medios. Lo malo es que todavía no termina el servilismo mediático para con el poder –sean políticos, sean económicos, sean oscuros-. El actual gobierno y sus imitadores en los estados, es decir, los virreyes o gobernadores, tampoco han encontrado la fórmula para transparentar la relación entre gobierno-Estado y medios de comunicación. Aquí seguimos teniendo una discusión pendiente.
Lo claro es que ahora la palabra cantó no tiene un solo propietario –que insisto puede ser del Presidente en turno, de los gobernadores, de los militares, de los caciques…; a los que se suman el poder económico de los empresarios, o de los poderes oscuros –no son personajes de La Guerra de las Galaxias, sino el otro poder que co-gobierna en México, el crimen organizado-.
Hoy el poder de la palabra está distribuido entre cada uno y cada una de las ciudadanas que poseen al menos una red social –Facebook, Twitter, WhatsApp y varias decenas más-. La estimación es que este año estas redes sociales están en las manos de 100 millones de personas usuarias del país, quienes en buena parte están sistemáticamente opinando.
El desacuerdo de hoy se balancea a partir de Andrés Manuel López Obrador, sus seguidores, los partidarios de Morena, los que han creído fielmente en el gobernador y los beneficios de sus programas. De otro lado de la balanza están los que no piensan ni creen en la política y los políticos de la cuatroté. A cada parte de la balanza se suben –en su oportunidad- los otros poderes, según les convenga. De un lado el poder militar, del otro el poder empresarial, y repartidos los del poder oscuro.
El problema es que no siempre se sabe discutir y como dice el clásico: no siempre hay argumentos, hay dogmatismo de ambos lados; hay descalificación y discriminación de género, sexual, étnica; hay actitudes violentas –de género o no- y hay específicos casos de violencia política contra las mujeres en razón de género –cuando se trata de una funcionaria pública, de una aspirante, de una mujer electa por el voto popular y familiares directos-.
Y hay al menos dos generaciones, una de ellas ya en cargos de decisión, crecidas en medio de las confrontaciones y el uso de redes sociales, en un país dividido, entre buenos, regulares, malos y peores, lo cual debería preocuparnos por el futuro que ya nos alcanza y que veremos muy pronto, ojalá y no con los resultados funestos que hemos vivido elección tras elección.
Porque lo que sí es real es que de las palabras muchas personas determinan pasar a los hechos, contribuyendo al clima de violencia extrema que hoy vivimos de forma cotidiana.
El país requiere serenidad. Primero tenemos que valorar ¿a quién beneficia la discusión en turno? ¿quién está detrás de la discusión? ¿cómo contribuimos a la discusión o lo hacemos mejor con nuestro silencio? ¿De verdad tenemos que sumarnos a la discusión? ¿qué oculta una discusión? Tenemos que serenarnos porque a la vuelta de la esquina viene un proceso electoral que requerirá de mentes frías y no solo corazones apasionados, de información y no sólo de tendencias mediáticas. Necesitamos escucharnos, tenemos que aprender a oír.