Opinión| Pedal y Fibra

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 David Martín del Campo*

SemMéxico, Cuernavaca, Morelos, 5 de agosto, 2024.- Sudando y a todo tenis pudimos alcanzar la velocidad de 43 kilómetros por hora. Se trató de Noah Lyles, quien completó los 100 metros planos en 9 segundos y 79 centésimas, milésimas antes que su contrincante jamaiquino Kishane Tompson.

 “Más rápido, más alto, más fuerte” es el lema olímpico, al que se le ha añadido el adjetivo “juntos” (communiter), para atenuar el sentido soberbio que suponía el enunciado.

Como buenos franceses, los XXXIII juegos olímpicos en París se han destacado por su originalidad. La inauguración, en que las delegaciones avanzaron navegando en barcazas a lo largo del Sena, fue del todo novedosa. Ha sido, una vez más, la fiesta del cuerpo, su vigor y destreza, sus límites y resistencia.

Cientos de millones de personas, apoltronados en el sofá y cerveza en mano, hemos disfrutado la transmisión de las pruebas deportivas, desde las clásicas de pista en el estadio hasta las más extravagantes, como las pruebas de skate board y de bicicleta de piruetas (BMX freestyle).

Y México, bien gracias, en el lugar 46 del medallero olímpico detrás de Guatemala, Santa Lucía y Uganda. Ya habrá de responder la presidenta de la CONADE, Ana Guevara, inspectora incorruptible del fracaso deportivo nacional.

 Halterofilia, ping-pong, tiro con pistola de aire, nado sincronizado, ciclismo de montaña; las nuevas disciplinas deportivas son incontables. La básica, por elemental, es la carrera. Cien metros, diez mil o la maratón. Correr nos tonifica, nos da resistencia, nos permite pensar en otra cosa, como lo reseña Haruki Murakami en su novela “De qué hablo cuando hablo de correr”.

 Es lo que acostumbraba en mis años mozos cuando corría bajo las frondas del vivero de Coyoacán. No era raro cruzarse ahí con don Fernando Benítez (trotando a pasitos), con Juan Villoro, Ciro Gómez Leyva, Sara Sefchovich. Correr, sudar, tomarse el tiempo y a otra cosa mariposa. Cada cual, según sus posibilidades, practica en algún momento el deporte que más le acomoda.

No es ningún secreto que en su juventud el presidente Luis Echeverría se ejercitaba en el lanzamiento de jabalina, como Carlos Salinas de Gortari en la equitación (participó en los Panamericanos de Winnipeg) o la afición a “macanear” en el diamante de beisbol que ha ejercita el presidente López Obrador. La candidata electa, Claudia Sheinbaum, practicaba el remo corto en la pista olímpica de Cuemanco, bajo los colores de la UNAM.

 El verbo es competir… y ganar. Siempre alguien es mejor, y si no, ya se encargarán los años de desbancarnos, porque existen estampas de pasmo que han quedado para la historia. Una fue la del corredor Jesse Owens, negro de Alabama, en la olimpiada de Berlín 1936, cuando venció en la carrera de los 100 metros ante la presencia de Adolfo Hitler, devoto de la superioridad caucásica. Otra fue la de Cassius Clay en la Olimpiada de Roma 1960, cuando a los 18 años inició su contundente carrera noqueadora hasta que en 1981, rebautizado ya Muhammad Ali, se retiró.

 El país nunca ha destacado desmesuradamente en los juegos olímpicos. Nuestro mejor desempeño fue en la olimpiada de México 1968, cuando obtuvimos nueve preseas. Algunos atletas destacados han sido, desde luego, el clavadista Joaquín Capilla, quien obtuvo medallas de plata y oro en las olimpiadas de Helsinki y Melbourne (1952-1956), el sargento José Pedraza, quien obtuvo medalla de plata en la marcha de 20 kilómetros, en los juegos olímpicos de México 68. O el capitán Humberto Mariles, quien obtuvo dos medallas de oro en equitación en la Olimpiada de Londres 1948… y que después fuera encarcelado por asesinar a un conductor con el que tuvo un altercado, y más tarde acusado en París por el intento de traficar heroína.

Los nueve participantes en la prueba de los 100 metros del domingo pasado son de tez oscura. Norteamericanos, sudafricanos, jamaiquinos… ¿será que el triunfo de Noah Lyles está demostrando que los genes africanos son más eficientes en el plano atlético?

Pedal y fibra, dirían los ciclistas a lo Radamés Treviño, y mi cerveza y la televisión prendida hasta media madrugada. Faltaba más.

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