Sara Lovera*
SemMéxico, Ciudad de México, 19 de septiembre del 2022.- En todas las crisis las mujeres pagan los platos rotos. Sucede en las guerras, convertidas en botín; en los escenarios de violencia y destrucción, como sucedió en la Primera y Segunda Guerra Mundial; en las crisis políticas, cuando son usadas o marginadas; en los conflictos internos o de fronteras, debido a que son las que tienen que migrar pauperizadas y aterradas. Todas, donde se mire, sacan fuerza y valentía para sobrevivir, para evitar ser quebradas.
Estuve leyendo La Madre, de Gorki, y los testimonios sobre la caída de la dictadura en República Dominicana, de las “esposas” de los fascistas y las crónicas periodísticas cotidianas de las Madres Buscadoras en México, las antiguas sobre las abuelas de la Plaza de Mayo o las mujeres que no encuentran justicia para sus hijas asesinadas.
En septiembre de 1985, tras el terremoto en la Ciudad de México, estuvieron mayoritariamente las mujeres en la reconstrucción, y todavía están en la tarea de rescatar sus viviendas que se destruyeron el 19 de septiembre de 2017. Por la razón más sencilla: la humanidad está constituida por 48 por ciento de hombres y 52 por ciento de mujeres. En los últimos decenios están en todas partes, tras su impresionante salida a los espacios públicos.
Ahora, que escenificamos en México cambios reales, desde el poder gubernamental y patriarcal y de la pandemia de la Covid19, las mujeres vivieron multiplicada la espiral de la violencia en casa. Son blanco de la crisis humanitaria que vive el país por el crimen, las masacres, los enfrentamientos de civiles armados, fuerzas del orden y militares. Son parte de la estadística del horror. Son las que denuncian, en mayoría, las desapariciones y los homicidios. Son las que viven y hablan de los dolores, las ausencias y las gestiones insufribles en las comisarías.
En estas circunstancias, lo que parece languidecer es la agenda feminista, contradictoriamente, cuando son muchas más las mujeres en sitios de toma de decisiones y de participación en el poder. Es como si viviéramos en dos mundos paralelos: “avances políticos” y un tremendo retroceso, no sólo por la violencia, sino en recursos de todo tipo, en angustias sobre el futuro. Las encuestas y las estadísticas no mienten: son las mujeres quienes más temor acumulan en sus consciencias. Como si todo estuviera dispuesto para nuevas formas de control y opresión femenina.
Y digo que la agenda feminista languidece, porque el poder patriarcal se impone. Este martes escenificaremos la votación en el Senado de la República, donde podría aprobarse la prolongación del Ejército en tareas de seguridad hasta 2028.
En el terreno “político”, los hombres en la disputa por el poder -con sus enfrentamientos y diferencias- están lanzando una narrativa del miedo. Habría que dilucidar sobre las consecuencias del escenario, en términos de control ideológico y de control económico.
Es ahora el tiempo de la resistencia, anuncian, todas aquellas personas que están buscando acciones diferentes. Las personas que en los márgenes de los grupos político están organizadas. La conflictividad cotidiana que no se cuenta, que no se ve, pero que no ha desaparecido. Las jóvenes feministas con otra agenda para reivindicar a las mujeres están con su palabra, como en los años 70, con otras mujeres que buscan respuestas a la violencia que viven, a la discriminación que se mantiene, a las violaciones a sus derechos humanos. Como un halo de esperanza. También están las necias que buscan soluciones dentro de las instituciones y los congresos, que no cesan de difundir la estadística, los hechos. Vivas y sin derrotarse. Veremos…
*Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx