- Han emergido como el verdadero andamiaje del poder en la era digital
Miguel Ángel Romero Ramírez
SemMéxico, Cd. de México, 22 de enero, 2025.- El reascenso del magnate como presidente de Estados Unidos es apenas un síntoma de la verdadera transformación que trae consigo la disrupción digital. Manipulación, desinformación y polarización los ingredientes rentables y destructivos de las plataformas tecnológicas.
El siglo XXI ha sido testigo de una paradoja histórica: mientras la narrativa del progreso democrático sugería el fortalecimiento de los Estados como garantes del bienestar colectivo, las plataformas tecnológicas y sus algoritmos han emergido como el verdadero andamiaje del poder en la era digital. Este desplazamiento no es accidental, ni mucho menos neutral. Las denominadas big techs no solo han transformado la economía y la forma en la que interactúanos, sino que también han comenzado a ocupar espacios que por diseño correspondían solo al Estado, redefiniendo la realidad de los ciudadanos -o más apropiadamente, hoy en día de los «usuarios».
La supremacía del algoritmo no es simplemente un fenómeno tecnológico, sino político al redefinir el poder. En el entorno algorítmico, las corporaciones privadas no actúan como actores económicos subordinados a la regulación estatal, sino como las nuevas instituciones de facto que moldean percepciones, comportamientos y decisiones. Definen las nuevas reglas y valores. El algoritmo, diseñado con intereses comerciales, establece qué información recibe cada individuo, qué problemas se consideran prioritarios y cómo se estructura el debate público. En este esquema, el usuario no es un ciudadano activo en una democracia deliberativa, sino un actor pasivo que consume narrativas personalizadas y diseñadas para optimizar el tiempo de atención y maximizar las ganancias.
El regreso de figuras como Donald Trump a la Casa Blanca no se entiende sin esta dinámica. Su éxito político ilustra cómo el populismo se sincroniza y hace match perfecto con las plataformas digitales. Mientras los algoritmos privilegian el contenido polarizante, las figuras populistas se convierten en los principales beneficiarios de este modelo. Trump no solo utiliza las plataformas como herramientas de comunicación, sino que encarna el tipo de figura que estas privilegian: controversial, disruptiva y capaz de generar ciclos interminables de atención y conflicto.
El peligro aquí es que la supremacía del algoritmo reemplace progresivamente al Estado como el principal andamiaje institucional. En lugar de gobiernos que representan el interés colectivo, las corporaciones tecnológicas, guiadas por la lógica del mercado, se convierten en los árbitros de la realidad. Este nuevo modelo de gobernanza no se construye sobre la soberanía popular o la deliberación democrática, sino sobre métricas comerciales y decisiones tomadas por un reducido grupo de ejecutivos y programadores en Silicon Valley.
La privatización de la esfera pública es la manifestación más clara de este proceso. Plataformas como Facebook, X, Amazon, Instagram, YouTube, Google y TikTok no son solo intermediarios; son los nuevos foros en donde se desarrolla la vida política, económica y social. Sin embargo, a diferencia de los Estados, estas corporaciones no están sujetas al escrutinio público ni a las obligaciones democráticas. No rinden cuentas ante los ciudadanos, sino ante accionistas e inversionistas. En este contexto, el Estado se achica no solo en términos económicos, sino en su capacidad de regular, arbitrar y definir el bien común.
El riesgo es doble: por un lado, los Estados se ven debilitados, reducidos a espectadores impotentes frente al poder de las corporaciones tecnológicas. Por otro, las plataformas se consolidan como estructuras de poder sin contrapesos, moldeando no solo la economía, sino también la cultura y la política. La instalación de este nuevo andamiaje institucional implica que las decisiones clave para la sociedad -como qué información es válida, qué comportamientos son aceptables y quiénes son los «enemigos»- se tomen fuera del ámbito público, en salas de juntas privadas y a través de líneas de código y modelos algorítmicos que sólo los dueños conocen.
Este sistema no solo amenaza la soberanía estatal, sino también los principios básicos de la democracia. La deliberación colectiva es sustituida por la manipulación algorítmica; la diversidad de voces, por cámaras de eco polarizantes. La política se transforma en un espectáculo diseñado para maximizar clics, mientras las decisiones que realmente afectan la vida de los ciudadanos se toman en un espacio inaccesible y opaco.
El achicamiento del Estado, entonces, no es solo una cuestión de tamaño o presupuesto. Es un fenómeno más profundo, donde las instituciones públicas están perdiendo su capacidad de intervenir en las dinámicas que realmente estructuran la sociedad. Ante este panorama una de las varias pregunta d a resolver no es si el Estado debe reducirse o ampliarse, sino cómo puede recuperar su papel frente a las plataformas que ya han asumido funciones que van desde la mediación del discurso público hasta la definición de la realidad.
La respuesta parece estar cuesta arriba pues, en términos de percepción, las mayorías poblacionales en distintas partes del mundo, no sólo en Estados Unidos, parecen haber concluido que el Estado como modelo ha fracasado en resolver sus necesidades. No garantiza su seguridad que es el principio fundacional y tampoco mejora su vida a partir de la redistribución de la riqueza o el capital. Tampoco lo hará el modelo que está por instalarse, pero la lógica es que por lo menos es indispensable romper los viejos paradigmas y dar paso a «algo» nuevo.
Donald Trump no regresó sólo a la Casa Blanca… con él lo hacen las principales plataformas tecnológicas que dominan el mundo más allá de cualquier frontera geográfica y que no son de ninguna forma neutrales. Su agenda y sus intereses responden al negocio de la polarización. Hoy el magnate estadounidense considera que se ha servido de ellas y que gracias a la supremacía del algoritmo regresó al poder… (el salvavidas lanzado a Tiktok es prueba de ello) pero está dejando de lado que las big techs son quienes se alistan para usarlo a él e instalar un nuevo modelo que va más allá de una oligarquía tecnológica y los rendimientos comerciales: sino que busca desplazar al Estado y privatizar o suplir la «democracia».
¿El ciudadano está listo para ser reducido a «usuario» de su propia «sociedad» que está siendo incapaz de moldear? Sin duda, una nueva época para la humanidad está por comenzar.
- Publicado originalmente en LaPolíticaOnLine.com/México