Marcela Eternod Arámburu
SemMéxico, Aguascalientes, 29 de enero, 2024.-En el casi olvidado pequeño placer de visitar esas polvosas librerías que apilan, indiscriminadamente, los libros desechados por las y los lectores, si se tiene tiempo se pueden encontrar algunos interesantes, recobrar aquel libro que se prestó con ánimo de compartir y nunca regresó o, sencillamente, encontrar alguno del que no se tiene ninguna referencia pero que está destinado a caer en nuestras manos, si creemos que algunos libros escogen a sus lectores.
Dada la parquedad de lo que se escribe en la cuarta de forros, siempre es un riego adquirir un libro de una escritora desconocida y darle la oportunidad a una novela de la cual no tenemos referencias. Ese fue el caso del libro de Harriet Scott Chessman “Lydia Cassat leyendo el periódico matinal”, del cual solo Ediciones B hizo una pequeña edición en 2001. Se trata de una novela de poco más de 200 páginas escrita con dulzura, después de que la autora hiciera una minuciosa investigación sobre las hijas de Robert Simpson Cassat y Katherin Kelso Johnson, Mary y Lydia, centrada en los últimos meses de vida de ésta última en un París exuberante y dinámico en materia de pintura, grabado, escultura y literatura.
La novela sorprende por varias razones. La primera, porque es una lectura amable, comedida y conmovedora en muchos de sus párrafos, exenta de crudeza, crueldad y miseria. La segunda, porque permite conocer a una de las dos mujeres destacadas en esa gran corriente pictórica que de denominó “impresionismo” y se posicionó con fuerza en el último tercio del siglo XIX, Mary Cassat. La tercera, porque se trata de una pintora norteamericana que, ante la pobreza cultural de su país, decidió radicar en Francia, estudiar con ilustres pintores que la aceptaron a pesar de que pesaba sobre ella el enorme agravio de ser mujer. La cuarta, porque Mary Cassat decidió aprender y se esforzó por dedicarse a pintar (se tienen registrados más de 300 cuadros, repartidos por museos y galerías), enfrentando a un padre mezquino y controlador y a una madre que insistía en que se casara y sentara cabeza, olvidando esas tonterías de la forma, la perspectiva, la luz, el color, la sensibilidad y toda esa sarta de estupideces.
La novela se integra alrededor de una selección de cinco cuadros de Mary Cassat, donde la modelo fue Lydia, su hermana, y que Scott Chessman eligió para estructurar su relato. Alrededor de cada uno, la autora da cuenta de la muy especial complicidad que tenían las dos hermanas. Lydia era la hermana mayor de Mary y todo parece indicar no solo que la apoyó durante toda su vida para que pintara, sino que además la admiraba e insistía en que su padre no obstaculizara su vocación y su madre aceptara el hecho de que Mary no había nacido para el matrimonio.
En cada cuadro, se puede ver a Lydia realizando actividades cotidianas: leer un diario, tomar una taza de té, hacer ganchillo en un jardín, pasear acompañada de una niña en un carruaje o cosiendo frente a un bastidor. Cada cuadro, le permite a la autora ir describiendo la angustia de Mary, ante la enfermedad de su hermana que la deteriora rápidamente. Lo que hace Scott Chessman en su novela es un homenaje a la hermandad, a la complicidad que tienen las dos hermanas ante su familia, los amigos de Mary, las restricciones y mandatos sociales y los conmovedores lazos que las unen, donde la admiración, el respeto y el afecto dan cuenta de lo compenetradas que estaban.
Mientras una pinta y se somete a la mirada crítica de Edgar Degas, se integra al movimiento impresionista y participa en las exposiciones del grupo; la otra reflexiona sobre su inminente muerte, sobre su pasado, sus amores, su pequeñez y la fragilidad a la que la reduce la enfermedad de Bright (una enfermedad renal para la cual no había, en esa época, ninguna cura). El cansancio, los desmayos, las largas convalecencias después de cada una de las crisis muestran los estragos de la enfermedad, a la vez que la preocupación de la pintora, ante el inminente fin de la hermana a la que cuida con devoción.
La idea detrás de la solicitud de Mary por pintar a su hermana es la de preservarla en sus cuadros, una vez que la muerte la aleje de ella. Con la solicitud de que pose para ella, trata de transmitirle su necesidad de conservarla, gracias a sus cuadros que impedirán el olvido.
La presencia de Degas como amigo de Mary en la novela da cuenta de una muy especial relación (todo parece indicar que solo fueron colegas y amigos, de hecho, ninguno de los dos se casó), basada en la admiración que éste sentía por ella y en su compromiso para respaldarla en un ambiente ferozmente masculino. La razón que motivó ese apoyo se desconoce, pero hay referencias que afirman que a Degas le conmovían los cuadros de Cassat.
Mary Cassat y Degas se conocieron en 1877. Al parecer fue a petición de Degas que vio un cuadro “impresionantemente bello” de una mujer con un vestido azul y se dice que al conocerla decidió tomarla bajo su protección porque su talento era indudable (“Ninguna mujer tiene derecho a dibujar tan bien”) y la avaló ante comités, colegas, seleccionadores y críticos. De hecho, el personaje de Degas en la novela y sus diálogos con Lydia muestran a un Degas desconocido, comprensivo, empático y verdaderamente preocupado por Lydia. Los diálogos entre los dos son profundos y conmovedores. Ella sabe que él sabe que está muriendo; él sabe que ella sabe que le profesa un real afecto.
En la novela, los pensamientos de las dos hermanas son de preocupación de la una por la otra. Lydia se pregunta si en cada uno de los cuadros de su hermana hay un testimonio de su palidez, debilidad o de la proximidad del fin. Mary se esfuerza por capturar el alma y la esencia de su hermana. Ambas saben que pronto llegara la muerte, ambas se aferran a su cotidianidad y las dos se esfuerzan porque la otra sufra lo menos posible.