Vida y Lectura| MARIA SALOMEA

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Marcela Eternod Arámburu

SemMéxico, Aguascalientes, 27 de noviembre, 2021.- Esta es la historia de una niña que nació en el último tercio del siglo XIX, aprendió a leer a una edad muy temprana y durante toda su vida tuvo una enorme pasión por la ciencia, a la que abordó con curiosidad, creatividad y tenacidad. Huérfana de madre a los 10 años, sin posibilidades —ni sociales ni económicas— para estudiar porque vivía en un país dividido entre tres poderosos imperios, que negaban a las mujeres cualquier educación que no fuera la elemental, tuvo su primera gran depresión a los 16 años.

Hizo un pacto con una de sus hermanas y juntas idearon una estrategia que les permitiera estudiar a ambas. María cumplió cabalmente, mientras que su hermana solo en parte. Decidida a obtener recursos para que su hermana pudiera estudiar medicina en Francia trabajo más de un lustro como institutriz. Se enamoró del hijo de sus empleadores y pasó más de un lustro de amarguras y desconsuelos, respetando su promesa de renunciar a ese cobarde novio que no movió un dedo por ella.

Finalmente, con muchísimos esfuerzos logró a sus veintitantos años inscribirse en la universidad, pasando siempre hambre y muchos meses frío, trabajando hasta la extenuación, y enfrentando la misoginia y la discriminación por ser mujer y extranjera.

Su vida fue un batallar constante contra la adversidad. Cada vez que superaba un obstáculo otro se le presentaba; cada vez que avanzaba hacia su meta se erigía frente a ella un muro más alto para impedirle el paso. Aunque, hay que decirlo, tuvo unos cuantos años —casi doce— de felicidad, respeto y armoniosa complicidad, periodo en el que procreó dos hijas; lamentable y sorpresivamente enviudó, cayendo en una profunda desolación.

Durante años la acompañaron la enfermedad y el dolor, por causa de los efectos —desconocidos en ese entonces— que su investigación sobre unos rayos misteriosos e inexplicables tenían sobre el cuerpo humano y de los que nada se sabía, pero que María Salomea estaba segura, apenas iniciado el siglo XX, que serían un gran descubrimiento.

No se necesitan más pistas, se trata de Marie Curie, de María Salomea Skłodowska Bogusk, quien —no tengo duda— sigue siendo la científica más inspiradora y uno de los mejores ejemplos para incentivar a las mujeres en el estudio de las ciencias. Admirable por su dedicación, voluntad y curiosidad; notable por su inteligencia, creatividad y constancia; pero, sobre todo, por la solidez de sus conocimientos y por su destacable e incansable capacidad para recabar y analizar datos.

Sus aportaciones científicas y su trabajo en la Gran Guerra (1914-1918) son muy conocidos, al igual que sus esfuerzos para recaudar los fondos que le permitieran continuar sus investigaciones sobre la radioactividad. (En 1921 logró recaudar en los Estados Unidos, gracias a Marie Mattingly Meloney, los 100 mil dólares necesarios para comprar un gramo de radio (Anne M. Lewicki, Marie Sklodowska Curie in América, 1921).

De lo que sabemos muy poco es de la adversidad que la acompañó en muchas etapas de su vida, de los constantes ataques que enfrentó, de la discriminación que sufrió no solo por ser mujer, sino por ser inteligente —cuando ese atributo se pensaba, por supuesto equivocadamente, como exclusivamente masculino— por ser polaca, obstinada y atea, por enfrentarse a los muchos necios equivocados y a una sociedad conservadora e hipócrita cuya consigna era: “mejor todos infelices que un atisbo de alegría”.

Se puede constatar que, en muchas biografías que sobre ella se han escrito, se eliminaron pasajes desoladores y oscuros; los innumerables insultos, tanto los que recibió en su Polonia natal, como en Francia; los constantes desprecios que le procuraron los hombres de ciencia, incluso cuando vivía Pierre Curie; los obstáculos cotidianos que tenía que vencer “esa necia mujer que no sabe su posición en la vida”; por no hablar de las constantes intrigas producto de la envidia y la ruindad que muchos colegas varones orquestaron contra ella.

Quizá la biografía más difundida de Marie Curie fue la que escribió —a los pocos años de su muerte— su hija menor Ève Denise Julie Curie: “Madame Curie”, pero, sin duda, fue esa biografía la que más contribuyó al desconocimiento de todas las tribulaciones que acompañaron a Marie Curie a lo largo de su vida.

Esa es la razón por la que esta semana les propongo leer un libro realmente delicioso, amable y profundamente humano, que nos presenta otra faceta de la notable científica polaca. Se trata de “La ridícula idea de no volver a verte” escrito hace ya unos años por Rosa Montero, quien tomó como base menos de una treintena de páginas, escritas por Marie Curie a la muerte de Pierre en formato diario.

Rosa Montero logró hacer una narración tan desgarradora como emocionante, tan cercana y cálida como el amor, y tan lejana y nefasta como la muerte. Indirectamente rinde una especie de tributo a Pierre Curie, cuya ausencia enloqueció a Marie; a ese hombre respetuoso y noble que decidió dejar a un lado sus propias investigaciones para dedicarse junto a Marie al estudio de la radioactividad, que gritó a los cuatro vientos que fue ella la que construyó las hipótesis, diseñó los experimentos, desarrolló la teoría y merecía el Nobel.

El ensayo narrativo que escribió Montero tiene la virtud de iluminar esos momentos de total oscuridad que hacen de María Skłodowska una simple mujer enamorada a quien se le arrebató su ancla y su armonía, su centro y su alegría, su confidente, su amigo, su colega, su esposo. No obstante, Rosa Montero logra con maestría transmitir la importancia de la vida y nos hace reflexionar sobre la presencia siempre constante en nuestras vidas de la muerte, la muerte de los otros y también la propia.

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