Desobediencia
Olimpia Flores Ortiz
SemMéxico, 4 de enero, 2021.- Los imaginarios colectivos sobre la esencia del amor y sus modales, su corrección, sus prácticas y sus reglas, los medios para conservarlo, se definen por inducción del consumo. Estas reglas valen para el amor heterosexual y las expresiones de la diversidad sexual.
Los modelos de ser de las/los amorosos, son aspiracionales, representan los valores democráticos de la libertad y la autonomía, alejados de los acuerdos pragmáticos que motivaron al matrimonio hasta antes de la Revolución Industrial con la que vino la idea del amor romántico que nos sublima.
Los arquetipos femenino y masculino, se revisten de ideas surgidas del mercado; las personalidades se forjan bajo la influencia de la industria de la publicidad. El producto que vende el mercado no es el amor, que en sí mismo es el marketing de la felicidad, la oferta que nos mueve.
Si el consumo interviene en la definición del amor, entonces está atravesado por la capacidad adquisitiva de los amantes. Y si tal, entonces, lo está por la división de clases.
Se produce una relación intrínseca entre la cultura, el consumo, la identidad de las personas y el reconocimiento mutuo, con las representaciones utópicas del amor. Esta semana me topé en mi deriva por la red, con Eva Illouz, feminista franco israelí, nacida en Marruecos en 1961, socióloga quien trabaja con las herramientas de la tradición marxista.
Hay un fetichismo del amor, a semejanza del fetichismo de la mercancía, ambos bienes de consumo; es decir, que tanto al amor como a la mercancía se les atribuye un cierto algo no inherente que oculta, en el amor a la subjetividad y en la mercancía, al trabajo que la produjo. Y ambos, amor y mercancía, tienen su encuentro en la esfera del mercado, ahí se funden: el consumo obra como garantía del amor eterno y vehículo de su intensidad.
Para la materialización del amor, tienen que seguirse los dictados de la industria de la moda, la de cosméticos y perfumería, la automotriz, la inmobiliaria, el turismo, y tantas; hoy día, el cortejo se ha salido del ámbito privado y la vigilancia familiar, para realizarse en los espacios públicos. Los que se aman van al cine, comen, bailan, viajan, se hospedan…se citan fuera. Pagan por amarse, lo hacen a crédito. ¿Se puede ser una persona libre y autónoma, bajo la seducción publicitaria y la ruta crítica que nos marca?
Pero no sólo no se es libre dada esa influencia. Además de que el anhelo se exprese bajo diseño y su concreción tenga tarifas y precios, las relaciones amorosas, son el campo privilegiado del reconocimiento social: la pareja indicada, el estilo de vida, su estabilidad, el estatus socioeconómico…no existe la tal autonomía del yo en este contexto. Para sentirse bien se requiere la confirmación del otro sobre cánones preestablecidos.
Al mismo tiempo, las relaciones amorosas -como dispositivos foucaultianos de la sujeción-, son síntoma de salud mental o de patologización. La ruptura se vive íntimamente como fracaso de la vida y así también se aprecia socialmente. Nos explicamos a nosotros mismos, bajo la taxonomía de los síntomas.
El amor se entiende como un valor de la realización personal, mientras el fracaso amoroso se vive como insuficiencia personal, inmadurez o una cierta incapacidad constitutiva que nos remite a la interpretación y juicio de la infancia vivida. Por eso en Occidente, la vida en pareja tiene un valor sagrado en época de secularización de la vida cotidiana, nos redime y es donde nos resguardamos de nuestra incertidumbre y desencanto.
La proliferación de libros, psicoterapias y oficiantes de la autoayuda son el producto reduccionista del razonamiento racional de la modernidad y su necesidad de praxis; la guía práctica para la alienación arquetípica y binaria y digo que por lo tanto política también. El poder que Nietzsche nos develó, lo que puedo poder inconmensurable, sustituido por seis, ocho o doce pasos que me conduzcan al restablecimiento de mi normalidad respecto de mi género y sus atributos y mi contexto. El voluntarismo sin densidad en el análisis. Cuidado con el mercado de lo “psi”, cosa aparte el psicoanálisis.
Es verdad que el debate interior no acude a la conciencia con sutileza y estructura, sino angustiosa y confusamente. Entonces la relación con el sí misma/mismo se traduce por medio de preguntas mal planteadas, por estar atravesadas con miedo, culpa y minusvalía. No se puede desbrozar el camino cuando se duda y se condena una/uno mismo y no se hace con recetas ni bajo sugerencias y estímulos.
El enamoramiento más o menos intenso, se identifica como “trastorno” obsesivo compulsivo, sufrimiento amoroso; y a su vez, el discurso de las neurociencias nos avisa que se trata de la incidencia de nuestras sustancias químicas cerebrales que lo determinan. A toda disrupción un fármaco.
El amor insatisfecho, es un componente del malestar en la cultura, que hoy se produce en la confrontación del paradigma del viejo mundo en el que regían la religión, el sentido de comunidad, el orden y la estabilidad en el tránsito sinuoso a la secularización de la vida cotidiana que remonta a la tradición, reivindica la igualdad y produce constante incertidumbre.
Referencias bibliográficas:
Illouz, Eva. (2009). El consumo de la utopía romántica. El amor y las contradicciones culturales del capitalismo. Buenos Aires, Argentina: Katz Editores.
Illouz Eva. (2012) Por qué duele el amor. Una explicación sociológica. Buenos Aires, Argentina: Katz Editores.
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(gusto por la elocuencia)