David Martín del Campo
SemMéxico, Ciudad de México, 16 de junio, 2025.- Mis hijos me dan guerra todos los días. Es la frase que se escucha a diario en miles de hogares… chamacos latosos que rompen todo, muchachos en rencilla permanente, escuincles incontrolables que se vinculan al crimen a la menor provocación. ¿Y por qué no?, alguien diría, si el Himno Nacional menciona y repite nueve veces la palabra “guerra”. Mexicanos al grito… Guerra, guerra sin tregua… y etcétera.
Es que lo traemos en la sangre, eso de ser permanentemente rijosos. No olvidemos que el himno fue compuesto por Francisco Bocanegra en las postrimerías de la guerra contra Estados Unidos (1847-49), cuando debimos ceder la mitad del territorio al gobierno de James Polk… aunque fuimos compensados con 2 millones de dólares por los daños de la intervención. Cuando se decidió la invasión, perdimos de hecho todas todas las batallas; la de Veracruz, la de Cerro Gordo, la del Convento de Churubusco, Molino del Rey y la del Castillo de Chapultepec.
Luego de mirar el televisor unos minutos, esos mismos niños incontrolables se voltean para preguntar, ¿estamos otra vez en guerra mundial? Y les asiste la razón luego de ver las escenas en Gaza, en Ucrania, en Irán, en las calles de Los Angeles y, a ratos, en el corazón de Sinaloa. Bueno pues, ¿qué sigue?
Carl von Clausewitz en su tratado clásico, donde asegura que la guerra no es más que “la continuación de la política, pero por otros medios”. La política, que es dominación, mando y obediencia, de Porfirio Díaz a Díaz Ordaz. El manotazo, y callar y obedecer… hasta que no.
La historia del México independiente ha sido la historia de innumerables guerras: la de Independencia, la asonada contra el emperador Agustín de Iturbide, la Guerra de Reforma, la Guerra de Tejas, la invasión norteamericana, la francesa para instaurar el Segundo Imperio, la contienda republicana para derrocar a Maximiliano, la Guerra de Castas, la Revolución maderista, la asonada de Victoriano Huerta y la guerra de facciones que le siguió, la guerra contra los agraristas de Zapata y los bandoleros de Villa, la Guerra Cristera, la Guerra Mundial (Escuadrón 201)… que por cierto ganamos, y luego las guerrillas guevaristas de la sierra de Chihuahua (Arturo Gámiz) y Guerrero (Lucio Cabañas), la sorda guerrilla urbana de los años setenta, para concluir con el alzamiento del EZLN en las cañadas de Chiapas. Alguien diría, ¿es que no nos podemos estar en paz?
Con todo y todo, el siglo actual ha sido un periodo sin convulsiones. Luego de la llamada transición democrática (año 2000), ciertamente hemos gozado de una paz relativa, sin considerar los eventos de violencia (el caso Ayotzinapa, la matanza de San Fernando) amén de los desórdenes que acompañan a las movilizaciones del feminismo recalcitrante y el magisterio radicalizado, por no referirnos a la expansión de la violencia que las mafias han sembrado por todo el país, y que tienen en jaque al gobierno. La corrección política nos impide hoy llamarla, como se hizo años atrás, “guerra contra el narco”.
Así las cosas, hoy despertamos ante un complicado panorama internacional que seguramente será asunto central en la reunión de Grupo de los Siete que se ha citado en Alberta, Canadá.
Lo de la Franja de Gaza parece el cuento de nunca acabar. Desde la guerra del Yom-Kipur, en 1973, el conflicto árabe-israelí ha evolucionado con periodos de altibajos. Cuando ocurrió el ataque de Hamas al asentamiento judío en Kibutzim, el 7 de octubre de 2023 (y en el que fueron asesinadas mil 195 personas), muy pocos quisieron imaginar que eso no implicaba una nueva declaración de guerra. Es lo que ha ocurrido desde entonces, y que nadie se llame a sorpresa.
Consecuencia de lo anterior ha sido la guerra (no declarada) entre la Guardia Militar Islámica, que gobierna Irán desde la revolución de 1979, y el gobierno de Benjamín Netanyahu. Aunque el Casus Belli del conflicto fue la agresión de Israel a la embajada iraní en Damasco (donde se ocultaban los dirigentes de Hamas), días después el gobierno islámico de Teherán lanzó una andanada de 320 misiles y drones contra Israel, estableciéndose en los hechos un nuevo frente de guerra.
Lo de Ucrania ya dura tiempo, y no hay que insistir demasiado en el asunto. La Rusia de Putin decidió la invasión militar de Crimea en el verano de 2014, y los demás han sido las consecuencias de un país independiente (por cierto que el más extenso de Europa) luchando desde las trincheras contra el heredero del mariscal Stalin.
Y en las calles de Los Angeles, Chicago y Nueva York lo mismo, asoman las banderas mexicanas en pie de guerra contra los oficiales de la agencia de migración trumpista (ICE), que han declarado la guerra a los migrantes latinos, fundamentalmente mexicanos, con papeles y sin ellos. Una guerra xenofóbica, a todas luces, con centenares de detenidos, algunas patrullas incendiadas y foros supremos donde se vilipendia a los migrantes contemporáneos, tildándolos de nacotraficantes y terroristas.
Guerra sin cuartel, la que estamos presenciando, que por sus alcances tecnológicos (Irán está a punto de construir sus primeras bombas atómicas) nos hacen recordar a sir Winston Churchill quien, al iniciarse la Guerra Fría de los años sesenta, declaró con su proverbial llaneza: “No me preocupa lo que pudiera ocurrir se se desata una Tercera Guerra Mundial… me preocupa la Cuarta, que será a palos y pedradas”. Banderas, himnos, iracundia; la especie humana tan dada a la intolerancia.