El costo de la inevitabilidad

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Más que soberbia, Sheinbaum exhibe autoritarismo cuando asegura que su llegada a la presidencia se trata sólo de un trámite.

Miguel Ángel Romero Ramírez

SemMéxico, Ciudad de México, 21 de mayo, 2024.- El único voto que necesitaba ya lo obtuvo y en realidad la jornada electoral a la que están llamados el próximo 2 de junio más de 100 millones de mexicanos no es relevante en su ecuación. Se trata de la visión de la candidata oficialista Claudia Sheinbaum quien, aun cuando se asume de izquierda, sustenta la posibilidad de convertirse en la primer mujer presidenta de México en dos figuras obsoletas para cualquier sociedad: heredar el poder por la consanguinidad ideológica y el tributo al patriarca.

Los tres debates y las campañas políticas que inundaron los medios de comunicación, tanto tradicionales como digitales, con millones de spots, no ayudaron a develarle a la mayoría de la ciudadanía mexicana quién es Claudia Sheinbaum. El script y la estrategia que la candidata ha seguido de manera metódica fue diseñado exclusivamente para que el votante mexicano tenga la ilusión de continuidad a las políticas públicas emprendidas por uno de los presidentes más votados en el país (30 millones) y con una aprobación positiva durante toda su gestión (60% en promedio).

Ella, fiel a los dos principios: consanguinidad ideológica y el tributo al patriarca, ha decidido ser, de momento, un personaje secundario en la narrativa. Desde una perspectiva pragmática solo el cumplimiento cabal de estas condiciones la podría acercar el triunfo; sin embargo, la herencia es mucho más pesada y, también con ello, la problemática de lo que pudiera estar adoptando.

A diferencia del propio AMLO que arribó al poder para hacer lo que consideró lo más conveniente en medio de una adquirida psicosis –con la creación de enemigos imaginarios y una insensibilidad despiadada al negar los desafíos diarios de los mexicanos– Sheinbaum podría llegar con una carga cuasi genética que le determine toda su gestión, le abollé su legitimidad y le determine compromisos con tareas tan indeseables como lindar a toda costa a los hijos del mandatario señalados por corrupción. 

Su actitud no es propia de una demócrata. Buscar instalar la “inevitabilidad” de su triunfo la retrata como autoritaria. El termómetro democrático, en otras latitudes y en momentos de la historia reciente, nos muestra –siempre con razón– que la ausencia de incertidumbre sobre quién gana un proceso electoral guarda detrás un régimen tirano y absolutista. ¿Para qué hacer elecciones si ya se sabe quién va a ganar? es una pregunta frecuente en Nicaragua, Venezuela, Cuba y Honduras, en lo que respecta a la región.

Subestimar la jornada del próximo 2 de junio socava la vitalidad misma de la democracia mexicana al sugerir que el resultado de las elecciones está predeterminado y que no hay espacio para el debate, deliberación y competencia política. Le niega al ciudadano su derecho fundamental a participar en la formación de su gobierno y a influir en el rumbo de su país. En ese sentido, también puede tener efectos perniciosos en el comportamiento electoral de los ciudadanos, quienes al percibir que su voto no hace la diferencia, muchos podrían optar por abstenerse de participar, circunstancia que debilitaría aún más la legitimidad y la representatividad de quien gane.

Al cierre de las campañas, que la candidata oficialista Claudia Sheinbaum, de Morena, apueste por la inevitabilidad de su triunfo es una excelente oportunidad para consignar lo que dicha estrategia tiene implícito: soberbia y autoritarismo, elementos que, si bien atienden a la consanguinidad ideológica y el tributo al patriarca, son, sin duda, un riesgo en la conformación de una sociedad plural y una amenaza latente para las libertades. Aún nada está definido. Las casas encuestadoras deberán rendir cuentas después del 2 de junio. La disputa está más cerrada de lo que le gustaría hacer creer a Palacio Nacional y su candidata.

*Publicado originalmente en La Lista, con autorización del autor.

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