Soledad Jarquín Edgar
SemMéxico, Oaxaca, 21 de septiembre, 2023.- Imagina que tienes varios meses sin trabajo, quizá desde la pandemia perdiste tu inversión, grande o pequeña.
Imagina que siembras maíz, verduras o flores; que quizá posees un pequeño ranchito con dos vacas, un buey y una docena de chivos, algunas aves de corral…y que un día por la fuerza de la naturaleza o por la intromisión de personas extrañas todo se acaba.
Imagina que llevas años destinando dinero para que una o un familiar sea atendido para salvar su vida, quizá un hijo o hija, quizá una madre o un padre, tu pareja. La prioridad es salvar la vida y nada te queda, ya todas tus amistades te prestaron dinero, a unas les pagaste, a otras todavía les debes. El banco te persigue o acosa –sería la palabra correcta- y en las clínicas no te atienden porque no tienes suficiente dinero…la seguridad social nunca lo tuviste.
Imagina que la crisis financiera de tu país te ha dejado en la calle, así literal: en la calle. Nada te queda.
Imagina que en la comunidad en donde vives las mujeres sistemáticamente están amenazadas con ser secuestradas, desaparecidas por grupos criminales para ser explotadas sexualmente o para trabajos forzados propios de las mujeres en sus ranchos, casas, fábricas. O que los jóvenes desaparezcan para ser reclutados en las filas del crimen o asesinados.
Imagina que esas amenazas ya tocaron tus puertas: primero la extorsión, luego la agresión y quizá hasta el asesinato. ¿Qué haces? Pese a las denuncias, nadie ha sido detenido, juzgado y menos sentenciado.
Imagina que ya no tienes tranquilidad en tu país, ya no hay seguridad.
Imagina que volteas la vista a tu alrededor, en la cuadra, en la colonia, en tu comunidad, antes alegre y confiable, ya solo quedan pocas personas, todos se han marchado. Incluso en la comunidad vecina, las casas han sido incendiadas.
Imagina que tus ideas no tienen cabida por ningún lado. Eres contrario a lo que dice tu gobierno, la universidad a la que asistes, en el trabajo te señalan, te acusan, te persiguen…
Esto es lo que han pasado muchas personas que lo dejan todo, todo es todo.
Su casa o lo que queda de ella; las oportunidades que nunca llegaron pero que estaban ahí en la burbuja de la esperanza. Su ropa, los juguetes de los más pequeños, sus libros, la escuela, sus sueños, su almohada y su cama: todo es todo, lo material y lo no material.
Casi cinco mil kilómetros desde el centro de Venezuela; unos cuatro mil desde Colombia; más de dos mil desde Nicaragua; poco más de mil desde Guatemala; unos dos mil 500 desde El Salvador…claro todo en línea recta; algunos pasaran por zonas pantanosas y selváticas, como definen la región del Darién, conocido también como el Tapón del Darién (el pedazo de selva más peligroso del planeta, como lo describió en 2016 el periodista Jazon Motlagh, del BBC Mundo); otros tendrán que enfrentar, casi siempre sin forma de defenderse a grupos criminales, estafadores y polleros –el último eslabón de una cadena criminal que siempre ha existido, tienen nombres y domicilios, pero que las autoridades no ven, ni quieren tampoco–.
Días, semanas, meses de caminar con la creencia de que allá, en algún punto, les contaron estarán mejor, porque estar mejor para muchas de esas personas es poder dormir, comer y trabajar sin que nada ni nadie les robe la paz y la seguridad, que ya les robaron en sus poblaciones de origen y en esa larga, larga travesía para alcanzar ese otro lugar que guardan celosos en su burbuja de esperanza.
Por décadas, primero fueron solo los hombres, para el inicio del actual milenio, las mujeres habían emparejado las estadísticas, igual número de mujeres que de hombres mexicanos se aventuraron en conseguir el sueño americano, tal y como sucede hoy con los migrantes del continente americano desde Centro y Sudamérica hacia Estados Unidos; hoy la migración es familiar.
Miles de niños y niñas también caminan, también viven la desolación del crimen, la angustia de las noches a la intemperie o de las tormentas en cualquier parque o carretera.
Los responsables de las administraciones públicas, de este sexenio y de muchos hacia atrás, han propuesto soluciones no basados en los derechos humanos de las personas. En cambio, sí en intereses económicos del otrora poderoso país del norte. Al menos en México lo tenemos claro. Casi todas y todos conocemos a alguien se pasó al otro lado sin papeles. Son múltiples las historias contadas de su paso por los desiertos, las montañas o atravesando el río. Históricamente muchos lo lograron, otros se quedaron en el camino, son parte de la arena de esos lugares y otros volvieron a casa sintiéndose derrotados, porque la costumbre en muchas comunidades era irse como lo hicieron sus antepasados.
Hoy personas de México, Guatemala, Colombia, Venezuela, El Salvador, Haití, Guatemala y otros países, migran casi por las mismas razones, empujados por la pobreza, la falta de oportunidades, la delincuencia organizada, la falta de paz y por ende de seguridad.
Sin embargo, México responde una y otra vez al mandato del país vecino. Es un contenedor de la migración hacia Estados Unidos ¿cómo? Haciéndose de la vista gorda, impidiendo el paso, sin brindar seguridad, sin crear casas para migrantes, ni atención a las familias. Su inacción y la burocracia que impera en el sistema es evidente. Largas filas de personas desesperadas o pequeñas cárceles disfrazadas de albergues. ¿Por cierto en qué va la historia del incendio del albergue en Chihuahua?
La no política migratoria construyó un muro y esa misma inexistente política construyó retenes; no ve, ni escucha la multiplicidad de casos de robos, violaciones, secuestros o asesinatos. Tanto que la frontera sur mexicana es hoy, como lo ha sido la frontera norte con Estados Unidos, una trampa mortal y una de las más peligrosas del mundo. Ese solo detalle devela la falta de un enfoque humano en el tratamiento al tránsito de personas migrantes. Y en el olvidó quedó la estrategia de movilidad internacional –regulada, ordenada y segura-, uno de tantos sueños del gobierno y una pesadilla para la población migrante.
Pero es no es todo. En muchas ciudades del país, donde hoy pasa esa población flotante es motivo de xenofobia, discriminación y desprecio. Los gobiernos municipales de todos los partidos políticos no responden, los estatales tampoco y el federal es inexistente.
Circulan supuestas notas informativas y en las redes sociales llamados a repudiar a los extraños que duermen en la calle, que piden comida y se generaliza la idea de que son delincuentes. México no tiene espejos para mirarse, ni mucho menos memoria. Impera el clasismo, el racismo y la xenofobia, no es que haya resurgido, siempre han estado a flor de piel.