Opinión | Bellas y airosas

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La boda de Diana

Elvira Hernández Carballido

SemMéxico,  Pachuca, Hidalgo, 30 de julio, 2025.- El 29 de julio de 1981, mientras mi amiga Marissa y yo estudiábamos para el examen de Teoría Social, ella prendió la televisión porque ese día se iba a transmitir en vivo el casamiento del príncipe Carlos con una jovencita llamada Diana, lo que más me impresionó del espectáculo fue escuchar que esa damisela tenía nuestra edad: 20 años. 

Empezamos a observar el escenario con gran incredulidad, en pleno siglo XX el cuento de hadas parecía convertirse en realidad. Recuerdo nuestras voces al describir la hermosura del vestido blanco y el larguísimo velo, los aplausos de la multitud afuera del palacio cuando el novio besó a la novia, la imponente presencia de la reina de Inglaterra y, sobre todo, atestiguar que Diana iba a convertirse en una princesa de verdad. 

Llegaron a nuestra memoria Blanca Nieves, Cenicienta y la Bella Durmiente. Yo recordé ese cuento que tanto me había impresionado, en el que, durante una fuerte tormenta nocturna, una chica llegó a pedir refugio a un castillo, pero como iba empapada y con la ropa sucia no le creyeron que era una princesa. Le dieron asilo porque pese a todo su hermosura resaltaba y además la reina la vio como candidata a casarla con su hijo. Por eso, le hizo una prueba infalible. En la habitación que le destinaron colocó sobre la cama un guisante, encima de esta semilla acomodaron dos docenas de colchones. Al otro día, le preguntaron a la joven si había dormido bien, ella respondió que no, que algo le había estado lastimando la espalda hasta el amanecer. “Ahora sabían que era una verdadera princesa porque había sentido el guisante a través de los veinte colchones y los veinte edredones. ¡Solo una princesa genuina puede ser tan sensible! Fue así como se casó con el príncipe”. 

Sí, las chavas del siglo XX teníamos esos modelos femeninos, y Lady Diana, muy inglesa y privilegiada, también pertenecía a nuestra misma generación, se casó pensando que haría realidad ese cuento de hadas. Pero, la vida real fue dura con ella, descubrió que ese príncipe no era tierno, ni fiel, nada maduro y poco sincero, que obedecía solamente a las tradiciones, que simulaba por quedar bien, que mentía por mantener su impecable imagen, que amaba a otra.

Yo seguí esa historia porque al trabajar en un bazar llegaba ahí la revista Hola y a través de esa publicación supe sobre la vida de Diana. Perseguida por fotógrafos, sin poder disfrutar algún momento en privado. Fue madre de dos hijos a los que trató de proteger de esa monarquía rancia. Vestía siempre a la moda, aunque por igual aprendió a dar discursos, a usar su popularidad para beneficiar a los grupos vulnerables. Se defendió a su manera, a veces equivocándose, a veces sacudiendo al reinado, muchas más provocando una gran empatía con las multitudes. Divorciada, siguió siendo perseguida hasta su muerte. La princesa del pueblo fue la frase que el primer ministro Tony Blair musitó al despedirla. Hasta la fecha siguen latentes las dudas en torno al accidente donde perdió la vida. Miles de personas asistieron a su funeral y miles más seguimos la transmisión. 

Ese día yo decidí prender la tele y ver un escenario muy diferente al de esa boda de ensueño de hace 44 años, el sepelio de una princesa muerta, asesinada por el acoso mediático, perseguida hasta su último suspiro. El ataúd reposaba en una carreta jalada por elegantes caballos y detrás, caminando a paso lento, los hombres que marcaron su vida: el hermano, el suegro, el exesposo y los hijos. Seguíamos teniendo la misma edad, 36 años, pero ella ya no continuaría adelante, ahora es eterna. 

Entonces, le dije adiós a una princesa, una princesa cuya vida demostró lo importante que representa romper con los cuentos de hadas, cambiar el final del cuento, colorear a nuestro personaje femenino con otros destellos y sueños, leer otras historias a las niñas. 

No sé cuánto tuvo que ver la muerte de Diana, pero justo un año después de esa tragedia, llegaron filmes como Mulan (1998) y otro tipo de princesas como Mérida, Elsa, Anna quienes no aceptaban casarse por seguir una tradición, que eran valientes y decididas, que no creían en el amor a primera vista sino en ellas mismas. Bien advierte en su artículo Yizeth K. Arango Cortés: 

Es innegable que, en el pasado, las producciones de Disney reflejaban valores que no encajaban con los principios de inclusión, igualdad y respeto que abrazamos en la sociedad actual. Estos valores se reflejaban en estereotipos de género, sumisión y roles predefinidos que no corresponden a nuestra visión contemporánea. Sin embargo, a medida que avanzamos en nuestro análisis, también hemos identificado un cambio positivo en el enfoque de Disney. La industria está tomando conciencia de la importancia de representar la diversidad en todas sus formas, incluyendo la comunidad LGBT y la diversidad étnica. Las representaciones de género también están evolucionando, desafiando los estereotipos tradicionales y presentando personajes femeninos valientes y masculinidades no tradicionales. Es cierto, aún se sienten como cambios superficiales, pero sin duda es un avance.

Las princesas de la pantalla grande van cambiando poco a poco, las princesas de la vida real tienen ahora un espejo donde se refleja Diana y ya no se preguntan sin son bonitas, sino qué pueden hacer por ellas mismas. Dejan atrás los estereotipos, para inspirarnos a ser también nosotras mismas y recuperar nuestras historias para que las niñas de hoy sueñen diferente. 

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