Por Mercedes Arancibia
SemMéxico/Periodistas en Español. 17 de febrero 2020.- En Guatemala, como en Ruanda, Camboya y otras dictaduras crueles, los militares y sus secuaces masacraron comunidades enteras, y los supervivientes no consiguen acabar el duelo.
De la dictadura militar guatemalteca instaurada a finales de los años setenta nació una guerra civil que duró casi treinta años, y dejó un saldo de más de 200.000 cadáveres y 40.000 desaparecidos.
Premiada con el Caméra d’or en el Festival de Cannes 2019, «Nuestras madres» regresa al primer plano de la superficie aquellos días trágicos de la historia del país, cuando el ejército y los grupos armados asesinaron a cientos de miles de civiles en todos los rincones del mapa.
Los primeros pasos del cineasta belga-guatemalteco César Díaz en el largometraje “Nuestras madres”, el relato íntimo y pudoroso de una tragedia colectiva, han hecho historia al ser la primera vez que una película de Guatemala ha estado presente en Cannes, donde consiguió también el Premio SACD (Sociedad de Autores y Compositores dramáticos) y el Grand Rail d’or (que entrega la asociación de ferroviarios cinéfilos) en la 58 Semana de la Crítica, porque “descubre con delicadeza los restos de los desaparecidos en un genocidio inscrito en el ADN de su pueblo”.
Después, en la Sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, se alzó con el Premio Cooperación española “por su gran contribución al desarrollo humano, la erradicación de la pobreza y el pleno ejercicio de los derechos humanos”.
No estamos, aunque también, en una lección sobre la historia reciente Guatemala: en la hora y veinte minutos que dura la película hay muy pocas alusiones políticas directas a excepción de “La Internacional” que cantan los amigos de la madre del protagonista (Emma Dib) en su fiesta de cumpleaños. Estamos en 2018 cuando se está juzgando a los militares que torturaban a los opositores que capturaban y arrojaban sus cuerpos a fosas comunes. Estamos acompañando a Ernesto (el actor mexicano Armando Espitia), un antropólogo forense que identifica desaparecidos en una fosa común del cementerio de Guatemala City. Un día, en el relato de una anciana india maya que busca a su marido torturado y fusilado, cree encontrar una pista de su padre, guerrillero también desaparecido durante la guerra.
“Yo quería hacer una película personal pero no autobiográfica, servirme de mis sentimientos”, explica el realizador César Díaz –hasta entonces guionista, montador y realizador de documentales- al presentar su película en los festivales. Y ha hecho una película desgarradora, una obra de memoria que mezcla actores profesionales con gentes del pueblo y mantiene la emoción a flor de piel, de las pieles arrugadas por la tragedia. Una película que empieza y termina en la reconstrucción de un cuerpo, de los huesos de un cuerpo con minuciosa precisión científica, en el trabajo de identificación de los esqueletos que luego entregará solemnemente a sus deudos, destrozados por la locura asesina que se convierte en el símbolo de un país.
El protagonista de esta historia trabaja para restituir la dignidad a los muertos, rotura el terreno, exhuma, escucha y acompaña tanto a los muertos como a los supervivientes (todos víctimas mayoritariamente indios), a las mujeres, esas madres supervivientes del genocidio que se han quedado solas en un territorio olvidado de los medios de comunicación, a los personajes anónimos cuyo silencio dice mucho sobre lo que presenciaron, a los que testimonian ante un tribunal… “Nuestras madres surge como un grito en el silencio histórico que ha rodeado esa masacre desconocida” .
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