Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, Aguascalientes, 6 de febrero, 2024.- En el muy ilustrativo libro escrito por Cristina Oñoro Otero “Las que faltaban. Una historia del mundo diferente”, editado por Taurus en 2022, se presenta una cuidadosa serie —entrelazada y bien documentada— de pequeñas semblanzas de mujeres destacadas en la historia. Esa historia machacada como única y verdadera, ampliamente difundida y sin duda extremadamente mentirosa, al ser escrita básicamente por varones, que se empeñó en invisibilizar, distorsionar o, de plano, inventar falsedades e irrealidades sobre las mujeres, notables o comunes, para satisfacer equivocadas certezas o instrumentar venganzas propias o ajenas.
Entre esas semblanzas aparece, junto a Agnódice, Cleopatra, Juana de Arco, Malinche, Marie Curie, Mary Wollstonecraft, Jane Austen, Victoria Kent y algunas más, el nombre de una pintora renacentista: Sofonisba Anguissola, nativa de Cremona, hija de una familia acomodada que dio instrucción a sus muchas hijas y posibilitó que ésta estudiara pintura con los maestros más connotados de su entorno hasta convertirse en una notable retratista.
El extraño nombre tiene su origen en el de la hija de Asdrúbal, el cartaginés que vivió las complejas guerras púnicas. Como narra la historia, Sofonisba de Cartago se suicidó cuando Masinisa, su querido esposo, decidió entregarla como parte del botín de guerra que exigió Escipión. Sería un extraño nombre para una italiana primogénita si no se considera que su propio padre se llamaba Almicare y su único hermano Asdrúbal, ambos nombres cartagineses, lo que apunta a que la familia del padre tenía cierta inclinación por Cartago y sus gestas notables.
Señala Oñoro que tanto Sofonisba como sus otras cinco hermanas fueron educadas con largueza, en un contexto “humanístico sofisticado”. Incluso el padre la mandó, junto con su hermana Elena, a estudiar pintura con Bernardino Campi, el más reconocido pintor de Cremona, quien tres o cuatro años después de que iniciaran las clases las niñas Anguissola, escribiría una nota a su padre diciendo que ya no tenía nada más que enseñarles. A éste le siguieron otros maestros hasta llegar al mismísimo Miguel Ángel de quien, se dice, ella recibió una instrucción informal gracias a la audacia de su padre que le escribió solicitando su asistencia.
Siguiendo la información de Cristina Oñoro sobre esta pintora renacentista que cobró notoriedad, primero en Italia y luego en España, gracias a los trabajos que previamente había hecho para el Duque de Alba, nos enteramos de que “la italiana”, llegó a la corte española para integrarse al grupo de damas de Isabel de Valois, reina amante de la pintura. Y no solo la aceptó en su corte, sino, además, tomó clases de pintura con ella, y a ella debe sus más bellos retratos oficiales.
Complementando la historia contada por Oñate se encuentra la amable biografía de “Vida de Sofonisba Anguissola”, escrita por Pilar Rubio López, que da cuenta de la vida de Anguissola Ponzoni, desde su nacimiento en Cremona en mil quinientos treinta y algo, hasta su muerte en Palermo en 1625, ya nonagenaria. Esta biografía se centra en las cualidades de la pintora, en su dominio del retrato, en su capacidad para plasmar rasgos de carácter y en resaltar el asombroso talento de la joven pintora, que superaba con frecuencia a los maestros. De hecho, señala que muchos de los cuadros de Anguissola fueron muy novedosos, incluso innovadores para la época.
Quizá lo más destacado de su biografía fue que se casó muy tarde para las costumbres de esos años (pasados los treinta años), presionada por el propio rey Felipe II y que, cuando enviudó, no dudó en casarse con un hombre más joven, a pesar del disgustó que causó al rey, quien trató de anular su segundo matrimonio. Graciosamente, Sofonisba le contestó que el matrimonio ya se había consumado y que la carta (la del rey) había llegado demasiado tarde. No tuvo hijos y pintó hasta que sus ojos enfermos (tal vez de cataratas) se lo impidieron.
Los cuadros de la pintora se pueden encontrar en internet. Sobresalen los auto retratos, los cuadros relativos a la vida doméstica, el cuadro de su hermano llorando mordido por un cangrejo, los retratos de sus hermanas, de su familia, los muchos retratos de la corte y, finalmente, el de una hermosa anciana —la pintora— elaborado antes de que ésta abandonara la pintura, ante la merma ocular que padecía.
Rubio menciona que muchas de las obras de Sofonisba fueron erróneamente atribuidas a reconocidos e ilustres pintores españoles (Tiziano, Greco o Sánchez Coello), dado que las mujeres no firmaban sus obras; pero, gracias a los estudios realizados por las especialistas, en años recientes se les está asignando su nombre a muchos cuadros, con base en las indudables características de la pintora renacentista.
Finalmente, destacan dos hechos. El primero, que Giorgio Vasari, considerado el primer historiador de arte y el autor del término “renacentistas”, dejara constancia en su libro “Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos italianos” de los talentos de esta pintora, después de visitar la casa familiar en Cremona y ver sus cuadros de familia. El segundo, que Anton van Dyck, quien visitó a la artista en Palermo en 1624 durante su larga estadía en Italia, quedó fascinado por esa vivaz anciana de 94 años, medio ciega pero completamente lúcida, amable y culta de quien el pintor elaboró, años después, un último retrato basado en un boceto que dibujó durante su visita.