Opinión| Tetelcingo, tierra de náufragos en el olvido

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  • En México deambulan legiones de seres buscadores, seres vivos que no viven del todo, mientras bajo la tierra están miles de las personas desaparecidas… muertas.

Valentina Peralta Puga 

SemMéxico, Cd. de México, 19 de enero, 2022.- Este texto pretende compartir las sensaciones que surgen sorpresivamente desde sitios muy profundos de lo humano, al convivir con las personas que nos exigen desde la muerte que se respeten sus derechos a la dignidad y a la justicia.

I. La resaca

Anoche tuve presencias de caras blancas flotando en mi cuarto, acercándose y oprimiendo mi cuerpo contra la cama, no podía respirar…

Me sabía despierta, eran ellos, no sé si eran los muertos o quienes los mataron o quienes los enterraron o quienes no querían que los sacáramos… me envolvían con su vaho blanquecino de gritos mudos y negros, el miedo evaporó mi sudor helado.

Tal vez eran nuestros muertos rescatados de su naufragio o los que clamaban desesperados que fuéramos por ellos y me buscaban ahora para compartirme un poco de sus sensaciones de ahogo y opresión en que viven muertos sepultados en los cientos de fosas donde son desechados, práctica realizada en los Servicios Médicos Forenses de todo el país cuando se les acumulan los cuerpos de personas muertas hasta que ya no les caben en los refrigeradores y deciden arrojarlos a fosas comunes y abandonarlos pudriéndose colectivamente y desapareciendo para siempre entre sus propios líquidos y tejidos mezclados en el olvido.

Mientras tanto sus seres queridos los buscan y recorren todo México con la desesperación del amor, de la ausencia, de la incertidumbre, de la esperanza de verlos regresar, abrazarlos y decirles cuánto los aman y extrañan.

Así deambulan legiones de seres buscadores, seres vivos que no viven del todo, mientras bajo la tierra están miles de las personas desaparecidas… muertas, que no están muertas del todo y desde su muerte del cuerpo nos persiguen con la vida de su alma para que los rescatemos.

Desperté con las costillas adoloridas, con todos los huesos del cuerpo desencajados, acompañado del sabor agridulce a nanches maduros que los muertos nos dejan en el paladar.

Era mi primera noche en mi casa después de pasar semanas dentro de las fosas de Tetelcingo, rodeada de personas muertas.

II. Inicia el parto

Paridos ahora por la tierra seca, uno a uno, una a una, sacados a fuerza por una herida profunda de cesárea violenta y desgarrada, como única opción para traerlos de vuelta a su vida y por primera vez nacer a la certeza a su muerte, fueron presentándose ante nosotros, desfilando harapientos con sus cuencas vacías mirándonos desde la tristeza, palabras suspendidas ahogadas en la mueca de sus dentaduras incompletas, cráneos aplastados, seres destejidos, deshechos, deformados o fracturados por los mismos cuerpos de sus compañeros de sepultura cuando los aventaron unos sobre otros, como bolsas de basura, triturándose entre todos inevitablemente; genitales machacados que ya no representaban algún sexo, ahora eran nombrados como cuerpos, restos: cadáver uno, dos, tres, ochenta y cinco, ciento catorce… resto I, II, III, IV…

Personas convertidas en capullos de olvido, amarrados como momias con plástico negro, envueltos por la telaraña gigante de la omisión, la negligencia, el crimen. La alimaña los llevó a su nido bajo tierra, a la nada de la desaparición, segura de que los guardaría para siempre, para comerlos después, para roer sus huesos con calma, para beber sus líquidos. Los depositó como un enjambre de huevecillos dentro de las fosas, donde no existía el mínimo resquicio para dejarlos escapar una vez que ya se los había tragado la tierra.

En la siguiente columna daremos unos pasos más en este recorrido “amargo y dulzón” dentro de las fosas comunes que existen por cientos en nuestro México y en las que cualquiera de nosotros o nuestros seres queridos podemos llegar ahí y ser “los siguientes de la fila”.

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