Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico,Aguascalientes, 3 de octubre del 2022.- Con frecuencia ocurre que encontrar a una nueva autora o autor -aunque solo sea nueva para quienes acaban de encontrarla- cuya lectura nos agradó, nos lleva a recorrer su producción anterior y a seguir la posterior, esperando repetir el goce que nos proporcionó lo leído, o que éste sea superado, libro tras libro.
Con esa idea mercantil de que existe una voracidad lectora por una o un autor; o de que quien escribe se puede superar siempre, entrando en una frenesí de mejora continua; o con la exigencia editorial de que es muy fácil volver a fascinar a lectores y lectoras; o con el falso argumento de que hay que producir constantemente para mantenerse vigente, encontramos un buen número de escritoras que se esfuerzan por producir frecuentemente.
Tal es el caso, por ejemplo, de Isabel Allende Llona que cuenta con más de 20 novelas, varios libros de cuentos, obras de teatro y varios textos catárticos y autobiográficos que le han permitido transitar por situaciones difíciles o inesperadas a lo largo de su vida; además de novelas juveniles, relatos para niños, crónicas, artículos y demás. Sin embargo, desde mi perspectiva de lectora -común y corriente- nada supera a su primera novela: “La casa de los espíritus”, publicada a principios de los años 80s.
Una larga historia familiar que se origina cuando las familias Del Valle y Trueba pretenden casar a Rosa con Esteban. Una historia que abarcará las vidas de cuatro generaciones, que pasarán a lo largo de casi todo el siglo XX, salpicadas de fantasías, misterios, secretos, irrealidades y creencias fantásticas, que -al ser tan inverosímiles- aceptamos como creencias normales y, por tanto, buenas. Una novela que cabalga sobre las pasiones de cada personaje, que muestran la violencia, el machismo, la neurosis, la negación, la perversión, los celos, las traiciones, las añoranzas y las venganzas en dosis suficientes para mantenernos expectantes. Como saben, Rosa muere antes de casarse con Trueba y será Clara, el espíritu central de la trama, quien dará soporte a toda la narración en la voz de Alba, su nieta. Isabel Allende -en mi opinión- no ha escrito nada mejor.
Algo similar pasa con Ángeles Mastretta Guzmán y su primera novela “Arráncame la vida”, publicada en 1985, que narra la vida de una tal Catalina Ascencio, inmersa en una sociedad tan restrictiva y cerrada, como controladora e inflexible. La única manera de hacer valer en algo sus propios deseos la obliga a usar “las armas de las débiles”, pagando altos precios por cada rebeldía, falta, infracción, inobservancia, o simple reclamo. Sucede lo mismo con Laura Esquivel Valdés y su novela “Como agua para chocolate”, que vio la luz en 1989 con enorme éxito. Tita, la protagonista, condenada a la soltería por tener la obligación de cuidar a su madre en su vejez, solamente porque así es la costumbre, renunciará a fuerzas a su gran amor, Pedro Muzquiz, quien termina casándose con su hermana. Imagínense los enredos a los que llevan los intensos deseos contenidos. Una novela salpicada de recetas extraordinarias, en un contexto histórico vertiginoso y revolucionario. Realmente, esa fue su primera novela y la única destacable por su frescura, agilidad narrativa y entorno gastronómico.
En otro grupo se encuentran las escritoras que publicaron muy poco porque vivieron muy corto tiempo. Es el caso de dos de las hermanas Brontë Branwell. Charlotte que escribió “Jane Eyre”, publicado en 1847 y, sin duda, su mejor novela (aunque había escrito otra antes, “El profesor”, que ella misma se negó a publicar porque no la consideraba ni buena, ni interesante, y solo se editó después de su muerte, ante la insistencia de su editor); y Emily que, en el mismo año, publicó “Cumbres borrascosas” su primera y única novela.
La trama de “Jane Eyre” es hoy clásica: huérfana, poco amada por sus parientes va a dar a un internado, donde con enorme esfuerzo y gracias a él logra formarse para ser una buena institutriz que consigue trabajo en casa de un patrón pudiente y sufriente, de quien se enamora, pero que está casado con una mujer mentalmente inestable. Las convenciones y lo imposible de la situación llevan al desencuentro y la separación definitiva, pero ella, años después, en un arranque de sinceridad consigo misma, finalmente regresa a enfrentar su destino.
En “Cumbres borrascosas”, Emily creó dos personajes, a la fecha, inolvidables: Catherine Earnshaw, la niña consentida por antonomasia, que se transforma en una joven voluble, caprichosa, depresiva, vulnerable y malhumorada, por mencionar solo algunos de sus muchos atributos, y el amor de su vida, Heathcliff, resentido, violento, hosco y con pinceladas de locura, pero que ama con esa misma locura a Catherine. Una historia de amores tumultuosos, apasionados, pero desviados por convenciones, deseos inconfesables, secretos y venganzas personales. La historia es endógena, incestuosa, clasista, opresiva e infeliz para todos. Ellas, las hermanas Brontë, no escribieron más porque murieron muy jóvenes. Emily de tuberculosis a los 30 años, en 1848, y Charlotte, de lo mismo, en 1855, a los 38 años.
Otras escritoras cuyas primeras novelas han sido insuperables, aunque sigan escribiendo posteriormente, son las que lo hicieron en sus años de madurez, las que han rumiado por años una obra. Han dejado que las ideas se completen, que en la estructura del texto se acomoden todas las piezas y, finalmente, que el libro se integre a paso lento, pero robusto. En este bloque se encuentra, por ejemplo, Vanessa Springora y su impactante libro “El consentimiento”, que preparó durante más de 30 años.
“El consentimiento” es una historia muy personal, novelada, para lograr que la estructura narrativa logre atrapar a un depredador sexual. En palabras de la autora, su intención fue “encarcelar al abusador, al pervertido, al pederasta, en su propia jaula, encarcelarlo en un libro”. La historia es estrujante, impactante, dura y cruda. Narra la relación de un cincuentón, escritor famoso y pederasta confeso, con una niña de 13 o 14 años. Es biográfica, pues la niña es Vanessa Springora, la autora, y el depredador es Gabriel Matzneff. El contexto: una sociedad francesa permisiva que celebró la pederastia, consintió el abuso y festejó esa y muchas otras relaciones del vejestorio, en donde no era posible que hubiese consentimiento, solo violación, abuso, violencia y, ante el dolor, indiferencia y desapego. Una familia incapaz de proteger a una niña que se encuentra ante la indefensión total, a la que le toma casi 35 años procesar los hechos.
Para terminar, hay algunas escritoras que escribieron únicamente lo que consideraron que tenían que escribir. Lo hicieron en una sola obra, escrita con destreza, talento y pasión. El mejor ejemplo de este grupo es Nelle Harper Lee quien a lo largo de casi toda su vida solo publicó -en 1960- su novela “Matar un ruiseñor” (aunque en 2015 apareció “Ve y pon un centinela” que no es otra novela, sino el primer borrador de “Matar un ruiseñor”). Este es un claro ejemplo de que, cuando se tiene algo que decir y se dice con maestría, se cumple con suficiencia el propósito y se deja una novela de enorme trascendencia que, después de décadas, conserva su vigencia.