Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, Aguascalientes, 30 de enero del 2023.- Así como hay libros que son, verdaderamente, un deleite, hay otros que causan desasosiego, repulsión, incredulidad y un profundo desprecio por algunos de sus personajes. Este es el caso de “Catedrales”, escrito por Claudia Piñeiro que, bajo el sello de Alfaguara vio la luz en 2020. Inmediatamente se le catalogó como novela negra y ganó varios premios en 2021 con la etiqueta de novela policiaca.
Es una novela breve que se podría leer en un santiamén si no fuera porque la narración obliga, una y otra vez, a tomar aire, hacer una pausa y reflexionar.
Es la historia de una familia que un día cualquiera se desayuna con la noticia de una hija asesinada, lo que inmediatamente la transforma en una familia desgarrada. Ante la tragedia, se forman dos bandos antagónicos e irreconciliables, los que quieren saber qué pasó y por qué, frente a quienes se empeñan en aceptar los designios de dios. Es una historia de buenos y malos que tiene como núcleo un crimen, al cual llegamos leyendo las diferentes voces que integran los capítulos.
Como trasfondo están las fanáticas exigencias religiosas que modelan a Julián y a Carmen. La incomprensión del por qué de un crimen espantoso.
La juventud de la víctima, Ana, que muere a los 17 años, y las prohibiciones de nombrarla, bajo el manto de aceptar la voluntad divina. La necesidad de Lía de alejarse de esa madre amargada y oscura, y de su hermana mayor, autoritaria, inescrupulosa y falsa, cuya toxicidad es inaguantable. La perseverancia de un padre desconcertado y abrumado, empeñado en entender qué fue lo qué le pasó a su hija pequeña, y los abismos de intolerancia e incomprensión de los que solo son capaces los fanáticos o los estúpidos.
En realidad “Catedrales” es un enfrentamiento directo con la inflexibilidad religiosa; una clara denuncia social que cuestiona los muchos males que arrastra la religión católica; una defensa del derecho a un aborto seguro, acompañado y arropado por la sociedad; un fuerte reclamo ante los comportamientos obligados que se incrustan como mandatos irrenunciables y, en consecuencia, conllevan a decisiones no solo desacertadas, sino miserables.
Este libro puede ser muy bien usado como lectura obligada en la educación secundaria, sobre todo en las escuelas con un fuerte componente religioso. Las y los adolescentes pueden aprender a identificar lo que no se debe hacer en una situación similar, asimilando emocionalmente los sufrimientos de Ana y las angustias de Marcela. El personal docente puede debatir con el alumnado cómo puede acompañar y orientar. Y las familias, quizá, finalmente puedan entender en qué consiste el amor al prójimo.
En la novela no hay solo un crimen, son varios. El crimen de Estado que obliga a abortos clandestinos, con desenlaces predecibles, como el que narra “Catedrales”. El crimen, siempre solapado por la hipocresía religiosa, de ocultar, callar o negar la verdad por temor al escándalo, deseo de evadir las responsabilidades y jamás asumir las culpas que, ante un aborto clandestino, lleva a lo inenarrable para ocultarlo, antes que denunciar y procesar al causante.
El delito de encubrimiento y complicidad, que impide el acceso a la verdad y a la justicia, la reparación del daño y la no repetición. Y la impunidad, años y años sin encontrar a los culpables.
No tengo duda, lo más espeluznante de la novela de Piñeiro es lo que piensan, explican y hacen Carmen y Julián, los dos personajes más sórdidos, inhumanos, viles y repugnantes de la novela. Todo en ellos es ruin.
Lo que hacen con el cuerpo de Ana es, llanamente, despiadado. El encubrimiento se va develando poco a poco, con elementos que aporta cada uno de los que en él intervinieron, pero cuando se lee lo que hicieron Carmen y Julián, y se imagina, sin mucho esfuerzo, que en realidad así piensan y así se justifican algunas personas educadas en la fe, el sentimiento es desolador.
Hay un análisis muy interesante de este libro, “Policial, violencia y memoria en Catedrales de Claudia Piñeiro” escrito por Ana Margarita Barandela, que concluye que, “… sin el conocimiento de la verdad no puede haber una reconciliación. Al mantenerse la incógnita del por qué del crimen y quién lo hizo y, además, no haber una solución policial y jurídica para la violencia cometida, se genera una reacción de insatisfacción y se mantiene viva la sensación de que no se llegaron a curar las heridas. No obstante, todo el dolor que pueda provocar el conocimiento de lo sucedido, la verdad se hace necesaria para cerrar ese ciclo, que en este caso dura más de treinta años.”
Y, efectivamente, las y los lectores al terminar de leer “Catedrales” sabemos la verdad: Ana murió por un aborto séptico. Lo que no queda claro es si, finalmente, Lía, la hermana rebelde, atea e independiente, que juró que solo regresaría a su país cuando se encontrara al asesino de su hermana, que construyó una vida en Santiago de Compostela, que tiene una librería que se llama “The Buenos Aires Affair”, que durante años se sintió sola y mantenía una compleja comunicación epistolar, restringida y cuidadosa con su padre, logrará deducir la verdad, junto con su sobrino Mateo y su compañero de vida, Luis, para enfrentar el último tercio de su vida con más esperanza que amargura y con más alegrías que angustias.